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El exilio y sus combinaciones

Es cierto, uno comparte las fiestas del trabajo, pero al día siguiente uno vuelve caer en el casillero de colega. Al fin y al cabo Suecia, es para los suecos


Martes 11 de Diciembre de 2018, 9:45am






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Carlos Decker Molina, periodista y escritor boliviano residente en Estocolmo (Suecia) desde hace mucho tiempo, es el autor de la novela Tomasa que obtuvo, en el año 2014, el tercer puesto en el Premio Internacional de Literatura organizado por la Editorial Quipus de Cochabamba (Bolivia). Se trata de una obra literaria de profundo contenido social en donde, Decker Molina se asoma al mundo literario tomando en cuenta como puntos de referencia Bolivia y Suecia. Así revela en este caso particular la dolorosa caminata del exilio. Tres personajes principales van rodando en la novela, y a medida que uno se adentra en la lectura forman un triángulo de conversación que crea tensión. Y, como consecuencia, mantiene al lector pegado a las páginas. Gualberto Paniagua Mamani es la metáfora del sufrimiento. Ingmar, periodista sueco, es la metáfora de la solidaridad sueca en los años 70. Pia, ex mujer de Ingmar y de Gualberto, es la metáfora de la libertad. Y en la lejanía Tomasa, la madre de Gualberto, es la metáfora de Bolivia.

Gualberto Paniagua es un boliviano de procedencia campesina que hilvanó su historia entre dos continentes. Su padre, un “sindicatero” desaforado, lo había raptado a corta edad del regazo de su madre Tomasa, quien sufría lo indecible por esta separación. En su país natal sufrió la tortura y la persecución por su militancia en un partido de izquierda. Con el paso del tiempo logra escapar a la Argentina. Y desde allí escribe cartas a su madre:
“Mamita Tomasa: Estoy en Tucumán y me he vuelto guerrillero del Ejército Revolucionario del Pueblo. Mis compañeros son muy buenos y me han dicho que ser guerrillero es subir en la escalera de la vida del hombre para ser un hombre nuevo. Cuando triunfe la Revolución que estamos armando para dar libertad a gente como vos iré a recogerte. Patria o muerte, mamitay; tu hijo Gualberto”.

En medio de mucho agobio, el destino juega a su favor y logra salir a Suecia. En este país nórdico obtiene el asilo político y, al igual que todo ciudadano, recibe un número personal: 530802 – 9159. A medida que pasa el tiempo conoce a Pia, la mujer con la que se casó, estudia ingeniería informática y obtiene un buen trabajo. Pero la relación con su pareja no marcha bien y se separa de Pia. Gualberto se compra un ático en pleno centro de Estocolmo, en un barrio bohemio, y deja atrás sus conceptos revolucionarios. Se olvida de la lucha por el pueblo, del proletariado y se vuelve un pequeño burgués. Es un hombre de moda, utiliza zapatos de excelente calidad, tiene costumbres caras, acude a restaurantes y cafeterías de moda. Todos esos cambios, que aparentemente se ven como un signo de prosperidad, no consiguen calmar su ansiedad. Sufre de trastornos psíquicos, tiene una profunda crisis de identidad y se encierra en su ático alejándose de todo el mundo. Se emborracha con su soledad mirando las paredes de su cuarto. En otras palabras, en Suecia, infierno y paraíso, está completamente abandonado. Pia, su ex mujer, comenta al respecto: ”Lo que me molesta profundamente es que sus colegas discuten y debaten con él sobre temas cibernéticos pero ninguno de ellos ha ido a visitarlo en su ático de Sibirien y tampoco lo invitan nunca. Departe amigablemente en todas las fiestas de fin de año con el personal de las empresas en las que trabajó, pero al día siguiente vuelve a ser el 530802-9159; es decir, retorna a la categoría profesional del colega y no del amigo”.

Dicho de otra manera, Gualberto carece de un entorno social que pueda ayudarlo de algún modo. Sus colegas son fríos y calculadores. No les gusta el alboroto y no quieren, para nada, inmiscuirse en los problemas de Gualberto. Jamás lo visitan, tampoco lo invitan a su casa, ni tienen una pizca de compasión por él. Pues en Suecia no existe la pasión latina o del Mediterráneo. Hay personas que han vivido muchísimo tiempo en este suelo nórdico, y nunca han sido invitadas a un cumpleaños, a una boda o a un bautizo de una familia sueca. Es cierto, uno comparte las fiestas del trabajo, pero al día siguiente uno vuelve caer en el casillero de colega. Al fin y al cabo Suecia, es para los suecos.

* Javier Claure C. vive en Suecia desde hace décadas.

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