A estas alturas, cualquier explicación que esté fuera de la versión del autogolpe es un intento que no trascenderá más allá de pocos círculos. La gente está convencida de que fue un show y ninguna explicación de ministros y demás políticos cambiará lo que ya se instaló como versión oficial de los hechos. ¿La razón? Poco a poco el gobierno y la clase política han perdido la confianza y el respeto de la población.
La realidad es que la institucionalidad del Estado boliviano es muy frágil y está mal vista. Si fuese un intento de golpe de Estado, significa que el gobierno ha perdido el control de sus fuerzas del orden y su legitimidad como autoridad dentro de sus mismos subordinados. Y si fuese un autogolpe: el gobierno está tan desesperado por la reelección que naufraga en acciones que, nuevamente, se deslindan de las responsabilidades sobre los problemas reales que atravesamos los bolivianos. En ambos casos, el escenario es frustrante.
Las disputas internas del MAS, la mala administración estatal y la crisis económica que está atravesando el país le quitan respaldo al gobierno y por eso la población se burla de él y no le cree su versión. Han perdido el timón y todo el respaldo que en algún momento se les dio. Las lecturas pueden partir de la polarización, de los antecedentes del 2019, de las disputas masistas, pero hay algo claro: hay un hartazgo en la población y cualquier político puede capitalizarlo para sostenerse de él y beneficiarse. O aún peor, mañana habría un intento de golpe y se realizaría con total facilidad, porque la estructura del Estado es totalmente vulnerable y débil. Creo que ahí deberíamos preocuparnos.
Ni Estado ni fútbol... En este lapso, nuestro mayor móvil nacional fueron los memes.
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