La Paz, 27 de mayo (Angela Carrasco, Urgentebo.com).- Dicen que lo que se hereda no se hurta. Más bien se cultiva y se cosecha. Hoy reconocidas personalidades culturales lucen el talento que heredaron de sus progenitoras y hoy comparten sus habilidades, ya sea en la literatura, arte, fotografía, música y teatro, con sus hijos.
Rita Calvo Soux, bailarina, cantante y actual directora de la Sinfónik; Sandra Boulanger Rodo, fotógrafa, curadora independiente y gestora cultural; Erika Andia Balcázar, directora y actriz de teatro; y Claudia Adriazola, escritora y comunicadora, cuentan cómo sus madres las influenciaron para que hoy se posesionen en lo que mejor sabe hacer cada una. Ellas han cumplido su sueño y son referentes para la la sociedad.
“Todo lo hicimos juntas”
Para Rita Calvo, una de las más grandes influencias en su vida artística y profesional ha sido su madre Mercedes Soux de Calvo, a quien considera un referente completo para cumplir sus sueños.
Su vida inmersa en el arte comenzó a la corta edad de cuatro años, cuando comenzó con el ballet clásico que la llevó a formar parte del Conservatorio de Francia. Años más tarde, su abuela María Eugenia Muñoz Reyes de Soux, quien era cantante de ópera y pianista, la llevó al mundo del canto, y a los 15 años formó parte de Coral Nova, fundada por su madre, y por el cual pasaron diferentes personas. Entusiasmada por los pasos que daba pasó por un periodo en la escuela de Bellas Artes, por influencia de su abuelo materno Luis Soux, de quien recuerda cómo cada fin de semana se sentaba a leer y ver libros de arte escuchando música clásica
Ella no lo duda. La influencia más grande en su vida artística es su madre, quien cumplió sus sueños a través de su hija. “Algunos de los sueños de mi madre se vieron frustrados por diversas situaciones. Ella quería ser bailarina de ballet pero por problemas de salud no pudo ser, quiso ser periodista, pero cuando salió del colegio, Bolivia vivía las dictaduras y cuando quiso ser directora de Orquesta, no existían mujeres en ese ámbito”—explica— “Así que creo que en parte todo lo que se proponía, lo hizo realidad conmigo, pues pudimos cumplir el sueño de las dos. Ella es mi aliada constante, va a todas mis conciertos que puedo organizar junto a mi orquesta”.
La admiración de Calvo para con su progenitora se expresa en cada palabra que dice. “Como músico mi madre que estudió en el Conservatorio Nacional de Musica y en la Universidad Católica Boliviana, realmente tiene una cultura impresionante, siempre está aconsejándome para mejorar la Orquesta, mejorar el repertorio incluso y los materiales de difusión. Está siempre pendiente con mucho respeto y nunca con críticas negativas pues, sabe que es difícil. Por suerte la tengo a mi lado para apoyarme con todo”.
En la actualidad Calvo es madre de dos niños, Francisco y Elena, a quienes también quiere inculcar la cadena artística que ya data de cuatro generaciones.
“No sé si por influencia de sus padres, porque mi esposo también se dedica al ballet clásico, Francisco tienen afinidad por el piano y Elena se dedica al ballet clásico, por ahora es un hobbie, pero si en algún momento deciden dedicarse a una rama artística, estaremos de acuerdo y los apoyaremos en todo lo que se pueda, siempre que sean felices”.
Por eso Rita agregó: "A mi mami le deseo un feliz día de la madre, decirle que la admiro y que la quiero mucho; no ceo que sea coincidencia que estemos ligadas al arte, su influencia fue grande para mí y mi familia. Espero tenerla mucho años más conmigo”.
No se deben dejar los sueños
Si se habla de teatro, una de las mujeres que logró fusionar su talento con su rol de madre es Erika Noemí Andia Balcázar, conocida por su participación en la película "¿Quién mató a la llamita blanca?” de Rodrigo Bellott , y varias obras teatrales, además de interpretar a ‘Clara’ en “El Zartenazo”. Actualmente, es directora de un taller de teatro, en el que también forma parte su hija, quien quiere seguir los pasos de su progenitora.
Su pasión por el teatro llegó desde niña, cuando sus padres la llevaban a las funciones desde muy pequeña. “Siempre se sacaban tiempo para poder llevarme al teatro, sobre todo a ver las obras de Raúl Salmón”.
En el colegio comenzó a hacer teatro para la materia de Literatura. Concluida esa faceta decidió formarse en teatro y al entrar a la Universidad Católica Boliviana donde estudió Comunicación Social, formó parte de los talleres del dramaturgo Diego Mondacca
La actriz de teatro afirma que cuando se enteró de que sería madre pensó que tenía que dejar los escenarios. Sin embargo, ocurrió lo contrario, pues nuevas puertas se le abrieron con la llegada de Clara Valentina.
“La llegada de mi hija fue como una bendición, pues me convocaron para un papel en la película “¿Quién matá a la llamita blanca?”, y fue con el nacimiento de ella, cuando vi la vida con mayor responsabilidad. Comencé a marcar mis metas y tener mayor fuerza para salir adelante, considero que una madre no debe dejar su arte, pero sí debe hacerlo con profesionalismo para tener mayores créditos y poder vivir de esta”.
Cuando habla de su hija le cambia la voz a un tono de ternura, ella dice que Clara desde pequeña tiene inclinaciones para ser artista porque, tanto ella como su padre son actores y lo lleva en la sangre.
“Siempre la apoyo, desde niña asistió a mis talleres ya hora se está formando en la escuela de teatro que dirijo. Ella hizo varios trabajos, estuvo en dos películas conmigo y también formó parte de un cortometraje brasileño, está conmigo entonces”
Agregó: “Como madre pienso que actualmente una no debe dejar sus pasiones y vocaciones para dedicarse a los hijos. Además, la actual situación económica no lo permite, siempre debes trabajar pero sobre todo hacer lo que te gusta”, concluyó
Educación con letras y amor
Claudia Adriazola y su mamá Silvia Arze, son otro claro ejemplo de herencia de talento y amor por el arte, pero sobre todo por las letras. Ambas son reconocidas por sus grandes obras.
Para Arze, la literatura era el pan de cada día pues recuerda que desde niña su casa era una biblioteca.
“En mi casa había toda clase de libros: novelas, libros de historia, de mitología, libros de arte, enciclopedias y revistas de viajes como National Geographic. Mi abuelo, mi abuela y mis papás siempre estaban leyendo y yo empecé a hacerlo también, en cuanto pude. Cuando era un poco mayor, a eso de mis 11 años empecé a escribir cuentos, incentivada por mi profesor de literatura en el colegio, Walter Navia”—recuerda— “Cuando cumplí 21 años, Jaime Sáenz me regaló un cuaderno hecho a mano por él, con un papel especial, tapas negras de cartulina, con un par de dibujos suyos, una dedicatoria y cosido a mano; y me dijo que era para que yo escribiera ahí. Lo hice por un tiempo, pero después me di cuenta de que la realidad podía ser tan interesante y maravillosa como la ficción; que la experiencia humana en diferentes culturas y épocas era fascinante, y que había que estudiarla e investigarla. Entonces decidí inscribirme en la Carrera de Historia”.
Arze cuenta que fue madre muy joven; tan joven, que todo lo que hizo en su vida - de estudiante y de profesional, "lo hice siendo mamá, mamá de cinco chicos. En algunos momentos tuve que parar o bajar el ritmo, pero gran parte de mi trabajo lo hacía en casa”.
Siempre consideró que si bien ser madre es un oficio altamente creativo, por otra, los niños son curiosos, están llenos de ideas y creatividad y les gusta explorar y expresar sus ideas, sensaciones y sentimientos. “Cuando el escenario de esas actividades es la casa y la vida cotidiana de la familia, todo eso resulta natural. Así fue la casa donde crecieron mis hijos”.
Para muchas personas cuando una mujer es madre, debe dejar de lado su profesión y más aún si esta está inmersa o vinculada por el arte. No fue el caso de la historiadora. “Tuve cinco hijos; pero tampoco lo hice sola. Éramos una familia y nos apoyábamos unos a otros. Claudia y sus cuatro hermanos crecieron en un ambiente donde se valoraba el arte, la creatividad, la música y el desarrollo del pensamiento, y también se vivían valores como la cooperación y el apoyo”.
Los hijos de Silvia siempre estuvieron inmersos en sus rutinas laborales motivo por el cual fueron parte de sus trabajos en sus dedicatorias
“Mi primer libro fue un trabajo conjunto con Teresa Gisbert y Martha Cajías, y como era sobre el arte textil en Bolivia se lo dedicamos a las mujeres que tejen textiles tradicionales en nuestro país. Pero cuando escribía mi segundo libro, mi cuarto hijo, Gabriel, estaba aprendiendo a caminar y lo hacía en medio de los borradores del libro; le dediqué el libro a él y a mi tercera hija, Paola, que jugaba con él evitando que rompiera los papeles. Mi trabajo Artesanos de La Paz en el siglo XVIII está dedicado a Claudia y a Valeria, mis dos hijas mayores. Le debo una dedicatoria de libro a mi hijo menor, Alejandro”.
En tanto para Claudia, su pasión por la literatura nació a sus ocho años por un regalo de su abuelo, sin embargo fue su madre quien luego de terminar de leer un libro se lo prestaba emocionada. “Así cayó por ejemplo a mis manos “El señor de los anillos”, de Tolkien, cuando tenía unos 10 años. Y fue otro de esos amores a primera vista”, recuerda.
Pero no fue hasta sus 12 años cuando comenzó a hacer intentos de escribir. “Escribía relatos y en algún momento escribí algo así como una novela. Realmente disfrutaba mucho el poder imaginar algo y plasmarlo con palabras”.
Claudia estudió Comunicación Social y ejerció en el área de Comunicación y Marketing durante más de diez años. “Después de ese tiempo recién me encontré con mi verdadera vocación que es el trabajo editorial. Lo que sí, siempre, a lo largo de toda mi vida adulta me dedico a escribir”.
Al igual que su progenitora, Claudia inculca el amor al arte y las letras a sus hijos y cuando escribe, es como si, de alguna manera, escribiera para ellos.
Para Adriazola, que una mujer esté inmersa en el arte y la cultura, es igual que cualquier trabajo. Hay que poder dar espacio y tiempo a cada cosa, sin olvidar obviamente que la prioridad es la familia. “Tengo la suerte de poder escribir en cualquier momento, situación y lugar. Tengo siempre conmigo mi libreta de escribir y aun en autos en movimiento, por ejemplo, escribo. Así que le saco el jugo a cada minuto disponible”.
Y ante la pregunta de que ¿si le gustaría que sus hijos sigan sus pasos?, responde. “Me encantaría que el hacer arte haga “clic” en mis hijos. Porque creo que el arte es el sustento del alma, es encontrar el gusto por la vida y sentir verdadera gratitud por las cosas hermosas que están alrededor nuestro”.
Mientras tanto continuará, de forma natural que la cadena siga en ellos. “Ponerme a leer un libro y llamar a mi hijo para leerle un pedacito. Ir todos a un concierto de música… poner a todos en contacto con el arte, esperando que lo disfruten y luego expandan por sí mismos ese interés”, concluye.
“Ser madre no significa dejar de ser artista”
Por último pero no menos importante está la artista plástica Graciela Rodo Boulanger, quien con orgullo asegura "no por ser madre una deja de ser artista”.
Rodo es madre de Karine y Sandra Boulanger, aquella pintora y ella fotógrafa, respectivamente, a quienes "desde pequeñas traté de rodearlas de belleza y de enseñarles a ver y sentir el arte en todas sus facetas”.
Y si bien existen sacrificios en las diversas etapas de la mujer, Graciela dice que lo importa es saber lo que uno quiere hacer de su vida, tener la convicción, la pasión, la humildad y la ética de hacerlo con respeto.
Para su hija Sandra, la danza, la música y la pintura fueron parte de su cotidiano. “El arte siempre fue mi escape y mi pasión a la vez. La fotografía llegó más tarde a mi vida, cuando tuve que abandonar mi profesión de bailarina por razones de fuerza mayor”.
Desde entonces incursionó en la fotografía y en otras ramas. “Empecé mi vida artística con el ballet, teniendo el inmenso privilegio de estudiar en la Escuela de la Opera de Paris, como ‘petit rat’ para luego bailar en distintas compañías de Francia, Chile y Estados Unidos, alcanzando el título de solista. La danza me dio una disciplina y fuerza de voluntad casi inquebrantables, lo que agradeceré siempre”—recuerda— “Luego vino mi pasión por la fotografía que me abrió también el camino de la gestión cultural, la curaduría de exposiciones”.
Para ella la frase, dejar los sueños para ser madre no tiene sentido. Por eso sigue el camino de su madre para hacer parte de sus actividades culturales a sus hijos Adrián, quien toca guitarra y estudia gastronomía, “un arte que involucra todos los sentidos también”, y Milena, que es una excelente bailadora de flamenco.
“El mundo hoy está tan lleno de violencia y fealdad, que me tranquiliza ver en ellos esta necesidad de crear, saberlos sensibles a la belleza y al arte. El arte exige total dedicación si uno quiere ser artista. No hay nada malo en tener un pasatiempo o hobby ligado al arte, pero ser un artista profesional es otra cosa” concluyó.