"[N]ada en el estado actual de la ciencia, permite afirmar la superioridad o inferioridad intelectual de una raza con respecto a otra"
(Claude Levy Strauss: 1952)
[T]oda doctrina de superioridad basada en la diferenciación racial es científicamente falsa, moralmente condenable y socialmente injusta y peligrosa, y de que nada en la teoría o en la práctica permite justificar, en ninguna parte, la discriminación racial
(Convención Internacional sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación Racial: 1965)
"[T]odas las doctrinas, políticas y prácticas basadas en la superioridad de determinados pueblos o individuos o que la propugnan aduciendo razones de origen nacional o diferencias raciales, religiosas, étnicas o culturales son racistas, científicamente falsas, jurídicamente inválidas, moralmente condenables y socialmente injustas"
(Declaración Universal de los Derechos de los Pueblos Indígenas: 2007)
La segunda guerra mundial hizo que el mundo entero, pero muy particularmente Europa -víctima de sus prácticas coloniales- y por detrás los EE.UU., visualizaran al racismo como un problema político, y, por lo tanto, llegó a la conclusión de la necesidad universal, y humana, de diseñar mecanismos para contrarrestarla, debilitarla y disolverla en pos de su paulatina erradicación en el Estado y la Sociedad.
La Convención para la Prevención y Sanción del delito de genocidio (1948) y la Convención Internacional contra el racismo y toda forma de discriminación (1965) son los instrumentos internacionales fundantes para comprender la aspiración humana de erradicar el racismo.
Pero el racismo no es un problema propio de la segunda guerra mundial.
El hecho que los europeos y los norteamericanos lo hayan vislumbrado políticamente, hayan hecho conciencia jurídica y generado su repudio universal “después del holocausto” (millones de judíos asesinados en las cámaras de gas y los hornos crematorios por razón de raza), no es más que el momento previo, la señal y el inicio de que algo andaba mal en la humanidad entera.
Ese “algo andaba mal” tiene un nombre: “racismo”...
Y un apellido: “colonial”
Efectivamente, los estudios de Claude Levy Strauss (1952 por encargo de la UNESCO), Michel Foucault (1976), Paul Feyerabend (1978), ZvetanTodorov (1989), Michel Wieviorka (1990), Sebastián Mira y Caballos (2009), Bartolomé Clavero (2011), Eugenio Raúl Zaffaroni (2012) por un lado, y por el otro, las indagaciones de Albert Memmi (1965), Frantz Fanón (1969), Pablo González Casanova (1969) y Silvia Rivera (1989-2009), vistos en conjunto, nos llevan a la conclusión de que el racismo es un dato de poder cuya historicidad nos remite directamente al proceso de colonización iniciado por Christophorus Columbus (Cristóbal Colón).
De hecho, como lo señala el búlgaro Zvetan Todorov, si una fecha de nacimiento tuviéramos que buscarle al racismo, ese sería el 12 de octubre de 1492.
Estos científicos sociales (historiadores, antropólogos, filósofos y juristas), denuncian –en resumen, y de variadísimas formas- que el racismo, es un producto elaborado a lo largo de los últimos cinco siglos sobre un cimiento llamando “diferencia racial”, pero cuyo eje fundante es la “diferencia religiosa”, tal como últimamente lo evidenció la relatora especial del Foro Permanente para las Cuestiones Indígenas, Tonya Gonnella Frichner en su “doctrina del descubrimiento” (2012)
Un recorrido por estos autores y sus reflexiones, nos permiten pasar de una creencia ingenua en la conquista del paraíso, a conocer -y por lo tanto comprender históricamente-, el genocidio de los imperios, azteca, maya e inca y todo lo que los rodeaba. Un tercio del planeta fue puesto a disposición del genocidio, el robo y la humillación.
El genocidio de cantidades no cuantificadas de culturas, en climas tropicales o áridos, que no habían llegado a un nivel de estatalidad concentrada como las primeras.
Estos hechos constituyen –hoy en día- la evidencia de que millones perecieron en nombre de un dios carnicero, un dios que Bartolomé de las Casas no reconocía como cristiano. Y será precisamente gracias a las Casas que tenemos testimonios de la barbarie europea, del racismo en su génesis mercantil, en su diseño arquitectónico, en su normalización y sedimentación religiosa y militar, todo bajo mascará evangelizadora.
Al lado de Las Casas, el cronista indio Guaman Poma de Ayala (1612) nos describirá de un modo casi tomístico, la transición entre el buen gobierno del Tawantinsuyu y el mal gobierno colonial, donde entre relato y relato, se puede analizar los orígenes del racismo en el orden colonial del siglo XVI.
Así pues, el racismo es el resultado, el producto final, de una larga cadena de apologías de la invasión, el genocidio y el saqueo, desde la llegada de Colón a estas tierras. De hecho el molde acuñado en las Américas fue utilizado prolíficamente por África, la India, Asia y Australia.
Unos hábitos donde unos se miran, sienten y actúan “normalmente” como inferiores, y otros se miran, sienten y actúan “normalmente” como superiores.
Esa es la dimensión de una sociedad con profundas herencias coloniales.
Herencias típicas en una sociedad de acomplejados.