Días atrás, con horror e indignación, vi un video filmado por estudiantes, en el cual se evidencia la golpiza brutal contra dos adolescentes con necesidades especiales. Sentimientos de rabia e impotencia surgieron al calor de tan contundente prueba; tal video no tenía la finalidad de ser utilizado con fines investigativos, es más, respondía a un afán sádico de exposición. “Los agresores debían ser tratados como tal”. La Policía intervino, al igual que autoridades de gobierno, haciendo apología del delito, declaraban en todos los medios y la Unidad Educativa donde pertenecían, tanto las víctimas como los bravucones, resultaban con muerte moral y social. Todos perdieron y todos perdimos como sociedad.
Se habla mucho de la educación inclusiva, del derecho a la formación integral, de la adaptación del currículo en los colegios, se habla de buscar la excelencia académica, del saber, del ser y el decidir; pero a la hora de ser probada la juventud, los resultados son alarmantes. Tristemente poco alentadores. Con el COVID-19, se profundizó la brecha de la educación, que dejó un abismo entre los estudiantes con acceso a la tecnología y los que no contaban con la misma. Ahora, con esa circunstancia añadida, podemos percatarnos de que existe una realidad aún más cruel, la de no ser empático con el prójimo y no ser sensible con su dolor o condición.
Surge una reflexión imperante para ser tomada en cuenta en todos y cada uno de los actores de la sociedad, más aún, en los que estamos directamente involucrados en la crianza de un niño o niña. Se trata del paradigma de educar desde el amor y la ternura, que implica un reto por demás valioso, porque conlleva brindar desde lo más noble ambientes respetuosos, seguros, para que los niños y niñas crezcan, sensibles a su entorno, capaces de valorar la diferencia y con la conciencia plena de que el dolor del prójimo no se ignora.
Es un entorno donde la compasión, el respeto al medio ambiente; es decir, por cada ser vivo, se debe desarrollar cada día, con la capacidad de ponerse en el lugar del otro, de hablarnos con respeto y haciendo valer sus ideas como seres pensantes y tan dignos como uno mismo, para forjar de manera sólida y consecuente relaciones interpersonales saludables, donde no se sientan placer al hacer daño y creer que el diferente es inferior. A través del amor y la ternura es posible fomentar la solidaridad y entendimiento de la diversidad.
Ya para finalizar, educar desde el amor y la ternura implica un compromiso pleno de educadores, padres y madres, autoridades y la sociedad en su conjunto, para validar conductas positivas y no destructivas, conlleva fomentar autoestima en los estudiantes, calidez en el trato. Busca un enfoque de sociedad saludable, humanitaria, que promueva como buena práctica la construcción de la paz y la armonía entre todos y todas. Nuestros niños y niñas, generalmente, son el reflejo del hogar, seamos responsables de ellos, brindándoles entornos seguros y amorosos, para que ellos también lo hagan.
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