Con algún rol protagónico, y desde hace más de cuatro décadas, la oposición política en nuestro país se ha rearticulado como consecuencia del advenimiento de la democracia.
Ese rol demandó, inusuales y remozados esfuerzos para su propio fortalecimiento y proyección, sin embargo, tuvo que tolerar en su interior, arremetidas y embates, en lugar de ser beneficiada con su afianzamiento.
Con notorios altibajos, ese comportamiento pudo ser observado hasta los primeros años de este siglo.
Con el posicionamiento del Movimiento Al Socialismo (MAS), que abruptamente emergió en el escenario político nacional, y que tomó las riendas del gobierno, la oposición empezó a transitar entre la intermitencia y la trivialidad, hasta casi, pasar desapercibida en la actualidad.
La interpelación es un instrumento que permite, en este caso para la oposición, desarrollar insoslayables labores de fiscalización, prerrogativa, casi exclusiva de los parlamentarios. Este recurso faculta a los “padres de la patria”; primero, al llamamiento, y dos, al cuestionamiento a cualquier servidor público que ostenta poder, sin importar su ubicación en la escala de la administración pública.
Las esporádicas muestras de esa práctica se circunscribieron inicialmente y con excesivo entusiasmo en la solicitud interpelatoria o planteamiento de la exigencia, sin embargo, esa exhortación, por la mayoría congresal, que controlan antes una, ahora dos facciones del MAS, sin dubitaciones, la neutralizaron o la desestimaron. Con esa truncada intención, los interpelantes (planteados por los opositores), resignados de su inocua acción, paradójicamente, expresan su satisfacción, por el “deber cumplido”.
De esa acción, el estoicismo se apropia de la oposición, y en muchas ocasiones, ese comportamiento promovió un recurrente transfugio político, conductas curiosamente, casi exclusivas de la oposición.
Mientras, la causa original para esta tarea inquisidora, desbaratada, casi de inmediata por el oficialismo, es decir, las irregularidades y otros actos lesivos a los bienes públicos, siguieron gozando de las impunidades e inmunidades, patrocinadas por el poder actual.
Al conformismo general de la oposición, al anquilosamiento de su desenvolvimiento colectivo, al censurable transfugio, suelen sumarse otras dos prácticas más, no menos arteras: la ausencia de una contundente, única y maciza posición política de la oposición frente al actuar oficialista. Y principalmente, los categóricos cuestionamientos y controversias de sus conductas, entre ellos mismos.
El desventurado e infortunado bloque de la oposición política, seguramente, implora la conclusión de mandato, porque la vitalidad inicial, la entereza y las iniciativas, fueron soterradas por ellos mismos.
Concretamente, el fervoroso afán de autoflagelarse, el silencio como opción, el asediarse como práctica agraciada, y el pretender anularse y proscribirse a sí mismos, les resultó más efectiva y útil que la acción neutralizadora del oficialismo, quienes seguramente con disimulos, gratifican la docilidad y el manso rol de la oposición.
En ese contexto, para una real oposición política única, contundente y fortalecida, el futuro no es alentador, sin embargo, siempre y aún, hay un recurso talvez quimérico: la esperanza.
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