Desde la distancia se observa en largo puente a un camión lleno de dinamita recorrer veloz en sentido contrario a un tren de pasajeros, que también marcha raudo. Ninguno tiene posibilidad de detenerse, porque desgraciadamente han roto sus frenos. Esta es la atribulada Venezuela.
La tragedia es inminente y hasta el papa Francisco juega todas sus cartas para evitar un atroz derramamiento de sangre. El tiempo no juega a favor de nadie. El gobierno de Nicolás Maduro, apuntalado por las bayonetas de sus generales del Alto Mando, ha resuelto aferrarse al poder a cualquier precio. Millones de venezolanos han decidido derrocarlo.
El Vaticano, con el nuncio papal argentino, abre esperanzas de evitar el brutal choque. El 30 de octubre debe abrirse un debate en que las dos partes pondrán sus condiciones sobre la mesa para que se abra un diálogo. Escasas esperanzas. La oposición, que ha sido burlada infinidad de veces, plantea como requisitos sine qua non la libertad de los presos políticos, el regreso de los exiliados y el referendo revocatorio este mismo año. El régimen dijo que no los aceptará.
La crisis política estalló el 20 de octubre luego de que Maduro y su pandilla aplazaron sin explicaciones hasta el 2017 los elecciones para gobernadores y alcaldes y canceló la realización del referendo revocatorio que hubiera servido para sacar por el voto a Maduro del poder. La violación de esos derechos constitucionales convirtieron al régimen en una dictadura.
La oposición resolvió tomar la calle y el miércoles pasado más de un millón de manifestantes expresaron su repudio en las calles de Caracas. Otras decenas de miles marcharon en la mayoría de las capitales de Estado. En Caracas no hubo represión, pero en el interior 83 personas resultaron heridas y 285 fueron detenidas.
La furia de la multitud caraqueña fue contenida por el líder opositor Henrique Capriles al prometer que el 3 de noviembre se producirá una marcha mucho más grande, con gente que vendrá del interior, para “marchar sobre Miraflores (el palacio presidencial) para entregarle a Maduro su destitución”. También dispuso un paro cívico en todo el país de 12 horas (que fue acatado disciplinadamente el viernes por un 70 por ciento de la población).
La Asamblea Nacional, dominada por la oposición, ha sido convertida en florero chino por la dictadura al negarle toda autoridad, ni siquiera para aprobar el presupuesto nacional (otra violación descarada de la Constitución). Aun así, citó a Maduro para el 1 de noviembre para que responda a las acusaciones que se le hacen de ejercer ilegalmente la presidencia. El dictador dijo que no irá.
Quizás adelantándose a algún pronunciamiento de la AN, el Tribunal Supremo de Justicia, integrado por serviles al oficialismo, dictó el viernes una sentencia declarando que Maduro no tiene doble nacionalidad, pero el documento extrañamente no detalla en qué libro del Registro Civil fue inscrito, número del cuaderno, del folio, etc. Peor todavía, especifica que Maduro nació en la parroquia La Candelaria, cuando el propio dictador en una cadena nacional dijo que nació en Los Chaguaramos y dio con lujo de detalles la vivienda en la que creció.
Desde poco después de asumir la presidencia a Maduro se le señala de ser de origen colombiano, porque hay registros y fotos de su niñez y juventud en Cúcuta. La ley colombiana establece que tiene esa nacionalidad, automáticamente, el hijo de padre o madre colombiana. La oposición muestra una partida de nacimiento colombiana auténtica de la madre. Hace años, se acusaba a Carlos Andrés Pérez de ser colombiano. El ex presidente mostró su partida de nacimiento y se acabó toda sospecha. Este no es el caso de Maduro, quien se niega a mostrar ese documento.
Hace algunos meses, el mismo TSJ dictó otra sentencia, declarando sospechosamente que para ser funcionario público se puede tener dos nacionalidades. Cualquiera sea la verdad, el fallo del viernes del máximo tribunal no le hace ningún favor al dictador.
Es en estas circunstancias que Venezuela entra en el undécimo mes en medio de una atroz escasez de alimentos, medicinas, insumos, una inseguridad que cobra la vida de medio millar de personas mensualmente y una crisis política de envergadura. El choque es inevitable, vaticina apesadumbrado Luis Vicente León, director de Datanálisis, una de las más prestigiosas encuestadoras de Venezuela. Amanecerá y veremos.
(*) Hernán Maldonado es periodista. Ex UPI, EFE, dpa, CNN, El Nuevo Herald. Por 43 años fue corresponsal de ANF de Bolivia.