El primero de agosto de cada año marca el inicio de una tradición milenaria en Bolivia: la temporada de ofrendas a la Madre Tierra. Es un rito que tiene sus raíces en las culturas indígenas de los Andes y simboliza la conexión íntima entre el ser humano y la naturaleza. Durante este mes, la Pachamama "abre la boca" para recibir ofrendas que agradecen los frutos que ella da. Estas mesas de ofrenda, ceremoniosamente preparadas, son expresiones de deseos de bienestar económico, salud, trabajo y prosperidad.
Hoy en día, el ritual trasciende las barreras culturales y sociales, atrae a personas que desempeñan diferentes oficios y pertenecientes a diferentes clases sociales, todas ellas interesadas en recibir la bendición de la Madre Tierra.
En este ritual milenario, el yatiri se destaca como figura central. Con 23 años de experiencia en el rubro, Don Benito, un señor mastuco, de baja estatura, actitud bonachona y su característico lluch’u color vicuña, ha ganado una buena reputación lo que se refleja en la fila de espera para visitarlo en su toldo. En la Av. Panorámica de El Alto, está la caseta color naranja de Don Benito, que ofrece sus servicios para quienes buscan realizar una ofrenda digna para la Pachamama con los deseos y necesidades de cada persona.
Una de esas personas es la señora Matilde, una comerciante minorista que acude a don Benito desde hace nueve años porque no ha dejado de creer en el buen trabajo del yatiri. “Me he hecho hacer mesas, limpias y me ha ido bien nomás, pero ahora uno grande quiero hacer. Voy a quemar en mi casa, me lo va a preparar nomás, como mañana es agosto”, explica la señora. También cuenta que gracias a Don Benito su hermana pudo conseguir trabajo y que desde ese entonces su fe se afianzó más. “A mi hermanita le he traído cuando ha salido de su instituto y ahí siempre me ha dicho (Don Benito) “a tu amiga dile” y justo mi amiga me ha llamado buscando a mi hermana (…) Tenemos fe nomás desde esa vez, hay que tener fe”.
Otro caso, un tanto distinto, es de Jaime Quispe, chofer que acude por primera vez a la Pachamama y a la caseta de Don Benito en busca de conocer su suerte. Sentado en la entrada del toldo del yatiri, Jaime cuenta que en el último tiempo solo ha tenido malos momentos que derivaron incluso en problemas legales. Ante tal situación, un amigo le recomendó acudir a este sabio aymara para que que se haga una mesa para pedir mejoría en su vida. “Dicen pues que cuando no te va bien algo es que hay una ‘tranca’, algo así dicen”, señala Jaime.
Entretanto, Don Benito se encuentra preparando muy concentrado la sagrada ofrenda. Comienza el armado de la ofrenda extendiendo una hoja de resma sobre la mesa de preparación ceremonial. Acompaña sus acciones con discursos rituales en aymara, coloca como base lana de llama, agrega chancaca y azúcar. Luego, saca figuritas de una bolsa que representan el propósito de la ofrenda, en este caso, salud y trabajo. Durante el ritual interrumpe un policía deseoso de obtener el número de Don Benito y luego ingresa la llamada telefónica de una doctora indicando que ya está en el lugar. El sabio espiritual continua con el colocado de papeles, misterios, lanas de color, nueces y en la cima de la ofrenda coloca una mezcla de azúcar, canela e incienso.
La fe en la Pachamama no discrimina sexo, edad, profesión o clase social. A las casetas de la Av. Panorámica acuden abogados, dentistas, estudiantes, madres de familia, policías, choferes y otros, todos con el mismo propósito: ser bendecidos por la Madre Tierra. Desde los que creen fervientemente hasta los que van por primera vez con la esperanza de encontrar una luz en su destino.
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