Pasaron más de cinco minutos y la gente seguía de pie y aplaudiendo con mucha emoción. Era el elogio al unísono del trabajo de dos jóvenes cineastas bolivianos, Alejandro y Santiago Loayza. Muchos lo hicimos, incluyéndome, con un nudo en la garganta después de presenciar y ser testigo de esta ópera prima. La nueva película boliviana no descuida ni por un momento la fotografía perfecta, que ya caracteriza a la familia Loazya, primero en Marcos, ahora en sus hijos, la música impecable, de la mano de un maestro como Cergio Prudencio o las voces de Luzmila Carpio y Vero Pérez. Así transcurre UTAMA.
Se trata de un relato sencillo, pero absolutamente conmovedor, en un entorno desolado de Potosí y con una temática tan desgarradora para algunos como la decisión de migrar o no a la ciudad por falta de agua. La historia hace de este film una suerte de emboscada apasionante. Surgen muchos cuestionamientos en el transcurso de la misma, ya no estamos viendo una película, estamos viendo el reflejo de la vida, el conflicto existente y nuestra Bolivia profunda. Estamos ante un espejo.
Actores naturales tan bien logrados, con poco diálogo, muchos de ellos en idioma quechua, rica en simbología dentro de su actuación, rituales y estilos de vida que nos transportan a la identidad de un país casi olvidado. Transcurre el tiempo y lo que parece obvio no sucede, la película genera varios posibles panoramas de resolución, sin embargo, el desenlace no deja al espectador insatisfecho, es más, lo sorprende y lo lleva a un clímax de emoción.
UTAMA llega a Bolivia después de 29 merecidos galardones internacionales, haciendo que todos hinchemos el pecho de orgullo por nuestras producciones. Sin duda, el 2022 es un año de cosecha en el cine boliviano, con exquisitas producciones para muchos gustos. Sin embargo, UTAMA es una película casi obligada de ver para nuestra época, una nueva lectura de la realidad nacional, con mirada fresca y con la capacidad y talento de Alejandro y Santiago Loayza.
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