Cada año, desde el 2014, los vecinos del barrio Ciudad Satélite, en El Alto, llevan flores al epitafio del lugar donde está enterrado Choco, el amigo peludo que cuidó la zona por al menos cuatro años. Vecinos y viandantes ven con cariño el monumento del can que está situado en la Plaza Bolivia y recuerda al perrito que se volvió en un vecino más, el más amigable y guardián de todos.
Era un perro simpático. Tenía el pelo dorado, unos ojos grandes de color café y era de tamaño mediano, por ello fue bautizado como Choco.
Apareció una mañana en la parada de trufis, el año 2010, recuerda Rosmery Altamirano, una vecina del lugar. Se desconoce si el can fue abandonado o quizá estaba extraviado, pero en poco tiempo se ganó el cariño de la gente. Y vivió allí.
Rosmery acostumbraba alimentar a los perros callejeros que deambulaban por la zona y cuando vio a Choco no dudó en darle comida. Cada día, ella le invitaba un plato al igual que otros vecinos.
“Él estaba en ese lugar, donde un kiosco y nunca se ha querido mover de ahí, se volvió como territorial de ahí, cuidaba el lugar”, recuerda Rosmery.
Pronto, Choco ya era conocido por toda la gente del barrio, se acercaba a ellos moviendo la cola en son de saludo y a cambio recibía tiernas caricias, especialmente de niños.
El can también se dirigía hacia el sector de la fila de los trufis o incluso los acompañaba unas cuadras cuando caminaban en dirección a casa.
“Choco iba donde los pasajeros, les lamía la mano y a él le acariciaban la cabecita, como para ganarse la vida”, evoca la señora Rosmery.
En más de una ocasión, Rosmery trató de adoptar a Choco, quería convencerlo para que se quede con ella a fin de que tenga un techo, sin embargo, él no aceptó.
“Yo le decía, ‘vamos Choco’, pero me acompañaba hasta la iglesia y ahí se quedaba moviendo la cola mirándome como si me dijera ‘te acompaño, pero no voy a tu casa’”, narra.
El veterinario de la zona también quiso adoptar a Choco, pero tampoco tuvo suerte. Él estaba acostumbrado a vivir en la calle, cerca de la parada de trufis. Entonces, los vecinos decidieron ponerle una casita para que se proteja del intenso frío y ahí estuvo hasta sus últimos días.
Un día trágico
Choco acostumbraba ladrar por las noches como un guardián y se hizo bastante famoso. Sus fuertes ladridos espantaban a los delincuentes que intentaban cometer sus fechorías en el barrio.
Una noche, en el ejercicio de “guardián”, Choco ladró a unos antisociales que quizá planeaban robar en una casa o asaltar a alguien, pero ellos lo callaron con golpes fuertes en la cabeza, lo que lo dejó mal herido.
“Tenía una herida, le hemos hecho curar, había veterinarios que lo querían”, recuerda Rosmery.
Pero después de un mes, Choco fue nuevamente atacado, esta vez con un arma punzocortante. Este último hecho le cambió el destino, Choco decayó gravemente en su salud, vanos fueron los esfuerzos de los veterinarios para tratar de salvarlo. Conscientes de que el can ya no viviría mucho tiempo, los vecinos deseaban hacerle una despedida.
Choco murió un día de octubre del 2014; sus últimos días los pasó en la casa que le regalaron los vecinos. La despedida fue dura.
En su honor, Choco fue enterrado en la zona y unos años después, los vecinos lograron que se construya un monumento en su memoria. Nunca le faltan flores y la gente se detiene a verlo.
La historia de Choco está en la memoria de quienes lo conocieron y ayudó a tomar conciencia sobre la vida triste de los perros callejeros.
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