(Escribí este texto, hace varios años atrás, cuando el Boca culminó la fiesta. Cayo Salamanca fue el camba más kolla y cariñoso que conocí.)
De una manera imperceptible, Chukiyawu marka se desmarca de La Paz City y genera criaturas en sus rincones donde bulle luminosamente. En una ciudad que durante la mayor parte del año es fría; sin embargo existen rescoldos cálidos que con el paso del tiempo se vuelven una minúscula patria. Nuestra generación tuvo dos: el Avesol y el Bocaysapo.
El primero, en la estrecha calle Goitia, paralela a la universidad pública, era el espacio de convivencia de pequeñas capillas para discutir siempre lo mismo y henchirse de zalemas mutuamente y descalificarte apenas dabas la espalda.
En nuestro caso, cuando era expulsado de mi hogar,- comandado por una señora feminista a ultranza- corría desesperado a buscar la luz verde del Avesol para encontrarme con los desposeídos de la noche paceña. Siempre encontrabas con quienes consolarte de tus desdichas y no faltaba una sonrisa femenina que se compadezca de ti y escuche tu teoría del comunismo indeterminista suscitado por el consumo de carne de vaca. Era la salvación porque, en esa época, te podías amanecer sin el peligro de que te asalten a la vuelta de la esquina.
Como todo en la vida, nada es para siempre y el Ave sol, luego de su agonía de carcancho sin presa, murió.
Entonces deambulábamos por todos lados, buscando un nido acogedor donde juntarnos, como dice la paremia popular: Aves del mismo plumaje se juntan. Las aves estábamos dispersas buscando otra pequeña patria.
Hace veinte años, un mediodía coincidimos casualmente en la calle Jaén, con Manuel Vargas, Adolfo Cárdenas y otros amigos ; allí también estaban Cayo Salamanca, músico y artesano y Marcela Gutiérres, escritora, quienes culminaban el trato para que un local, situado en la calle Indaburu, parte del Museo de Instrumentos de Bolivia, del maestro Ernesto Cavour, sea administrado por ellos. Ese fue el nacimiento del Boca en un edificio patrimonial del siglo XVIII.
Cada febrero, mes hembra, Jallu Pacha, época de la fecundidad y abundancia, asistíamos a la procesión del Sapo de Piedra que daba una vuelta por el casco viejo de Chukiyawu marka. Cayo bautizo al recinto como Bocaysapo, en homenaje a una flor amarilla y blanca que abunda en el verano altiplánico. El espacio se convirtió en un lugar de prácticas rituales ancestrales para la Pachamama, cada primer viernes de mes. Esto generaba un espíritu de hermanad, solidaridad y alegría sin límites. El resto es fácil imaginarse.
Cuando Cayo sacaba su gusano-como él llamaba a su concertina- y desgranaba la cueca Soledad, cuyos versos denotan una tristeza profunda fusionada con nostalgia, los parroquianos salían a bailar en un espacio de un metro, haciendo variadas piruetas que a nadie molestaba, al contrario, eran animados por el público que ya era múltiple; con extranjeros que la pasaban espléndidamente porque no habían prohibiciones de fumar y uno salía en la madrugada como producto de una fábrica de embutidos ahumados. A veces había wallaqui restaurador para curar el ch’aquí y proseguir la fiesta.
Solo tengo noticia de un escándalo cuando un habitué, conocido como el Marimono, invito a una despampanante vedette estriptisera, ocasionando un desbarajuste entre los libidinosos universitarios que quisieron echársele encima. Eso costó una clausura y otros problemas que ocasionaron visitas sorpresas de la alcaldía y la policía. Recuerdo que en una ocasión, Pablo Ortiz, periodista de Santa Cruz, le estaba haciendo una entrevista al escritor Viscarra, y la interrupción por la llegada de los agentes al grito de :¡Somos la autoridad! para una revisión de los parroquianos que supuestamente portaban “sustancias controladas” . Cuando llegaron dónde Viscarra, este les dijo: Yo soy la única autoridad aquí, ¡ustedes son afuera!
Son miles de historias que se tejieron en sus largos veinte años, este espacio tenía un encanto que según Cayo era porque contenía el resumen de los cuatro elementos más importantes de la vida, así comentaba:- Tenemos el aire, el fuego con el que cocieron los ladrillos que antes eran solo tierra y que nos cobijan como un vientre, el agua convertida en otra cosa que nos abre los sentidos, y nosotros que estamos aquí.
Al conjuro de la noche, la coca y el vino se tramaron muchos sueños y también su derrumbe. En el mural de Diego Morales, pintado en el Bocaysapo, estamos muchos cófrades, algunos ya son recuerdos; con el paso irremediable de los años, nos iremos volviendo memoria, porque nada es para siempre.
Ahora Cayo Salamanca se adelantó a preparar la mesa para el primer viernes en WIñay Marca, la ciudad eterna donde nos estará esperando, como siempre, con una sonrisa y su concertina. “
*Edgar Arandia Quiroga
Chukiyawu Marka- 8 de mayo- 2020.
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