11 de septiembre (Infobae).- La pregunta rebota y llena el espacio aséptico en cada laboratorio y farmacéutica a lo largo del mundo. ¿Por qué la inmunidad de las vacunas contra el COVID-19 no dura más? Los científicos saben desde hace años que hay vacunas que brindan una protección “de por vida”, como es el caso de la formulación contra el sarampión, o la de la varicela o el tétanos que protegen durante 10 a 20 años.
Ahora bien, los funcionarios sanitarios en los Estados Unidos evalúan la posibilidad de autorizar refuerzos de dosis en el caso de adultos vacunados contra el nuevo coronavirus apenas 6 meses de completado el ahora primer esquema de vacunación inicial de dos dosis, en el caso de Pfizer BioNTech y Moderna NIH.
En todos los casos, el objetivo de una vacuna es brindar la misma protección que genera la infección natural, pero sin el riesgo de llegar a padecer una enfermedad grave o la muerte.
De acuerdo a Rustom Antia, profesor de biología en la Universidad de Emory de los EE. UU. que estudia las respuestas inmunitarias, “una vacuna realmente buena hace que una persona no se infecte incluso si está expuesto al virus”.
Existen, según precisó el especialista, tres niveles de defensa, que incluyen la protección total contra una infección y su transmisión; la protección contra tipos de enfermedades graves y transmisión y/o la protección únicamente contra enfermedades graves.
La eficacia depende de la magnitud de la respuesta inmune generada por la o las inyecciones, que induce una vacuna, la rapidez con la que se descomponen los anticuerpos resultantes, si los virus o bacterias tienden a mutar y por supuesto, la ubicación de la infección. Por su parte, el umbral de protección es el nivel de inmunidad suficiente para evitar enfermarse.
Según le explicó a The Wall Street Journal Mark Slifka, profesor de la Universidad de Ciencias y Salud de Oregon, “básicamente, son los niveles de anticuerpos o anticuerpos neutralizantes por mililitro de sangre. Las células T también contribuyen a la protección, pero los anticuerpos son más fáciles de medir”.
Hacia 1942 se confirmó que el umbral de protección en el caso de las vacunas contra el tétanos correspondía a 0,01 unidades internacionales por mililitro, cuando investigadores alemanes se expusieron intencionalmente a la toxina para probar los hallazgos de estudios previos que habían llevado adelante en animales. Uno de ellos se administró a sí mismo dos dosis letales de tétanos en el muslo y fue controlando sus reacciones. Su colega y coautor hizo lo mismo, pero con tres dosis letales. “Ninguno se enfermó”, precisó Slifka.
En el caso del sarampión, el umbral se determinó en 1985 luego de que un grupo de estudiantes universitarios en una residencia estuvieran expuestos a la enfermedad poco después de una donación de sangre. Los investigadores comprobaron después de una campaña de donación de sangre. Los investigadores comprobaron las concentraciones de anticuerpos en las donaciones de sangre de los estudiantes e identificaron 0,02 unidades internacionales por mililitro como el nivel necesario para prevenir la infección.
En ambos casos, la magnitud de la respuesta a las vacunas combinada con las tasas de descomposición de los anticuerpos producen respuestas inmunes duraderas: los anticuerpos contra el sarampión se descomponen lentamente. Los anticuerpos contra el tétanos se descomponen más rápidamente, pero la vacuna hace que el cuerpo produzca mucho más de lo que necesita, contrarrestando la disminución.
“Somos afortunados con el tétanos, la difteria, el sarampión y sus respectivas vacunas”, opinó el doctor Slifka. “Hemos identificado cuál es el umbral de protección. Realiza un seguimiento de la disminución de anticuerpos a lo largo del tiempo y, si conoce el umbral de protección, puede calcular la durabilidad de la protección. Con COVID-19, no lo sabemos”, advirtió.
Los científicos saben que históricamente, las vacunas más eficaces han sido las que utilizan virus replicantes, que esencialmente generan inmunidad de por vida. En el caso de las formulaciones contra el sarampión y la varicela, utilizan virus que se replican.
Las que no se replican y aquellas que son a base de proteínas (como la del tétanos), no duran tanto, pero su eficacia puede mejorarse con la adición de un adyuvante, una sustancia que mejora la magnitud de la respuesta. Las vacunas contra el tétanos y la hepatitis A utilizan un adyuvante.
Contra COVID-19. las vacunas de Johnson & Johnson y AstraZeneca usan adenovirus no replicantes y no contienen adyuvantes.
Por su parte, aquellas de ARN mensajero de Pfizer y Moderna utilizan tecnología innovadora de punta, no contienen ningún virus. Como agravante, los virus y bacterias mutan para esquivar la respuesta inmunitaria que el organismo genera y son más difíciles de controlar.
Un estudio reciente del British Medical Journal advierte que el sarampión, las paperas, la rubéola y la varicela apenas mutan, pero en el caso del coronavirus, se han encontrado al menos ocho variantes del SARS-CoV-2, el virus que causa el COVID-19.
“Esto hace que sea más complicado que la vacuna funcione”, especificó el doctor Slifka y añadió: “Estás persiguiendo múltiples objetivos a lo largo del tiempo. La gripe también muta. Con la gripe, nos hemos ajustado al hacer una nueva vacuna contra la gripe cada año que se asemeje lo más posible a la nueva cepa de gripe“.
Las vacunas contra la influenza pueden ofrecer protección durante al menos seis meses y hasta por un año.
Dejando de lado las complejidades de crear una vacuna eficaz para combatir un virus que cambia de forma, algunas esperanzas han girado en torno a la posibilidad de derrotar al COVID-19 al lograr la inmunidad colectiva, pero, según advierte el doctor Antia, la forma en que los coronavirus infectan el cuerpo lo hace desafiante.
“Es muy poco probable que las vacunas conduzcan a una inmunidad colectiva duradera para muchas infecciones respiratorias”, insistió el doctor Antia. Y agregó: “La inmunidad colectiva solo dura un período de tiempo modesto. Depende de qué tan rápido cambie el virus. Depende de qué tan rápido se desvanezca la inmunidad“.
Parte del problema es que los coronavirus se replican tanto en el tracto respiratorio superior como en el inferior.
“Tenemos buena circulación en nuestros pulmones y cuerpo, pero no en la superficie de nuestras fosas nasales”, detalló Slifka. “Podemos bloquear la enfermedad grave porque hay anticuerpos en el tracto respiratorio inferior”.
Pero el riesgo de infecciones de bajo nivel en el tracto respiratorio superior puede persistir.
En el futuro, las vacunas COVID-19 se actualizarán para combatir variantes del virus y, según adelantó una investigación del Imperial College London, la próxima generación de vacunas también podría centrarse en mejorar la inmunidad en las superficies húmedas de la nariz y los pulmones.
Habrá que ver en el futuro si para evitar nuevas formas del virus resbaladizo, se requerirán más inyecciones.