28 de septiembre (El País).- Nadie es profeta en su tierra, y mucho menos en tierra de profetas. En casa fue el líder de centroizquierda moderado que perdía las elecciones frente a tipos duros de la derecha nacionalista, como Menajem Begin (en 1977) o Benjamín Netanyahu (en 1996). En el resto del mundo fue el negociador de labia florida que logró que Charles de Gaulle le vendiera a Israel (en 1959) su primer reactor nuclear; el fino diplomático que contribuyó a fraguar los Acuerdos de Oslo con los palestinos y que compartió el Nobel de la Paz con Isaac Rabin y Yasir Arafat (en 1994). Durante casi siete décadas recorriendo toda la escala del poder en el Estado judío, Simón Peres (nacido Perski en 1923 en lo que era Polonia y hoy es Bielorrusia) tuvo tiempo de sobra para constatar que siempre es posible aprender de los errores. Fue la cara amable de Israel.
En la madrugada del miércoles dejó de latir el corazón del último fundador de Israel, de la élite juvenil que el patriarca David Ben Gurion, primer jefe del Gobierno tras la independencia, eligió para poner en marcha en 1948 una nueva nación después de que la ONU aprobara la partición de la Palestina bajo administración británica. Por aquella época Peres ya compraba las armas para el Haganá, el embrión de las llamadas Fuerzas de Defensa de Israel. El pasado enero ya tuvo que ser hospitalizado en Tel Aviv tras sufrir un ataque cardiaco. Un masivo derrame cerebral que le dejó a las puertas del coma hace una semana ha puesto fin a sus días esta madrugada.
Es difícil no encontrar su huella en prácticamente todos los capítulos de la historia contemporánea israelí, que protagonizó desde su mismo nacimiento. El actual jefe de Gobierno, Netanyahu, y el ex primer ministro Ehud Barak tuvieron que hacerle un hueco hace un año en el escenario de un cine de Jerusalén tras el estreno de la película Sabena, que describe la operación ejecutada en el aeropuerto de Tel Aviv en 1972 para poner fin al secuestro de un avión de la entonces compañía de bandera belga. Netanyahu y Barak eran jóvenes oficiales de los comandos que intervinieron en el asalto a las órdenes del mítico ministro de Defensa Moshe Dayan. ¿Y Peres? Él era el habilidoso ministro de Transportes que negociaba detrás del telón para que los militares pudieran desenvolverse a sus anchas. El veterano político no se levantó del sillón y cedió el estrado a la siguiente generación de líderes israelíes.
Pese a los reveses de la cainita política del Estado judío, Peres mantuvo durante más de 48 años de manera casi ininterrumpida su acta parlamentaria en la Knesset. Fue en dos ocasiones primer ministro (1984-1986 y 1995-1996). Recurrente titular de Asuntos Exteriores, desempeñó además decenas de altos cargos y carteras ministeriales, como los de Defensa y Finanzas, y puso broche a su carrera como jefe del Estado entre 2007 y 2014. A partir de entonces siguió manteniendo una actividad pública al frente del Centro por la Paz que lleva su nombre con el objetivo de estrechar lazos entre israelíes y palestinos.
Había desembarcado con su familia en Tierra Santa a comienzos de la década de los treinta del siglo pasado, huyendo de la amenaza del nazismo que se cernía ya sobre Europa del Este. Los parientes que permanecieron en su Polonia natal fueron todos exterminados en el Holocausto. Por entonces él ya había ingresado en un kibutz (granja colectiva). Tras combatir en la Guerra de Independencia (1948-1949) fue enviado a Estados Unidos para que completara su formación antes de regresar a Israel en 1952 como subdirector general del Ministerio de Defensa. Responsable de la compra de los cazas Mirage para la aviación de combate, contribuyó a incrementar la superioridad aérea de su país en la Guerra de los Seis Días (1967). Gracias a sus buenas relaciones con Francia consiguió poner en marcha un programa nuclear que convirtió a Israel en la única potencia atómica —nunca oficialmente declarada— de Oriente Próximo.
Discí
ulo directo de Ben Gurion, Peres giró casi siempre en torno a la órbita del laborismo, y llegó a disputar con escaso éxito a antiguos generales jefes del Estado Mayor, como Dayan, el liderazgo del partido. Parecía pisar un terreno más firme en las negociaciones secretas en capitales occidentales o árabes que en las cruentas pugnas por el poder doméstico. Tras el asesinato de Isaac Rabin, en 1995, y la descomposición de la izquierda israelí, buscó espacio en el centro político auspiciado por otro exgeneral de mano dura, Ariel Sharon.Como noveno presidente de Israel se apartó de los papeles puramente ceremoniales e intentó ejercer como contrapeso del sesgo autoritario del conservador Netanyahu a partir de 2009. “Si dejamos de ser democráticos, dejaremos de ser judíos”, declaró en una entrevista en 2010 al anterior director de EL PAÍS.
Tres años después, en plena campaña para unas elecciones legislativas, Peres recibió a una delegación de periodistas españoles entre los que se encontraba este corresponsal. Habló con franqueza durante una hora para cantarle las cuarenta al Gobierno de Netanyahu. Pero su servicio de prensa prohibió que se reprodujeran sus palabras “para no interferir en el proceso político en curso”.
El nonagenario presidente ya había entrado en la historia, aunque él siguiera intentando conservar en vano un discurso activo en la política del día a día. Su desaparición pone fin a la generación de líderes que pusieron en pie hace 68 años el nuevo Estado de Israel, fuente de ingentes logros, protagonista de tantos conflictos.
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