Fue un freno de mano en seco. La pandemia puso en vilo la salud de la humanidad y paralizó el aparato productivo de todo el mundo. El efecto del revés fue tan duro que el crecimiento económico - ganado a fuerza de pulmón en los últimos cinco años -, retrocedió al menos tres años. Todo se fue por la borda. Ninguna planificación resistió el embate.
De acuerdo a laos estudios efectuado por la CEPAL, América Latina y el Caribe fue la región más golpeada del mundo por el coronavirus. Los datos son duros: alrededor de 11 millones de personas contagiadas y un número de fallecimientos que casi llegan al millón – a nivel mundial son 60 millones de personas contagiadas y el número de decesos pasarán los casi 1,4 millones de personas -.
En términos económicos y sociales, nuestra región es la más afectada. Para la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), arroja como resultados una contracción del PIB del orden del 9,1%, el cierre de 2,7 millones de empresas, 44,1 millones de desocupados, 231 millones de personas en condición de pobreza, de las cuales 96 millones se encontrarán en situación de pobreza extrema.
La intensidad de estos datos negativos se explican – en gran medida -, por el mediocre crecimiento que la región registró desde 2014 y los rasgos estructurales en términos productivos y distributivos que caracterizaron históricamente su patrón disfuncional de desarrollo económico, social, político y ambiental.
En medio de este descalabro sanitario, hubo que reinventar y adaptar los entorno laborales a distancia, con el fin de cuidar la salud de los colaboradores de cada organización. Pero la montaña rusa de este experimento del teletrabajo, no cuenta – porque no hubo tiempo ni recursos para hacerlo – con las debidas mediciones de eficiencia, de programación y dotación de herramientas y metodologías de trabajo a distancia. Ni qué decir de la mínima disciplina del colaborador para cumplir con los horarios laborales pre establecidos, por el desorden propio de un hogar.
Durante mucho tiempo, muchas voces defendieron a capa y espada los beneficios del teletrabajo. En el año 2013, según estudios del ICWF, el 16% de los trabajadores afirmaba que su empresa les ofrecía la posibilidad de trabajar en remoto algunos días. En el 2015, ese porcentaje había ascendido a un 29% y, en el 2017, se redujo a un 20%.
Por lo tanto, este ingreso de lleno al trabajo remoto, resulta, por lo mínimo en el mayor experimento global que se ha implementado en el mundo laboral. Estamos en un vórtice de ensayo y error continuo. Ahora, todo dependerá de la capacidad de aprendizaje del empleado.
Incluso, aquello de "la empresa me tiene que formar", migra a "me formo de manera independiente en temas de valor personal que puedan aportar valor adicional a mi empresa". El empleado será más empleable en función de su capacidad de autoaprendizaje y su flexibilidad para afianzarse en campos de trabajo muy cambiantes. El trabajador del futuro pasará de "tener un empleo y un rol" a "tener proyectos y empleadores", incluso dentro de una misma empresa.
Los expertos aseguran que lo importante ya no será el rol del trabajador, sino su capacidad de proporcionar valor y, por tanto, su marca personal será esencial. Los profesionales más empleables serán aquellos que aceleren el cambio desde la digitalización y el uso eficiente de las herramientas tecnológicas y no los que lo se queden atrapados en la mera ejecución.
///