Diciembre 29, 2024 -H-

Bendito sea tu vientre


Lunes 13 de Mayo de 2024, 2:15pm






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A falta de media hora para las dos, Lilith se apeó en el andén y respiró hondo. Alrededor, la gente iba y venía ensimismada y ella agradeció a algún dios por aquel tiempo prestado. Luego se llevó una mano al abdomen y sintió vida en sus entrañas.

 Entonces salió de la estación, cruzó la avenida y se encaminó a su destino. A medida que se aproximaba, le carcomían las dudas; oía claramente la voz de su padre. Era otra época, se dijo conservando la calma, pero su corazón latía con insistencia y las palabras se atribulaban en su mente. Como fuere, consideró, ya había tomado una decisión y no estaba dispuesta a ceder al remordimiento. Tampoco, pensó, tenía de qué arrepentirse. Quizás, si hubiera acabado de estudiar las cosas hoy serían diferentes. Pero no era el momento de echarse atrás.

 -¡Cuidado! ¡Está en rojo! Le gritó el conductor de un camión de mudanzas.

La señal de alerta sobrecogió a Lilith que dio un respingo y en su interior, la vida se expresó con un leve movimiento lateral de derecha a izquierda.

-Quieto ya llegamos. Dijo ella acariciándose la pancita y la vida respondió con el mismo movimiento sólo que de izquierda a derecha.

Lilith esbozó una sonrisa dulce y alcanzó la acera contraria. Un puñado de obreros apuraba una taza de café antes de volver al trabajo, un policía los observaba con el escepticismo de un perro guardián y una madre, cargaba a su bebé a la usanza de las mujeres indígenas del norte del país. Lilith la miró con tristeza, compadeciéndola de algún modo y reafirmó su voluntad a medida que remontaba una calle tomada por decenas de vendedores ambulantes. El vaivén de sus voces la aturdía, agotando sus sentidos, acercándola a su infancia, a aquellos días de mercado con su madre. “Aprende todo lo que puedas, pequeña. Algún día lo necesitarás”, le decía, y Lilith lamentó no haber aprovechado el conocimiento que su madre concentraba en un cuerpo tan menudo como sufrido que fue marchitándose hasta desaparecer con la primera brisa fría que anticipaba la llegada del otoño. Su madre, concluyó Lilith, nunca hubiera aprobado su forma de vida, al menos aquella que había escogido en cuanto perdió su empleo y se vio obligada a trabajar sirviendo mesas en un bar de los arrabales donde, naturalmente, una cosa suele llevar a otra. Por eso, siempre se había cuidado siguiendo los consejos de Rosaura; sabía que acostarse con cualquiera que tuviera cien pesos en el bolsillo implicaba un riesgo y cada semana se realizaba un examen médico hasta que, por una razón que le resultaba inexplicable, le informaron que estaba embarazada.  

-Tienes que deshacerte de él-le aconsejó Rosaura con un mohín circunspecto-Aquí no lo puedes tener.

Lilith lo entendió, metió cuatro cosas en una bolsa y se apartó de Rosaura y sus chicas. Ni siquiera consideró volver al pueblo. Pagó un cuarto y se encerró en ella misma. Una semana después hizo cálculos; los números no cuadraban y sintió vértigo. Por eso, en el umbral del consultorio, allá donde aguardaban tres mujeres, una de ellas casi una niña, Lilith se sumergió en esas miradas lánguidas, impregnadas de silencio que clamaban socorro en medio de la pobreza devoradora de voluntades. Lilith lo leyó en sus rostros tiznados de abandono y desesperanza y se vio reflejada en ellos. Era, en definitiva, una causa común y Lilith se sentó a esperar su turno, debajo de un reloj cuyas manecillas se habían detenido a la una y media. Entonces ella sonrió por lo bajo y deslizó una mano buscando la de la mujer sentada a su izquierda y ésta, sin mirarla, cogió la de aquella que parecía una niña que temblaba como una hoja desamparada. En ese momento, Lilith entendió que la vida merecía una segunda oportunidad aunque para ello tuviera que parir a un hijo de puta.

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