Me duele aún encontrar en los ojitos de Abigail, en su cuerpecito el dolor acumulado de siglos.
Me duele verla postrada y con agujas por todo lado. Siento su dolor como el mío propio y no lo puedo aguantar, no puedo mirar sin sentir su sufrimiento, pienso que debo pedir perdón; pienso que lo hecho para evitar la violencia no alcanzó para ella. Me doy cuenta que falta mucho por avanzar, mucho por trabajar
Pienso que no podemos hablar de revolución si tenemos estos hechos tan cerca de nosotros, pienso que todas las revoluciones deberían acabar primero con la violencia, particularmente aquellas que tienen como víctimas a las niñas a los niños.
Estoy perdido en mis propias derrotas, veo su cuerpecito y me aterra imaginar en lo que debió sufrir tan pequeñita, tan indefensa.
No encuentro explicaciones, por donde busco, simplemente no las encuentro. Me da rabia, me duele el corazón, mi cerebro quiere huir. Quiero huir, porque tantos hospitales construidos, tantos médicos graduados, tantas leyes contra la violencia no alcanzaron a defender a Abigail, no alcanzaron.