Durante un poco más de 90 minutos, se escenificó el primer debate de tres, entre el Presidente de Estados Unidos, Donald Trump y el candidato a la presidencia de ese país, Joe Biden. La ristra de insultos, noticias falsas y ataques personales a Biden, empañaron uno de los eventos políticos más importantes de la política norteamericana.
La totalidad de los medios del mundo reflejaron la “vergüenza” y la falta de altura y decoro de Trump y del insulto de Biden calificando al megalómano de “payaso”, dañando la investidura presidencial.
Sin duda, Trump estaba en paroxismo mediático, conduciendo un evento democrático para que los electores conozcan las propuestas sobre reactivación económica y la grieta de odio racial que se vive en el país del norte, en un gorrinera sensacionalista y caótica.
Trump incluso llegó a solicitar una prueba de antidoping al resbalar una acusación de uso de drogas por parte de Biden por su avanzada edad. De hecho, Trump sólo es tres años más joven, sin embargo, hace de ello su ganancia electoral, porque permite opacar al demócrata, a la vez que refuerza su propio relato de líder fuerte.
Estoy convencido que, cada vez que un político rehúsa explicar sus razones para postularse e intercambiar ideas, propuestas y visiones en un debate electoral, se está cegando la fuente vital de la democracia, porque se deja al electorado sin una claridad o certeza para emitir su voto.
Entonces, surge la pregunta: ¿Cómo enfrentar a un político mentiroso y sicofante? ¿Cómo salir airoso de un debate electoral teniendo al frente a un populista demagogo?
La psiquiatría nos señala un posible camino de cómo encarrilar un debate con un fodolí al frente. La primera recomendación es la de no perder el tiempo verificando cada una de las mentiras. Si se intenta contrarrestar cada falsedad o distorsión se cedería el control del debate, porque al tratar de corregirlo, paradójicamente fortalecerá la información errónea en lugar de socavarla.
De hecho, las investigaciones comprueban que intentar corregir una falsedad con la verdad puede resultar contraproducente ya que podría reforzar la mentira original. ¿Cómo es esto posible? Por la sencilla razón de que adoptaríamos una postura a la defensiva en lugar de ataque o de proactividad.
Por lo tanto, el contendiente debería usar armas más poderosas que pongan al político mentiroso en evidencia y, especialmente, en ridículo, al decirle de manera contundente a la audiencia que su oponente es un narrador deshonesto y desnudando su postura farragosa.
El demagogo tiene pavor al ridículo. Anula su postura – mentirosa en sí misma –derrumba su demagogia y neutraliza sus falsedades. El uso inteligente de esta herramienta es muy poderoso y evita caer en posturas reactivas, en lugar de propositivas.
No en vano, todos los autócratas y tiranos no han escatimado recursos y esfuerzos para acallar tiras cómicas, comunicaciones que los hace ver en posiciones que anulan su fuerza y posición de dominancia porque saben que ese mensaje cala hondo en la psiquis de la gente y lo ubica como un simple cenutrio.
Así que, en lugar de desgastarnos frente a un mentiroso, usemos el poder de la ironía y el juego de palabras que dejen al demagogo en situaciones inesperadas e inoportunas.
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