El 6 de diciembre del 2015 la oposición venezolana sorprendió al mundo al propinar un severo revés al régimen despótico de Nicolás Maduro apoderándose de la mayoría calificada de la Asamblea Nacional. La votación popular fue tan aplastante que no hubo margen de maniobra.
Aún así, Maduro fue instado por energúmenos como Diosdado Cabello, presidente de la AN, a desconocer los resultados o a inventarse cifras irreales. El ministro de la Defensa, Gral. Vladimir Padrino, se opuso a la villanía.
¿Lo hizo por convicción democrática? ¡Pamplinas! Fue presionado por los militares, inclusive chavistas, que vieron claramente que si se burlaba la voluntad popular, como en los comicios presidenciales de abril del 2014, era inevitable un levantamiento popular que hubiera tenido que ser aplastado a sangre y fuego.
Padrino hace 2 años que debió pasar a retiro, pero es mantenido en el cargo porque es el “hombre bisagra” (Rocío Sanmiguel, experta en temas castrenses, dixit) entre los militares institucionalistas y el alto mando militar, declaradamente chavista, del que forma parte sin disimulo. Esa su credencial para retener el ministerio.
Maduro y el chavismo recalcitrante no vieron con buenos ojos que su hombre de mayor confianza entre los uniformados se haya decantado por respetar los resultados de los comicios parlamentarios del 6D. Maduro anunció tajantemente que los militares en el gobierno volverían a sus cuarteles.
Y es que desde hace casi 18 años, los militares son los que mandan en Venezuela. Hugo Chávez los engolosinó con ministerios, otros cargos públicos menores, embajadas, los puso al frente de misiones y comisiones, sin que jamás tuvieran que rendirle cuenta a nadie. Hoy mismo de las 24 gobernaciones, la mitad está en manos de los uniformados.
La bravata de Maduro duró lo que un suspiro, porque al agudizarse los problemas económicos, sociales y políticos en Venezuela, puso en manos de los militares el manejo de las industrias básicas, desde la petrolera, la principal fuente del ingreso de divisas, hasta las empresas que explotan y desarrollan áreas como las del sector minero, forestal, industria del aluminio y servicios.
Esto ya eran palabras mayores. Los militares pasaron a ser empresarios olvidándose del papel que les asignó Chávez de vender verduras y pollos los fines de semana en la Avenida Bolívar de Caracas. La semana pasada Maduro no solo ratificó en el cargo a Padrino, sino que prácticamente le entregó la presidencia.
Le creó un cargo que no existe en la Constitución para supervisar todo lo relacionado con la distribución y entrega de alimentos en un país que se muere de mengua. Todos los ministros estarán bajo sus órdenes. Virtualmente está inclusive por encima del vicepresidente Aristóbulo Isturiz.
Como esas atribuciones al jefe militar y sus subordinados no están en ninguna parte de la Constitución, es absolutamente claro que en Venezuela se produjo un Golpe de Estado seco, sin disparar un tiro. Padrino no es ya solo un apellido, si recordamos la exitosa novela de Mario Puzzo.
Gran parte de la oposición se ha quedado asombrada, aunque algunos de sus portavoces creen que es una movida desesperada en los estertores del régimen moribundo. Ya sea que el régimen perdure o se acabe, todo queda en manos del “padrino”, por ahora dueño y señor de Venezuela. Amanecerá y veremos.
(*) Hernán Maldonado es periodista. Ex UPI; EFE, dpa, CNN, El Nuevo Herald. Por 43 años corresponsal de ANF de Bolivia.