08 de mayo (César Sánchez, revista impresa Oxígeno).- “Si Dios no te ha querido llevar es porque, seguramente, aún tienes que pagar tus pecados”, esas fueron las palabras con las que su doctor le dio el alta médica y le autorizó volver a su hogar.
Alejandra tiene 19 años, vive en la zona de la Periférica, al norte de la ciudad de La Paz, y estudia medicina por el profundo respeto que tiene a los profesionales que trabajan para salvar vidas.
La vida de Alejandra cambió drásticamente hace casi tres años. Desde entonces, ella no volvió a subirse a una flota, no volvió a escuchar las canciones de su antigua banda favorita y dejó de ayudar a su mamá en sus negocios.
Transcurría el año 2012 cuando, un sábado como cualquier otro, ella se levantó a las 7 de la mañana. Se vistió con un deportivo, se puso los audífonos que le hacían escuchar su música favorita y se fue a tomar la flota que le llevaría a Coroico, a dar encuentro a su madre.
Y es que ella viajaba cada dos semanas a Coroico, donde iba a dar encuentro a su mamá, una comerciante de ropa.
“Recuerdo que el bus iba a una velocidad bastante acelerada. Muchos pasajeros le dijeron al chofer que baje la velocidad yo solo estaba sentada escuchando mi música”, cuenta.
Eran las canciones de Maná, grupo mexicano, las elegidas para amenizar el viaje de Alejandra, aquel día que nunca más olvidará.
El bus en el que viajaba se encontraba casi a la altura del puente Mururata, cerca de la población de Santa Bárbara en el municipio de Coroico.
De pronto, en cuestión de segundos, su viaje se convirtió en “un infierno”. “Recuerdo que de pronto el bus empezó a dar vueltas rápidamente, las ventanas se rompieron y todos empezamos a gritar sin saber qué hacer”.
Ella cuenta que producto del impacto se golpeó repetidamente la cabeza, se rompió el labio superior y sufrió una fisura en el brazo izquierdo además de múltiples goles en todo su cuerpo.
Y es que debido al exceso de velocidad, su bus dio un vuelco de campana. “Me acuerdo quedamos boca abajo y tuvimos que salir por las ventanas. No sé si las demás personas murieron o lograron salir. Ya no me acuerdo de nada más”, asegura.
En Bolivia, según datos de la Dirección Nacional de Tránsito, ocurren aproximadamente 85 accidentes vehiculares diariamente.
Los datos del Instituto Nacional de Estadística, indican que durante el año 2014 se registraron 31.782 accidentes de tránsito en todo el país.
Alejandra cuenta que debido al impacto se desmayó y recobró la conciencia en el Hospital Municipal de Coroico.
“Después me trasladaron al Hospital Arco Iris”, asegura. Debido al impacto tuvo que ser enyesada de su brazo izquierdo y suturada en su labio superior. Sin embargo, las peores consecuencias fueron las mentales.
Desde ese día, ella no ha vuelto a viajar y asegura que prefiere no hacerlo. “Ya son dos años que no he vuelto a salir de La Paz, si mi familia viaja yo prefiero quedarme”, cuenta.
Desde ese día no ha vuelto a escuchar ninguna canción de Maná, pues le recuerdan ese trágico día. Además, en lo posible, prefiere no andar en ningún vehículo. “Trato de calcular mis tiempos para poder llegar a cualquier lugar caminando. Y cuando me voy en auto, trato de estar cerca de la ventana, eso me da algo de seguridad”, asegura.
Y es que las reacciones que tuvo Alejandra son algunas de las consecuencias psicológicas que puede tener el sufrir algún accidente de tránsito.
El psicólogo Alfredo Rivas, asegura que esta situación genera un Trastorno por Estrés Postraumático, que es un “problema de ansiedad que puede ocurrir después de que su seguridad o su vida se ven amenazados, al presenciar una experiencia traumática o vivirla en carne propia”.
Las principales consecuencias psicológicas de estas experiencias, denominadas traumáticas, son las del sentimiento continuo y generalizado de zozobra, ansiedad y preocupación; problemas al manejar o al subir a otros vehículos; irritabilidad, preocupación o rabia excesivas; pesadillas o dificultad para conciliar el sueño; recuerdos continuos del accidente, entre otros.
De ellos, el más común es el de la evasión. “Normalmente las personas pueden sufrir una gran tensión psicológica ante ciertos objetos o situaciones que les recuerdan el evento traumático”, aseguró Rivas.
El psicólogo paceño afirmó que estas personas pueden llegar a evitar “las cosas que evocan el origen de su malestar, al grado de que pensamientos, sentimientos o conversaciones sobre el accidente son cambiados en forma abrupta. También es común que algunas actividades y personas que antes eran comunes se vuelvan cada vez más lejanas”.
El conductor y el pasajero, dos caras de una misma moneda
A pesar de que las reacciones ante un accidente de tránsito son distintas en cada persona, al revista impresa Oxígeno encontró dos historias que, de alguna manera, han tenido respuestas similares y, al mismo tiempo, contradictorias.
José Antonio bordea los 40 años de edad, él se dedica a realizar trabajos caseros de mantenimiento (electricidad, fontanería, etc.). “Pero yo antes era taxista”, asegura.
Con un cigarro en la mano derecha, él asegura que “hace muchos años que no he vuelto a conducir un auto y te aseguro que no lo volveré a hacer”.
Él recuerda que hace años recogió a unos pasajeros cerca de la Plaza Uyuni, en la zona de Miraflores. “Eran cinco chicos, me pidieron que los llevara hasta la zona de Bella Vista”, asegura.
“Cuando íbamos por la calle 6 ó 7, un imprudente se cruzó a toda velocidad y nos chocamos. El auto quedó destrozado, yo y los pasajeros heridos. Desde ese día decidí que no quería seguir siendo taxista, es mucha presión saber que la vida de otras personas dependen de ti y tu auto”, asegura.
Aunque sus pasajeros salieron con golpes menores, las consecuencias para él fueron mayores. “Me tuvieron que operar de la rodilla, por el impacto me destrocé los meniscos”, cuenta.
Aunque afirma no tener miedo a subirse en un auto, el volver a manejar no es una opción para él. “Una vez que reparamos el auto se lo di a mi hijo. Creo que ya hasta me olvide de conducir y es mejor así”, señala con una pequeña sonrisa.
Al otro lado de la ciudad, por la zona de Los Pinos, Diana tomó otra decisión. Ella estuvo en un accidente hace poco menos de un año, en el que el Trufi en el que se transportaba chocó con un minibús.
“No fue nada grave, más que todo fue el susto pero me hizo entender que ni yo ni mi familia está segura a manos de otros”, asegura.
Es por eso que, casi de inmediato, sacó los ahorros y se compró un auto para su uso personal. “es un auto modesto, nada elegante pero me sirve para transportarme a mí y a mi familia”.
“Por lo menos ahora mi vida está en mis manos y no en la de los choferes del transporte público”, finaliza.
La Paz tiene la mayor cantidad de accidentes
El departamento de La Paz, es el que registra un mayor número de accidentes de tránsito anualmente, según los datos de Tránsito y del Instituto Nacional de Estadística (INE).
Durante la gestión 2014, el país registró 31.782 accidentes de tránsito. De éstos el 34,1% ocurrieron en La Paz, seguido de Santa Cruz (31,4%) y Cochabamba (8%).
Además, según los datos del INE, 17.012 de estos casos, es decir, el 53,5%, fueron por comportamientos imprudentes de los conductores.
La segunda causa se debe a exceso de velocidad (14,8 %), mientras que la tercera es la conducción en estado de embriaguez o bajo los efectos de las drogas (11,5 %).
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