En 2024, el Observatorio Plurinacional de la Calidad Educativa publicó un diagnóstico preliminar del nivel de conocimientos de los estudiantes de sexto de secundaria, en las materias de matemática, física, química, comunicación, lenguajes, lectura, escritura y valores, aplicado a 3.600 alumnos de 152 unidades educativas públicas, privadas y de convenio, en todo el país.
La prueba, que se tomó en la gestión 2023, consistía en exámenes ordinarios sobre temas que forman parte de los contenidos que se imparten regularmente en nuestros colegios. Pese a su importancia, la difusión y el debate sobre esta investigación fueron escasos, y apenas se socializaron las cifras que revelan, por un lado, graves falencias de aprendizaje y, por el otro, los problemas estructurales del sistema y de las políticas educativas impuestas en nuestro país.
Los resultados son dramáticos. En matemáticas, la prueba concluyó con el 97% de aplazos; el 61% no superó los 30 puntos y el promedio fue de 28 puntos sobre 100. En la materia de física, el 98% no logró vencer la prueba; el promedio fue de apenas 26/100. En química los resultados fueron igual de bajos ya que 97% de los alumnos reprobaron, registrándose un promedio de 28/100 y un porcentaje del 62% que calificaron por debajo de 30 puntos.
Pero en otras áreas, los resultados son igual de preocupantes. En las pruebas de lectura, que midieron la capacidad de realizar conexiones simples en textos literarios, expositivos, informativos y argumentativos, además de comprensión, discernimiento crítico y reflexión, el 67% reprobó y apenas el 5% obtuvo notas entre 70 y 100. En escritura, un tercio de los estudiantes entregaron respuestas que no reunían las condiciones mínimas para su análisis, y el resto adolecía de insuficiencia de información; falta de desarrollo de argumentos, estructura, organización y cohesión; y errores gramaticales, ortográficos y de puntuación.
Aunque el estudio muestra poca diferencia en los resultados entre hombres y mujeres, la situación cambia en la comparación urbano y rural, niveles socioeconómicos, pertenencia a pueblos indígenas, unidades públicas, privadas y de convenio, además de motivación, autovaloración y perspectivas de futuro. En algunos casos, las variaciones son muy significativas.
Pese a estos resultados y a la evidencia de que el problema mayor está en el modelo educativo boliviano, el Congreso Plurinacional de Educación, realizado en noviembre pasado, se opuso a realizar una auditoría técnica y pedagógica de la Ley Avelino Siñani, y concluyó solamente demandando revisar la currícula y la organización en los niveles inicial, primario y secundario; limitar el ingresar a los institutos normales y aumentar el presupuesto para el área.
Todos los estudios sobre calidad educativa y la evidencia cotidiana, muestran que ya no es posible negar el fracaso de nuestro actual sistema. Debemos asumir sin excusas ni justificaciones, que la gran mayoría de nuestros estudiantes y profesionales están mal formados, tienen muchas limitaciones para seguir el ritmo del desarrollo del pensamiento y la tecnología del mundo moderno, y carecen de las herramientas teóricas y metodológicas y de las habilidades para responder con solvencia a la responsabilidad de transformar la realidad de un país sumido en la crisis, la inestabilidad y la corrupción.
El problema radica en la evidencia de que los países con sistemas educativos sólidos tienen economías más fuertes, mejoran la productividad de la población, impulsan la innovación y facilitan la adaptación a los cambios tecnológicos, mientras que aquellos que tienen modelos de formación deficiente quedan rezagados en el escenario global, son dependientes de economías extranjeras y mantienen un crecimiento limitado.
La educación reduce la desigualdad, proporciona oportunidades a sectores marginados y rompe el círculo de la pobreza promueve el bienestar social, empodera a las personas y las hace menos vulnerables a la manipulación política. Un pueblo educado es capaz de tomar decisiones informadas, exigir derechos y participar activamente en la democracia porque fomenta el pensamiento crítico y la capacidad de análisis, fundamentales para el ejercicio de la ciudadanía y la defensa de la libertad.
Si no entendemos que la educación es el desafío más importante para nuestro futuro, estamos condenados a repetir los ciclos de polarización, conflictividad, pobreza y atraso, que no podrán ser resueltos por ningún modelo económico, político o social que implementemos en el futuro.
Lamentablemente hasta ahora, quienes son llamados a liderar nuestro país tras las elecciones de agosto, no han mostrado la voluntad y la lucidez para plantear una transformación estructural de la educación que acabe con el actual modelo retrógrado y nocivo (ideología – sindicato – memoria – mediocridad), cuya permanencia garantizará que nuestro país no tenga futuro.
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