¿Cómo llegamos a esto? ¿acaso el proceso de lo social popular no era poco menos que invencible? Que Evo Morales no sabía de derrotas, que en sus filas militaba el más insigne de los economistas referencia mayor del milagro boliviano, que la crisis estructural solo estaba asentada en los partidos tradicionales y en la “derecha reaccionaria”. Pero sucedió que el milagro económico tan repetitivamente expuesto dejó de ser “presentable” y las cúpulas dirigenciales se tornaron en vergonzantes, olvidaron el proceso histórico y la historia, dejaron de ser proceso de cambio revolucionario y transformador hasta burocratizarse en una metamorfosis de penosa reconversión que los ha llevado a mal querer el Estado Plurinacional, olvidar la utopía de una Bolivia justa y, hoy, ser en los hechos, repelidos por una sociedad que se fatigó de no verdades, inconductas e imposturas declarativas y discursivas. Pasa que cuando se camina a oscuras, desnortado ideológicamente por los cuatro costados y el recorrido concluye que entraste apresurado a un callejón, que por oscuro no te advertía que, en él, el peso de ese espacio sin salida no olvida qué les ocurre a quienes hasta allí llegan.
En el final de los ciclos políticos convergen negativamente varios factores, algunos tienen preeminencia sobre otros, pero siempre, ellos se determinan entre todos construyendo una consecuencia históricamente inevitable.
El siglo XXI en Bolivia empieza en enero de 2006. Aquel mes marca una ruptura con la hegemonía de consensos a partir de la fragmentación del Estado. Desde entonces, las perspectivas posibles del conservadurismo raído de la partidocracia boliviana se fueron diluyendo en un “deambular oscuro” y trastornado. Hubo un cambio epocal en lo ideológico, un nuevo tiempo que incorporaba a los históricamente excluidos, y por ello era esperanzador y a su vez imprevisible por las reacciones en las tradicionales oligarquías. En ese tiempo de cambio la noción de soberanía fue resignificada, se basó más en la idea de nación y fue recogida así por la nueva CPE. Parafraseando a Enzo Traverso: una sociedad de individuos reemplazó a una sociedad de órdenes predilectas. Las palabras tomaron nuevos significados, lo colectivo se instaló como una lógica societal/política y la misma historia recuperó la ancestralidad oculta.
Claramente, lo que en 2003 se había despedazado con la caída de Sánchez de Lozada era una forma de comprender la democracia, de entender y accionar la política, en definitiva, la organización misma de la sociedad y el Estado neoliberal. Se esperaba un tiempo más democrático desde lo social y lo fue. Se esperaba también una mayor comprensión y conciencia de una sociedad que debía aprender a coexistir con lo nuevo incluido, y algo más de paz y tranquilidad social, pero esto no fue posible. Se construyeron nuevas exclusiones y el proceso tuvo mucho de las viejas conductas que combatidas en el inicio dieron lugar al nacimiento de aquel cambio pero que hoy, como los tradicionales de siempre, instrumentalizan las palabras antes que sentirlas, judicializan para perseguir y hostigar el atrevimiento de pensar y ser políticamente distinto. La subversión hoy está definida por el hablar diferente.
El proceso quedó deslegitimado, la revolución inconclusa y las transformaciones estructurales tienen la apariencia de simples cambios intrascendentes. La construcción del Estado Plurinacional será sin duda el mayor legado de este tiempo, pero ya, en el ocaso de esto, la credibilidad para una nueva oportunidad y un periodo gubernamental más está seriamente tocada. La legitimación social expresa una suerte de reputación y reconocimiento de algún atributo encomiable y distintivo de admiración. Un proceso político aceptado se edifica sobre la base de sus referencias centrales, equivalente a capital político y por ello, sustancia de toda legitimidad.
El ansia mortífera de reinar, titula un artículo de Enrique Krause. Y ese es el núcleo de nuestra controversia política, histórica, perenne e inacabada, el reeleccionismo insistente y perturbador, la obsesión por permanecer. Si se gobierna para estar y seguir, entonces queda distante aquello, tan fundamental, que anotó Spinoza en el Tratado teológico-político cuando reflexionaba sobre el sentido de gobernar: la paz o la guerra interna y externa; el mando discreto o la ambición y la crueldad; la obediencia a la ley o el aliento a las profecías falsas y los impulsos destructivos.
El ansia mortífera de reinar está descalabrando el Proceso de Cambio. El sentido propietarista sobre el poder partidario y el Estado ha desideologizado lo social popular sin comprender que, ya varios años antes, la Revolución Nacional y sus actores mayores, deambularon afiebrados con las mismas ansias hasta llegar y caminar por un callejón oscuro e irrespirable, el mismo que hoy hace sentir su peso imposible de levantar.
El reeleccionismo presidencial es un callejón donde el silencio habla, determina y ejecuta. Es allí donde inicia todo, también el final de ciclo.
///