Netflix ha vuelto a encender el debate social con Adolescencia, una serie británica que se adentra sin concesiones en los rincones más oscuros de la masculinidad tóxica, el extremismo digital y la violencia de género. Lo que comienza como un drama judicial juvenil —la investigación del asesinato de una adolescente a manos de un compañero de colegio— pronto revela su verdadera intención: mostrarnos cuán peligrosos pueden ser los discursos de odio cuando germinan en la mente de un adolescente confundido, vulnerable y en búsqueda de identidad.
La figura del incel (involuntary celibate, o célibe involuntario) no es nueva, pero sí ha adquirido una visibilidad inquietante en los últimos años. Se trata, en su mayoría, de jóvenes varones que se sienten rechazados por las mujeres y frustrados por no cumplir con los estándares de éxito romántico o sexual. Esta sensación de exclusión personal se convierte rápidamente en una ideología colectiva que culpa al feminismo, a las mujeres e incluso a otros hombres “atractivos” de sus propias carencias.
En Adolescencia, Jamie Miller, el protagonista de tan solo 13 años, no es un villano en caricatura. Es un chico inteligente, sensible y solitario, que encuentra en los foros digitales una comunidad que lo valida, lo escucha… y lo envenena. Así como él, miles de adolescentes en el mundo real consumen diariamente contenido de la llamada “manosfera”: un conjunto de espacios virtuales donde se propagan teorías conspirativas sobre el género, el deseo, el poder y la supuesta “decadencia de la masculinidad”.
Lo perturbador es que estos discursos no siempre se presentan como abiertamente violentos. Muchos llegan camuflados como consejos de superación, sátiras virales o charlas de “autoayuda masculina”. Sin embargo, el mensaje subyacente es siempre el mismo: las mujeres son la causa de los problemas de los hombres, y el mundo está manipulado por ellas para humillarlos o excluirlos. Esa narrativa no solo es falsa; es peligrosa.
Uno de los riesgos más graves que explora la serie —y que no podemos soslayar— es el ciberacoso, una práctica cada vez más común entre jóvenes radicalizados por estas ideas. Desde mensajes misóginos en redes sociales hasta campañas de hostigamiento coordinado contra mujeres y activistas, el acoso digital se ha vuelto una herramienta de expresión del odio incel. La serie retrata con precisión cómo los adolescentes pueden pasar de consumir contenido misógino en línea a replicarlo en su entorno inmediato, atacando compañeras de colegio, acosando por redes, o incluso cruzando la línea hacia la violencia física.
Esto debería encender todas las alarmas. El ciberacoso no es un juego. Puede destruir la autoestima de una persona, aislarla, generarle trastornos psicológicos, e incluso llevarla al suicidio. A menudo, las víctimas son menores de edad, y los perpetradores también. El hecho de que muchas veces se cometa desde el anonimato refuerza una cultura de impunidad que normaliza la crueldad.
Adolescencia no solo narra una tragedia, sino que evidencia la ausencia del mundo adulto: padres ausentes o confundidos, profesores que no identifican señales de alarma, instituciones incapaces de contener el daño. El mensaje es claro: la radicalización no ocurre de un día para otro, pero crece en el silencio. Y las pantallas, si no se acompañan con diálogo y educación, pueden ser aliadas de esa radicalización.
¿Qué hacemos frente a esto? El primer paso es dejar de mirar hacia otro lado. La serie de Netflix podría ser material en espacios educativos, no por su crudeza, sino por su honestidad. Necesitamos hablar de masculinidades alternativas, de consentimiento, de emociones, de respeto. Necesitamos enseñar a los adolescentes que hay otras formas de ser hombres, más allá de la violencia, el dominio y la represión emocional.
Y sobre todo, necesitamos asumir que la lucha contra la violencia de género ya no ocurre solo en las calles o en las leyes: hoy también se libra en los chats, en los algoritmos, en los videos virales. Por eso, la educación digital y afectiva debe ser parte central del sistema educativo.
Adolescencia es una advertencia, sí, pero también una oportunidad. Una oportunidad para entender el malestar masculino antes de que se convierta en odio. Para escuchar a los Jamie Miller antes de que sea demasiado tarde. Y para construir una sociedad que no los empuje al abismo, sino que les ofrezca puentes.
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