Mañana 31 de marzo es Domingo de Pascua, el de la Resurrección de Cristo, quien se levanta de entre los muertos, tras su pasión y muerte. Será de día de fiesta, de alegría, tras el luto por la crucifixión del Hijo de Dios. Así, dos mil años después de aquel episodio, la pregunta es si Jesus realmente existió.
Para millones de cristianos y católicos, la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo es un asunto de fe y no de escepticismo, pues el Nuevo Testamento que relata la vida de Jesús en la tierra fue escrito al menos 20 años después de la partida de Cristo. En ese contexto, investigadores dan cuenta de que Jesús sí existió y hay pruebas de ello.
El apostol San Pablo nunca conoció a Jesús, aunque según cuenta al sitio OpenMind el especialista en estudios del Nuevo Testamento Simon Gathercole, de la Universidad de Cambridge (Reino Unido), “conoció a los discípulos de Jesús y también a sus hermanos”. Se refiere en especial a Santiago.
“La crucifixión es segura, pero el bautismo es difícil de probar o ubicar“, señala el arqueólogo e investigador bíblico Eric Meyers, profesor emérito de estudios judaicos de la Universidad de Duke (EEUU).
En el mundo católico existen las reliquias que comprueban la pasión de Cristo. Son consideradas invaluables, por su valor histórico y espiritual. Hace poco, el Vaticano exhibió por primera vez en 300 años, los 28 escalones de mármol por la que subió Jesús durante su juicio.
Ahora bien, según Openmind, las referencias antiguas a Jesús no solo se encuentran en los autores cristianos. “Se lo menciona también en textos antiguos judíos y romanos”, apunta McCane. Por ejemplo, el año 93, el historiador fariseo Flavio Josefo dejó en su obra Antigüedades judías al menos una referencia indiscutible al “hermano de Jesús que se llamó Cristo”.
Dos décadas después, el romano Tácito detalló que el fundador de la secta de los cristianos fue ejecutado durante el mandato del emperador Tiberio, gobernando Poncio Pilato en Judea.
La Sábana Santa de Turín
Sábana Santa, Sudario de Turín, Santo Sudario y Síndone son los nombres con los que se conoce a la manta con la que, según la tradición cristiana, se envolvió el cuerpo de Jesús tras su crucifixión para su sepultura.
El Santo Sudario está resguardado en la Basílica de San Juan Bautista de la ciudad de Turín (Italia). Para mayor precisión está en la capilla de Sábana Santa que fue construida para su resguardo, a fines del siglo XVII (1668-1694), en el reinado del emperador Carlos Manuel I de Saboya.
Es una tela de lino de 460 centímetros de largo por 110 de ancho. La tradición siempre señaló que en ella se envolvió el cadáver de Jesucristo tras su traumática muerte en la cruz.
Un grupo de científicos pertenecientes al prestigioso Centro Nacional de Investigación de Italia determinó que el tejido de la reliquia estuvo en contacto con sangre humana. Más específicamente, el manto estuvo en contacto con una persona sometida a tortura.
Comenzó a ser exhibida en 1357 en Lirey, Francia, pero nunca se supo con certeza cuál fue su origen. Desde entonces recorrió ciudades a lo largo de dos siglos, hasta llegar a su lugar actual en 1578, señala el diario español La Vanguardia. En 1958, el papa Pío XII autorizó su devoción.
La Corona de Espinas
La reliquia de la Corona de Espinas corresponde a la corona que los soldados romanos colocaron a Jesús de Nazaret en la cabeza antes de su crucifixión para burlarse de él.
Es un símbolo cristiano que recuerda la Pasión de Jesús. Se menciona en los evangelios de Juan (19:2, 5), Marcos (15:17) y Mateo (27:29). Es una reliquia muy apreciada para todos los fieles creyentes. Existen referencias de su presencia en Jerusalén en el siglo V, con las cartas de Paulino de Nola.
Se describe su ubicación en la Basílica de Sión en el 570. En el siglo VII fue trasladada a Constantinopla debido a las invasiones persas. En el siglo X, con motivo de una crisis económica en el imperio, pasó a manos de prestamistas venecianos, hasta que fue adquirida por la monarquía francesa.
Luis IX de Francia construyó en el siglo XIII la Sainte Chapelle como lugar de veneración de la reliquia. Durante la Revolución Francesa pasó a la Biblioteca Nacional de Francia. En 1801, el Concordato con la Iglesia católica determinó que la corona era propiedad de la Iglesia, pasando a la Catedral de Notre Dame.
En la actualidad, la corona se ofrece a la veneración pública los primeros viernes de mes y el Viernes Santo. Es una de las reliquias más importantes.
Los Clavos de la crucifixión
Los clavos de la crucifixión de Cristo están entre las reliquias más deseadas y preciosas. La tradición afirma, una vez más, que fueran hallados por la emperatriz Elena, junto con la cruz.
En la capilla de las reliquias, desde tiempos antiguos se venera un santo clavo que siempre se ha considerado como uno de los que trajo la emperatriz Elena.
El tamaño de este clavo parece ser adecuado para soportar el peso de una persona. Tiene una longitud de 11,5 cms y un diámetro, en el punto más ancho, de 0,9, siendo la sección cuadrada. Falta la punta, por lo que debía tener unos 16 cms de longitud.
Hay debates en cuanto a si fueron 3 ó 4 los clavos. Las historias más conocidas dicen que la madre de Constantino le regaló una porción a su hijo para que los usara en su caballo y en su casco.
La Lanza que atravesó a Jesús
La lanza Sagrada, también conocida como lanza del Destino, lanza de Longino o lanza de Cristo. Así se llama el arma usado por el soldado romano, llamado Longino según un texto bíblico apócrifo, que atravesó el cuerpo de Jesús cuando estaba en la cruz.
La lanza se menciona sólo en el Evangelio de Juan (19,33-34) y no aparece en ninguno de los evangelios sinópticos. En el libro de Juan indica que los romanos planearon romper las piernas de Jesús, una práctica conocida como crurifragium, que era un método doloroso de acelerar la muerte durante la crucifixión
Momentos antes de que los soldados lo hicieran, vieron que él ya había muerto. Para cerciorarse de que estaba muerto, un soldado le clava su lanza en un costado. Existen varias lanzas en todo el mundo y se desconoce cuál es y dónde está la verdadera.
Los fragmentos de la Cruz
Los trozos de madera atribuidos a la crucifixión de Cristo empezaron a proliferar cientos de años después de su muerte, como el que se adora en el Monasterio de Santo Toribio de Liébana, en el corazón de los Picos de Europa, en Cantabria. El leño mide 64 por 40 centímetros.
Los franciscanos del templo reconocen que ignoran cuándo llegó al monasterio, aunque creen que fue “alrededor del siglo VIII”, según su página web. Sin embargo, atribuyen el hallazgo del madero al siglo IV, cuando Helena de Constantinopla, precisamente la madre del emperador romano que legalizó el cristianismo, afirmó haber encontrado la cruz de Jesús en un viaje a Jerusalén. La Catedral de Notre Dame de París suma otros 24 centímetros de madera de la presunta cruz.