Es vox populi que los acontecimientos en La Paz este 26 de junio fueron simplemente gatuperios. Nada de intento de Golpe de Estado, si no, una puesta en escena por parte del gobierno de Luis Arce para restablecer su ahora menguada popularidad, marginar aún más a la oposición parlamentaria, neutralizar a su enemigo interno, Evo Morales, e instaurar un gobierno dictatorial. Es criterio mayoritario en las calles y las redes, que ese operativo fue un montaje de servicios de inteligencia de países amigos del actual gobierno. Su ejecución habría contado con la mansa participación de altos miembros de las Fuerzas Armadas de Bolivia, entre ellos de quien era comandante del Ejército, Juan José Zuñiga.
Esa opinión es, en mi criterio, solo radiografía de las características del actual boliviano. ¿Por qué un pueblo conocido hasta hace poco por su politización extrema, se comporta ahora apenas como caja de reproducción de los más vulgares clichés de las teorías de conspiración? El pueblo boliviano, empezando por sus “elites” políticas e intelectuales, se complace en sentirse solo público inerme de maquinaciones que escapan a su voluntad. “Todo es teatro”, claman opinadores renombrados. Es pura mamada, corean las rondas callejeras.
Seríamos solo espectadores abusados por una mala distracción… y nada más. Ciertamente, cuando uno es espectador apoltronado en la butaca de un teatro, no tiene nada que ver ni con el argumento ni el desempeño de la obra… Un pueblo, antaño actor en los acontecimientos sociales, ha sido reducido ahora a público llorón y resignado.
Sin embargo, durante el reciente “golpe de Estado” de Zuñiga, esa postura –creer que todo es farsa y ficción–desencadenó reacciones de real pánico: estantes de mercados se vaciaron, colas de vehículos llenaron los servicios de suministro de combustible, los servicios automáticos de bancos se vieron colmados…
En este ambiente, permítaseme añadir una ficción más a la interpretación de lo sucedido:
En realidad, ese “golpe de Estado” fue resultado de una hábil artimaña de Evo Morales y su equipo. Embarcado en un antagonismo con el presidente designado por él mismo, Evo ve con angustia que el poder ejecutivo no toma en cuenta sus aspiraciones personales de habilitarlo como candidato del MAS a las próximas elecciones nacionales. La lógica política entiende que, si una administración es exitosa sus ejecutivos pueden naturalmente ser reconducidos a una nueva gestión. El éxito de Luis Arce implica, entonces, el descalabro de Evo Morales. En esa mecánica, cualquier logro del gobierno de Luis Arce implica el anulamiento de los mitos fundadores del MAS. Estos mitos se basaban en una entelequia fundamentada en que la “base social” tendría una fidelidad étnica y ese tipo de participación sería el único recurso de cambio social en Bolivia.
No solamente el MAS vivió ensimismado en esa especulación sobre lo indio, también todo el universo intelectual y político en Bolivia. Ello permitió a Evo tener prestigio y autoridad, incluso (y, sobre todo) más allá de nuestras fronteras. El Ego de Evo se hinchó en su máximo. La sorpresa se dio cuando los “movimientos sociales” orbitaron por motu proprio alrededor de Luis Arce. El actual presidente de Bolivia no solamente podía tener éxito en su gestión, sino también considerarse en líder de las “masas populares”. Un elemento más, y no menor, que trabajó la psiquis de Evo: La otra muleta en la que se apoyaba era la idolatría del progresismo mundial. Y ¿qué sucede ahora? ¡Arce ejecuta con maestría lo que él apenas esbozó!: el acercamiento estructural con los países emergentes. De ahí que la simpatía del progresismo mundial no sea ahora unánimemente evista.
Evo no podía permitir más esa situación. De ahí que, después de haber intentado otras tácticas, se haya decidido alimentar la lógica golpista del ex comandante Zuñiga. Ello siguiendo una lógica irrebatible: ¿A quien puede beneficiar el crimen sino a uno de los protagonistas y no a ningún espectador?
Como ficción, lo arriba expuesto vale como cualquier otra. Ello no debe obnubilar, sin embargo, la consideración de lo real y esta es que históricamente lo que empieza como comedia, suele terminar en tragedia. El año 1951 el pueblo boliviano contempló lo que se llamó el mamertazo: El MNR ganó las elecciones ese año y el presidente Mamerto Urriolagoitia por no entregar el poder al ganador las elecciones, ejecutó un autogolpe… Y en 1952 se dio la Revolución Nacional del 9 de abril.
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