Son horas tristes. Hay angustia, silencio, aflicción y también una oculta esperanza por la salud de Jorge Mario Bergoglio o Papa Francisco. Con prácticamente doce años en el trono de San de Pedro –esa gran escultura que creó el artista italiano Gian Lorenzo Bernini- es el pontífice más anciano desde León XIII quien fallece en 1903 a la edad de 93 años. El tiempo de Francisco será, sin duda, recordado como una época, tal vez la más, de compromiso social, de valor y advertencias a los poderes políticos y económicos. Es que no existió un Papa tan político, directo e implicado con la justicia social y la urgente visibilización del porqué de tanta pobreza. Por eso lastima su gastada salud y el saber que la vida de este hombre sin par va apagándose.
Aquel 13 de marzo de 2013 cuando la chimenea de la Capilla Sixtina del vaticano despidió el esperado humo blanco, no solo se elegía al sucesor de Benedicto XVI, quien a partir de ese momento se convertía en Papa emérito, sino que grababa la historia con el ascenso del primer pontífice latinoamericano, pero también, de forma inédita, el nuevo Santo Padre era jesuita. Dos hechos originales sin duda. Sin embargo, la atención se centró en el nombre que adoptaría para su pontificado: Francisco. Lo hizo en honor a San Francisco de Asís, el santo fundador de la Orden franciscana en el siglo XIII que consumió su existencia en un transcurrir de humildad, vida austera, vocación de servicio y abnegación por los necesitados.
Cuenta Francisco que “durante las elecciones, tenía al lado al arzobispo emérito de San Pablo, y también prefecto emérito de la Congregación para el clero, el cardenal Claudio Hummes: un gran amigo, un gran amigo. Cuando la cosa se ponía un poco peligrosa, él me confortaba. Cuando los votos subieron a los dos tercios, hubo el acostumbrado aplauso, porque había sido elegido. Y él me abrazó, me besó, y me dijo: ‘No te olvides de los pobres’”, “y esta palabra ha entrado aquí: los pobres, los pobres. De inmediato, en relación con los pobres, he pensado en Francisco de Asís. Para mí es el hombre de la pobreza, el hombre de la paz, el hombre que ama y custodia la creación; en este momento, también nosotros mantenemos con la creación una relación no tan buena, ¿no? Es el hombre que nos da este espíritu de paz, el hombre pobre”.
Con Francisco llegó una revolución. Si Juan Pablo II fue el Papa anticomunista, Bergoglio ha concentrado su palabra en una crítica radical y sin concesiones contra el sistema capitalista, el mercado y la globalización, pues lo considera un sistema injusto “desde su misma raíz”, son fuerzas que enaltecen el beneficio económico despreciando y olvidando el bienestar humano y el bien común. Su crítica ha sido también descarnada cuando tuvo que contradecir corrientes impulsadas por los sectores profundamente libertarios, esos que hablan de que el mercado por sí mismo puede resolver todos los problemas sociales. "El mercado solo no resuelve todo, aunque otra vez nos quieran hacer creer este dogma de fe neoliberal. Se trata de un pensamiento pobre, repetitivo, que propone siempre las mismas recetas frente a cualquier desafío que se presente".
Preocupado por la necesidad de una mejor política, advierte que esta, y lo hace con plena razón, no puede estar subordinada y sometida a la economía pues debilita con ello las capacidades del Estado de promover el bien común. Entonces, ahí afirma un principio que debe ser irrenunciable para la política y los políticos: siempre la economía al servicio de las personas y no convertida en un fin en sí misma. "Una economía integrada en un proyecto político, social, cultural y popular que busque el bien común puede 'abrir camino a oportunidades diferentes, que no implican detener la creatividad humana y su sueño de progreso, sino orientar esa energía con cauces nuevos'".
Criticado por sus posiciones políticas, por defender los movimientos y los liderazgos populares auténticos que interpretan el sentir de un pueblo ha sido señalado como un Papa izquierdista; las críticas también hablan de un Francisco que gobierna bajo una impronta de verticalidad impulsiva y muy ajena al papado, que “ejerce un poder autárquico y gobierna con un absolutismo monárquico sin precedentes en los dos últimos siglos” y que ello le ha generado insatisfacción dentro del seno de la misma iglesia.
Algunos, con recelo marcado, observan su accionar decidido contra Donald Trump e Israel por la cuestión migrante y el conflicto desgarrador en Gaza. Es un Papa diferenciado, discordante de lo convencionalmente correcto, ni progresista y tampoco de izquierda, sino un hombre que ha visto los ojos de quienes están tocados por la angustia de la miseria y la indiferencia. Conocer la pobreza no te hace -diría alguna vez- comunista de forma automática. Bergoglio se encara ante el poder occidental, le señala sus vicios y le marca sus ambiciones, eso lo convierte en un Papa incomparable, revolucionario, tan revolucionario como el abrir el pensamiento a la necesidad de otorgar la ineludible, correcta y humana bendición a parejas homosexuales.
Por ahí caminan quienes piensan que ha ido muy lejos buscando aperturas, para nosotros, es el hombre cotidiano y sencillo que fue Papa.
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