Abril 27, 2024 [G]:

Un momento para la posteridad


Jueves 14 de Marzo de 2024, 6:15am






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Julio ha hecho cientos, me atrevería a escribir, miles de fotografías en sus más de setenta años de vida, cincuenta y pico dedicándose a la ingrata y mal pagada profesión de reportero gráfico. Lo visité hace un par de días en una habitación de hospital, convaleciente de un problema renal que, por respeto a su petición, no pienso detallar. Lo cierto es que entre recuerdos y batallitas-el 12 de febrero de 2003 mantuvimos firme el estandarte del periodismo reporteril de siempre, en medio de una balacera entre militares y policías-me contó una historia apasionante, de esas que estimulan mi vena literaria y que les voy a compartir brevemente.

Resulta que a fines de la década de los ochenta, cuando el país se recuperaba de las drásticas medidas estructurales adoptadas por el gobierno de Víctor Paz para frenar la catástrofe económica, un fotógrafo se ganaba unos pesos retratando familias, matrimonios, quinceañeras, recién nacidos y, en algunos casos muy puntuales, cadáveres a pedido de la Policía con fines investigativos, naturalmente. El fotógrafo en cuestión que Julio bautizó como “digamos Pablo”, alquilaba un conventillo de la calle Murillo donde también tenía un estudio al lado de la habitación de su esposa, a quien se le había diagnosticado cáncer. Pablo era consciente de que el tratamiento era oneroso, imposible para el modesto bolsillo de un fotógrafo honrado. De hecho, Pablo y su esposa estaban solos; habían decidido no tener hijos y mantenían a la familia lo más lejos posible. Por eso, cuando Pablo y señora recibieron la devastadora noticia de los labios balbucientes de un médico joven e inexperto, el fotógrafo decidió consagrarse a hacer que la vida de su mujer fuera lo más feliz posible. En todo sentido. Me explico. Deme usted un segundo para recuperar el aliento.

Por una cuestión de decisión mutua (no existe nada más democrático que la conjura de una pareja para conseguir un objetivo), ella le pidió a Pablo que renunciaran al sexo convencional. “Con toda esa mierda de quimioterapia, todos esos fármacos recorriendo las venas, quién va a tener ganas”, me explicó Julio encogiendo los hombros.

“Jamás te hubieras imaginado, Ramoncito, lo que propuso la mujer enferma. Mirá, le dijo a Pablo, vos no tienes por qué contenerte. Puedes ir con quien quieras. Vos ya me entiendes. Pero con una condición”.

Me acerqué a Julio cuyos ojos expresaban una mirada inquietante, como si estuviera a punto de develar un secreto o la confidencia de un moribundo. Entonces, mi amigo el fotógrafo dijo humedeciendo los labios con la punta de la lengua:

-Ella, más lúcida que nunca, tomó una de las manos de Pablo y trazando media sonrisa en su rostro lívido y cansado le explicó los términos de un contrato con una cláusula de cumplimiento obligatorio que decía: “Tienes que fotografiar el momento para la posteridad. Sólo así sabré que nuestro amor trasciende la cama. No hay infidelidad ni convenciones morales. Sólo es sexo”.

 -¿Y lo hizo? Bah, son huevadas. Reaccioné escéptico.

Julio cogió su viejo y gastado morral donde guardaba dos cámaras fotográficas, un cuaderno, un bolígrafo y una navaja suiza multiuso y extrajo una foto con tonos sepia.

-Dime qué es esto.

Enmudecí de pronto, bajé la cabeza y, al fin, conocí a Julio derrapando las curvas de una mujer.

-Como éstas, tengo una quince en un baúl. Souvenirs, Ramoncito. Confesó Julio y un segundo después rió a carcajadas como sólo lo hacen los notarios veteranos de la cotidianidad conscientes de que, al filo de la cornisa, ya no tienen nada que perder.  

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