La verdad es que quería escribir algo en contra del odio, ese sentimiento que el pasado fin de semana se llevó la vida de 50 personas en un club nocturno de Florida. Sin embargo, el día lunes hubo paro de transportes en La Paz y estoy odiando que no tienen idea a los minibuseros. ¿Por qué negarlo? Señores transportistas de La Paz, los detesto. Me parecen una patota de mediocres, chicaneros y borrachos a los que no les interesa nada más que sus contubernios políticos y la tajada que de ahí sacan.
Pero, qué cosa curiosa, el día del paro le comenté a cada persona con la que me encontré cuánto odio a estos nefastos personajes paceños y noté algo: cada vez que lo mencionaba, lo repensaba. Es decir, sentía que en realidad no los odiaba tanto. Cuando hablaba con alguien, surgía una arista diferente del problema: que se lo fumaron al alcalde, que hay intereses partidarios, que se resisten al cambio y vamos, quién no le tiene miedo al cambio, el público también peca de indisciplinado… de repente, me hallé considerando opciones de solución. Y finalmente, pensé, la forma de que ganemos todos no pasa por firmar una ley sino por un cambio cultural en la ciudad, donde todos seamos más ordenados. En pocas palabras: justifico mi odio hacia los minibuseros por sus abusos y por el desorden que provocan. No los odiaría si no fuese por esas causas, y la verdad, soy parte de la solución de las mismas. Lo más racional entonces, es no alimentar ese odio sino trabajar en las soluciones y punto.
¿Qué pasa entonces con el otro odio, ese que lleva a un hombre a matar a 50 personas porque no le gustó ver a dos hombres besándose? Es un tema muy distinto. El asesino odiaba a sus víctimas por ser como eran, ellas nada le hicieron. No dañaron a alguien de su familia, nunca le robaron, no le quitaron nada. Simplemente eran diferentes en algo muy íntimo, su vida sexual y sentimental. Lastimosamente, este hombre halló la manera de hacerse con un arma (comprar un rifle AR-15 en EE.UU. es más fácil y más barato que comprar un iPhone) y entró a una discoteca gay. Una vez allí, abrió fuego y segó medio centenar de vidas.
Ese odio, lastimosamente, se alimenta cada día. Lo vi crecer durante esta semana cada vez que algún imbécil (que los hay) celebraba la tragedia en Internet, y cada vez que escuchaba de la pronta realización de la “marcha por la familia natural” o algo así. Al parecer los organizadores (iglesias e instituciones guardianas de la “moral y buenas costumbres”) no entienden que su movilización en defensa de la familia está alimentando el odio. Cada vez que llaman a la homosexualidad abominación o perversión, cada vez que hablan de orientaciones sexuales como algo que les da lástima porque se puede y se debería corregir, están fomentando un sentimiento de rechazo y de miedo hacia una minoría que solo pretende hacer valer sus derechos. Peor aún, el discurso de dichos portavoces hace uso de versículos de la Biblia en su contenido, y adopta en su forma un tono paternalista, asumiendo una posición de superioridad moral totalmente errónea y poco recomendable para el intercambio de ideas.
Vivimos tiempos complicados. Todo cambia muy rápido y es casi normal que veamos cosas que pasan y digamos “no entiendo”. Ante ese panorama, sin embargo, lo único que queda es abrir el corazón como una forma de abrir la mente, de manera que podamos colocarnos en el lugar del otro y entender, o por lo menos hacer el intento. Pero ante todo, alimentar un deseo de entendimiento para no quedar boyando en el odio a lo diferente.