Nunca se había hablado tanto de la mala justicia boliviana, pero a la vez se dice tan poco de su efecto desdemocratizador y, al mismo tiempo nunca se hizo lo suficiente para superar su incidencia perversa en tanto dispositivo punitivo del poder político que fractura sistemáticamente el orden y la lealtad constitucional haciendo pedazos la autoridad del Estado Plurinacional. Estamos frente a un desgobierno de los jueces que han hecho de la juridificación del mundo de vida su modus vivendi privilegiado y han convertido al positivismo jurídico y al derecho penal en una herramienta punitiva de represión de la disidencia, de los que tienen el derecho democrático de poner en duda la gestión gubernamental, del empobrecimiento de los ciudadanos litigantes y, de enriquecimiento ilícito de la clase política, de la clase gobernante y de su apéndice judicial.
La desdemocratización por medios judiciales irregulares y la alteración del orden constitucional con magistrados del TCP con suprapoderes por encima de la Constitución y la suspensión arbitraria de las elecciones judiciales con amparos constitucionales y recursos de acción popular, es apenas la punta del iceberg de una múltiple crisis que está experimentando tempranamente el Estado Plurinacional. Al diluirse el sistema de división de poderes (art. 12 de la CPE) se ha producido la concentración del poder en el Ejecutivo, la diseminación y descontrol de la autoridad para gobernar, donde cada Órgano del Estado gobierna discrecionalmente y, las autoridades de los cuatro Órganos del Estado se sienten con las mismas facultades para hacer lo que quieren, o lo que quiere y le conviene a sus intereses grupusculares ¿El resultado? Una crisis múltiple, simultanea e indiferenciada (policrisis), desequilibrio general, desdemocratización, anocracia y golpe de Estado.
Los conflictos en el Estado boliviano han acumulado múltiples crisis de manera simultánea (crisis política, crisis de constitucionalidad, crisis social, crisis económica, crisis cultural y civilizatoria, crisis de convivencia y de cooperación, desdemocratización por medios judiciales autoritarios, corrupción patológica, ingobernabilidad política, gobiernos descontrolados e inestabilidad económica), la imposibilidad de imaginar un principio o modelo de identidad colectiva atractivo y de estrategias cooperativas que permitan gestionar hechos complejos y de difícil solución, trae como consecuencia la deriva autoritaria y una policrisis que encadena todos los males cual si fueran una formula venenosa.
El profesor Joan Subirats se refiere a la policrisis como una combinación de riesgos, amenazas y problemas enquistados, y que hace “cada vez más difícil saber por dónde orientar las políticas a desplegar por parte de los poderes públicos. No es solo que se desconozcan las respuestas a los retos planteados, es que resulta sumamente complicado definir y delimitar con exactitud cuál es el problema específico que se quiere afrontar” y agrega “La situación de policrisis es extremadamente compleja, ya que cada uno de sus componentes interactúa con otros y afecta a múltiples intereses y actores, situados en todas las escalas posibles, desde la global hasta la más cercanamente local. El conocimiento, la ciencia, nos pueden ayudar a hacer más manejable esa infinita complejidad, sin reducir precisamente la riqueza de matices de esa realidad. Otra cosa es que lo que nos diga la ciencia nos sirva para elaborar y poner en práctica una política concreta de respuesta”. Joan Subirats. ¿Pueden los científicos ayudar a la democracia?. El País de Madrid. 23 de Junio de 2024.
La diversidad social va en aumento y las capacidades estatales para resolver demandas múltiples son limitadas. Estos problemas de creciente complejidad, la incertidumbre e imprevisibilidad y la desconfianza generalizada en la clase política, se expresan en el Estado Plurinacional de Bolivia como una policrisis y, la única manera de enfrentar las crisis múltiples y simultaneas es conectando la ciencia con las decisiones públicas y estructurando un modelo de políticas públicas interculturales con capacidades estatales para tratar problemas complejos con soluciones diferenciadas democráticamente para satisfacer demandas ciudadanas, colectivas regionales, de clase y étnico-religiosas.
Las anocracies (anocracias) se las puede definir como una mezcla de anarquía y autoritarismo; un nuevo intento para controlar las pulsiones anárquicas de las masas por medios autoritarios, clientelares y prebendales; este tiempo dirá Salman Rushdie en su fascinante novela Quijote es el tiempo “en la que la turba gobierna, y el smartphone gobierna a la turba”. Una turba enojada, con sensaciones entremezcladas de anarquía y autoritarismo, cuyo enojo contra los políticos y las instituciones públicas va en aumento hasta que explota la violencia incontrolable y el hombre común pide desesperadamente un jefe autoritario con poderes salvíficos. En pocas palabras, estamos muy cerca de la anomia y de la ademocracia.
Charles Tilly, profesor de la Universidad de Columbia (cuyo libro fue originalmente publicado en inglés como Democracy en 2007 y en español como Democracia en su reimpresión el 2017), nos hizo saber que la democracia avanza y retrocede de manera permanente y puede ser derrotada por las corrientes autoritarias, a este equilibrio inestable le denominó desdemocratización. ¿Cuánta democracia efectiva se ha construido desde 1982 en Bolivia?, los avances democráticos son decepcionantes, la democracia intercultural está estancada y la conquista de derechos para todos en entredicho, esto porque se ha enquistado en lo público un oligarquismo de camarillas; sin embargo es difícil no reconocer que el ideal democrático es el mejor que tenemos, no obstante que hoy el Estado Plurinacional atraviesa por una fase de desdemocratización con serios indicios de retroceso por medios judiciales que la están destruyendo. Este reflujo democrático tras la caída de la democracia pactada continuo cuando el MAS desconoció la pluralidad, la alternancia y la interculturalidad y no tuvo la capacidad de articular los principios de la democracia liberal con los de la democracia participativa y comunitaria que se reconocen en la Constitución y la Ley 026. Las nuevas elites a la cabeza de Evo Morales concluyeron peligrosamente que era mejor instaurar un sistema político hegemónico y homogénico que desconocía la diversidad estructural y reafirmaba la convicción de eliminar a sus enemigos, estaban convencidos de que solos podían con todo y con todos; un grave error histórico el de querer la absorción del contrario que nos ha conducido a un callejón sin salida. Al igual que Hegel que dijo que “El error de la revolución francesa fue el de haber insistido en eliminar a su antítesis cultural, y el resultado de dicha insistencia fue el terror” (Jameson, 2009), algo parecido se avizora en el horizonte de la desdemocratización.
He caracterizado insistentemente al régimen político como Juridictadura, como el gobierno que gobierna con magistrados, jueces, fiscales y vocales fascistas y profundamente corruptos. Este es el retroceso y el peligroso camino hacia el desequilibrio general que ahora se puede identificar como desdemocratización por medios judiciales. Fue una genialidad de Antonio Gramsci hacernos comprender la política como equilibrios inestables y no menos genial la de Charles Tilly al mostrar la desdemocratización; en mi evaluación, política y democracia, corren el riesgo de caer en desequilibrios totales si es que no se tiene capacidades estatales para gestionar la policrisis y sus efectos desdemocratizadores que combinan de manera compleja anarquía y autoritarismo y, si es que no se detiene este retroceso a la boliviana: uno de esos retrocesos para el Estado democrático, constitucional de derecho es la desdemocratización con fallos judiciales encomendado a parajudiciales venales investidos con toga y martillo.
El Estado de excepción significa que los de arriba pueden hacer lo que quieran sin miedo a las consecuencias de sus actos. La legitimidad y la popularidad no sólo se busca en las urnas sino también por otros medios como los golpes de Estado inventados; todavía persiste la conflictiva narrativa del golpe de Estado y del fraude electoral, cuando escribí mi artículo “Narrativas del fraude y del golpe” (Página Siete, 20 de agosto de 2020), sostuve la opinión (la política siempre es cuestión de opinión) de que en esa coyuntura se había producido un complejo movimiento que oscilo del fraude cometido por el gobierno de Evo Morales a una violación de las reglas de transmisión del mando orquestado por los grupos opositores; hoy los intelectuales institucionalizados e incluso los masistas solapados afirman categóricamente que solo hubo y que hay golpe de Estado, recurriendo a su palabra fetiche: la derecha.
La arrogancia “revolucionaria” de Evo Morales, de la cúpula masista y de sus movimientos sociales degenerados en grupos de interés no comprenden la magnitud de la policrisis ni de la desdemocratización, su proyecto de poder es pertinaz en la idea del poder total y que el proceso de cambio no necesita de la diferencia y menos del derecho democrático a dudar de los beneficios del modelo económico y del mesianismo del “gran benefactor” que insiste en retornar al mando del país “por las buenas o por las malas”.
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Politólogo y abogado, Docente UMSA.