¿Por qué se hacen odiar tanto los cruceños? Un pregunta compleja que conlleva a una serie de respuestas difíciles. Arranquemos con una afirmación, el cruceñismo se ha vuelta odioso para el resto del país, esta actitud fundamentalista basado en un pilar identitario purista y conservador ya ha saturado a los y las bolivianas. Ese discurso extremo, que llegó a su radicalidad más alta en noviembre del 2019, se ha desgastado y saturado, tanto que la Santa Cruz de hoy, se halla aislada y dividida.
Todo indica que Bolivia está cansada de Santa Cruz, poco a poco va dejando de quererlos, cada vez que dicen luchar por la patria, en realidad, lo hacen por el cruceñismo, por esa postura que afirma ser diferente y mejor que el resto, cuando se jactan de ser el departamento que más crece, que tiene mucho más desarrollo que los demás, que son especiales porque en teoría, no dependen de nadie, para ser demográfica y económicamente superiores, asumiendo no ser parte de un todo, sino una única y exclusiva región.
Este discurso regionalista, sostenido por décadas, refleja un cierto complejo de superioridad, tanto que suelen referirse al resto como occidente y no es que se lo diga, en el sentido geográfico sino en uno peyorativo, como si fuera malo, tan negativo es que cualquier líder, nacidos de los suyos, que ose mirarse, parecerse, juntarse, aliarse con al que ellos consideran el enemigo de turno, es considerado como traidor a los intereses cruceños y por tanto un paria, al que se debe someter a las listas negras de la denostación y acoso, básicamente al que piensa diferente, llegando al extremo de humillar hasta sus símbolos originarios.
A su enemigo principal lo suelen llamar “centralismo”, si no es este gobierno o si fuera otro su relación fuese igual, el maltrato que le dan será el mismo, porque su deseo va más allá del sentimiento racista que domina las élites cruceñistas, se basa en las gigantescas ansias de ser independientes, al que han proyectado en dos niveles: o somos “libres” por nuestra cuenta o “liberamos” al país, lo primero plantea un deseo separatista y lo segundo la toma del poder, quiere decir, gobernar a Bolivia, para impartir su particular visión de nación, anclada siempre una idealización de un pasado que impulsa una conducta fundamentalista.
Oportunidad que se les dio con el periodo Añez-Murillo, después del banzerismo, nunca antes tuvieron la chance de dirigir al país, la ocasión de demostrarle al occidente y/o centralismo, a los otros, a los de allá, a los del frente, a los del fondo, a los que no son de aquí pero viven aquí, a los que no crecen como nosotros; que son no solo capaces sino los mejores para conducir la nave del estado, mucho más si afirman que sostienen al país, pero se aplazaron.
Se considera a este oscuro y nefasto periodo como uno de los peores que le tocó a Bolivia, ni siquiera sus aliados ocasionales quieren asumir su rol de complicidad porque sencillamente aceptar su participación significa el más grande quemazo político. Se supone que en ese tiempo tuvieron la opción de demostrar que eran mejores, muchos de sus líderes asumieron cargos en el gobierno inconstitucional y por los resultados, se descubrió que otra cosa es con guitarra, el administrar el estado no es tan sencillo como pronunciar adjetivos descalificativos desde la plaza principal. La simple compra de bienes y contratación de servicios los sepultó, sin considerar la muerte de decenas de bolivianos y la corrupción de alto nivel.
Ahora, ese liderazgo se hace cargo del desarrollo cruceño hace aguas, porque prioriza el discurso político por encima de la gestión y ahí es dónde sufre el aplazo, comete el grave error de politizar su economía. Se informa que sus niveles de ejecución en obras y proyectos, son bajos, pero prefieren continuar apostando a la confrontación, unos dicen que para disimular los malos resultados, entiéndase a las gestiones anteriores a este periodo y a la actual. Otras voces señalan que se profundiza la contradicción en la que viven, desean no depender del estado, pero a la vez presionan al estado por más recursos, está claro que si se alcanzaran el proyecto separatista, el federalismo que anhelan o una autonomía al cien por cien, no podrían lograrlo, ante la falta de capacidad para implementar un dominio económico propio.
De que tienen derecho a ser y pensar lo que quieran, lo tienen; de ahí a estar apelando constantemente a la violencia para conseguir o imponer sus objetivos es otra cosa. Hoy esta Santa Cruz se halla dividida por que su esencia purista ha cambiado, es más diversa y plural, ya sea por el efecto migratorio o por el crecimiento democrático participativo de las nuevas generaciones. Van a un nuevo paro cívico, su protesta mayor, con una profunda crisis de identidad a cuestas, el cruceñismo tiene que volver a verse en el espejo, encontrarse así mismo y empezar apostar por la construcción un diálogo con el resto de los bolivianos, que poco a poco ha dejado de entenderlos, tanto que se ponen no solo odiosos, también antipáticos, mientras más impulsen una guerra santa contra “los otros”, solo cosecharán un genuino y merecido rechazo.