Alberto Zuazo Nathes, editor general de El Diario, recibió la semana pasada, la honrosa distinción de “Figura Representativa del Periodismo” que le otorgó la Universidad del Valle por su “labor loable y su larga trayectoria”, según destacó el rector Gonzalo Ruiz.
Conozco a Alberto desde hace 61 años, cuando aún imberbe y haciendo mis pininos en éste “hermoso oficio” (Gabriel García Márquez dixit) él ya fungía de Jefe de Información del decano de la prensa nacional.
Muchos años después coincidimos en la United Press International (UPI), él como corresponsal en Bolivia y yo en Venezuela. Un hombre completamente entregado al periodismo, sentó cátedra como defensor de la democracia y los Derechos Humanos a lo largo de toda su vida.
Hace unos años fue elegido al Tribunal de Honor de la Asociación Nacional de Prensa de Bolivia. El RP José Gramunt de Moragas destacó “la integridad, experiencia y méritos profesionales” de los elegidos. Un tremendo elogio proveniente de alguien de indiscutible autoridad.
En mis archivos tengo decenas de los despachos de Alberto durante los años de la dictadura banzerista y alguna vez releo esos amarillentos papeles que casi han perdido la tinta y me asombro de la habilidad que desplegó para informar al mundo de lo que pasaba en Bolivia. No todos tienen esa destreza para escribir entrelíneas, dadas las circunstancias.
Hoy copio algunos párrafos de la nota cuando fue elegido al Tribunal de Honor: “Fue un gusto trabajar con él cuando desde Nueva York la compañía me mandó a cubrir la Asamblea Ordinaria de la OEA en La Paz que terminó inesperadamente con el golpe de Estado del coronel Alberto Natush Busch.
También trabajé con Alberto en la cobertura del campeonato preolímpico de fútbol disputado en La Paz, pero cuando comprobé su fibra fue durante el golpe de Estado. Nunca perdió la calma. Ni siquiera cuando ametralladora en mano nos sacaron los golpistas de la Sala de Prensa de la OEA. Alberto, además de corresponsal, ocupaba un cargo en Ultima Hora. Desafiando a las balas (y la orden de nuestro jefe en Nueva York, Enrique Durand, de no arriesgar nuestras vidas) nos trasladamos a sus oficinas para usar el teletipo... hasta que otra vez nos descubrieron.
Creí perder un hermano cuando dejé a Alberto en medio de esas dos sangrientas semanas y una incierta situación política. Mis superiores me ordenaron volver a Caracas enviando en mi remplazo a Charlie Padilla, desde la oficina de Santiago de Chile. Alberto no podía escoger, ni hubiera aceptado irse. El siempre estuvo en la primera línea de combate”.
Actualmente Alberto está en el diario donde todo empezó. Casi siempre estuvo a cargo de subalternos. Jamás escuché a alguien quejarse de algún maltrato. De conversación agradable, Alberto siempre parece estar más dispuesto a escuchar que a hablar. Lo que tiene que decir, lo hace por escrito. No solo en sus artículos, sino también en libros, alguno de los cuales envié a la biblioteca del Congreso de Estados Unidos.
Cuando el abrazo de Charaña entre Augusto Pinochet y Hugo Bánzer en decenas de sus despachos no hay nada que se aparte de lo que realmente ocurrió y jamás se aventuró a opinar por sí mismo, porque en todas sus notas identificaba a los voceros y entrecomillaba sus declaraciones.
A lo largo de su carrera, Alberto ha recibido muchas distinciones, quizás si se revisara como informó al mundo de la violación de los DD.HH. en los años 70, se haría aún merecedor del Premio Libertad de Prensa de la ANP. Pero por encima de todo, el mejor premio es el reconocimiento de quienes trabajamos con él, un verdadero caballero del periodismo.
(*) Hernán Maldonado es periodista. Ex UPI, EFE, dpa, CNN, El Nuevo Herald. Por 43 años fue corresponsal de ANF.