Está demostrado sobradamente a lo largo de la historia que la política es cuestión de correlación de fuerzas, nunca o casi nunca, cuestión de regulaciones constitucionales y legales. El marxismo innovador de A. Gramsci y N. Poulantzas enseñan que la lucha por el poder del Estado es una relación de fuerzas, un espacio de compromisos y equilibrios inestables, de crisis del Estado como crisis de hegemonía, de nuevos personalismos de la política para la sumisión a la decisión del dictador (cesarismo); el cesarismo es fascismo expresado en autoritarismos de jerarquías rígidas revestido con toques míticos. Si la política es correlación de fuerzas en constante ebullición, el sabio francés de la política Julien Freund advertirá que un realista político está obligado a realizar una evaluación exacta de la correlación de fuerzas “no se trata sólo de evaluar correctamente las fuerzas de los adversarios, sino de no ilusionarse sobre las propias”. ¿Qué queda cuando las fuerzas en lucha se empatan?: La tentación del cesarismo, pero, ¿Qué cosa es el cesarismo?.
Antonio Gramsci, un lúcido intérprete del fascismo, dirá que el cesarismo expresa la solución arbitral confiada a una gran personalidad en una situación de equilibrio de fuerzas catastrófica “el cesarismo expresa una situación en la que las fuerzas en lucha se equilibran de manera catastrófica; es decir, se equilibran porque la continuación de la lucha solo acabará con la destrucción reciproca” y Gramsci agrega “El cesarismo no ha tenido siempre el mismo significado histórico, pues expresa siempre la solución “arbitral” -confiada a una gran personalidad- de una situación histórico-política caracterizada por un equilibrio de fuerzas de perspectivas catastróficas”; el cesarismo significa la llegada de la personalidad “heroica” (civil o militar) en circunstancias en las que las fuerzas en lucha se equilibran de manera catastrófica en perspectiva de la destrucción recíproca. El repertorio cesarista es inacabable, va desde Mussolini, Hitler, Stalin, hasta Trump, Putin, Maduro, Ortega, Bolsonaro y un largo etcétera, retorna con fuerza de la mano de los populismos de toda laya y de la impolítica (el incumplimiento de la promesa de tiempos mejores); el cesarismo hoy llamado populismo, es una manera de conectar intensamente los sentimientos populares con la fuerza del gobernante.
Pero más allá del cesarismo gramsciano están los populismos de nuestro tiempo (sus distintas variantes y sus distintos significados), el peronismo, el trumpismo, el masismo y otras tantas maneras de entablar una relación comunicativa directa y “franca” entre el líder carismático y los sentimientos del pueblo que terminan convirtiendo en irrelevantes las instituciones democráticas y los viejos ideales liberales de ponerle vallas al poder total y a la concentración de poder en una persona. El ascenso de los políticos populistas y de los hombres fuertes fue denunciado por H. Marcuse en “El hombre unidimensional” como configuración de una dimensión única donde todos viajan en el mismo barco, comen del mismo plato y cantan la misma canción opresiva y represiva: se trata del regreso del neofascismo populista en sus variantes de izquierdismo autoritario y de ultra derecha xenófoba que sueña con la homogeneidad y la unidimensionalidad que solo es capaz de cristalizar el líder fuerte.
Es en esa perspectiva teórica que se puede releer a los cesares que se hacen y siguen rehaciendo en base al poder absoluto, desde el viejo dictador romano Julio César y, decodificar los equilibrios inestables de la coyuntura política boliviana, entre oficialismo y oposición, los compromisos rotos entre el evismo y el arcismo y la llegada del colapso si es que acaso no emerge el “héroe” con su astucia y sus poderes salvíficos (dicho sea de paso, no llegue a ser necesariamente Evo, sino alguien de instintos brutales superiores a él). Eso es lo que hoy está en juego: arbitrar el desequilibrio dado en el proceso de cambio, la añoranza al tiempo de la abundancia, el orden personal y de grupo, la seguridad, el régimen de excepción y la selección del jefe autoritario por aclamación; cuando la obsesión de Evo Morales es salvar la patria, la obsesión del hombre de la calle es salvar el mes, esa parece ser la diferencia entre la ambición desmedida de poder del ex presidente y las miserias de la gente común que cifran sus esperanzas en la llegada de un hombre fuerte que le arregle la vida, el hombre con poderes salvíficos capaz de hacer el ajuste estructural, cerrar empresas públicas deficitarias, despedir y reprimir; después de todo Ernst Bloch tenía razón "la miseria crea el mesianismo". Ya está inscripto en el imaginario colectivo la crisis del Estado y el miedo a la UDP; ¡¡¡el juego se acabó!!!, el juego de los sofismas, de las argucias y de las mentiras se acabó, el juego del gran benefactor y de sus camarillas de aduladores se acabó, el modelo económico se agotó, el juego del socialismo de catedra se acabó, se acabo la democracia de eunucos en el seno del instrumento político y de las franquicias partidarias.
Cuando escribí mi artículo “Primarias impregnadas de cesarismo” (Ideas-Página Siete, 24 de febrero de 2019) tenía presente que la política democrática estaba sufriendo un falseamiento de la realidad, una conversión consciente hacia lo peor del personalismo, una expansión, una sacralización del hombre fuerte desde el Estado hacia el partido y, de estos dispositivos de poder, hacia el control total de la sociedad que se la preparaba idílicamente para enganchar el carro hacia las estrellas; es decir que la Ley 1096 de Organizaciones Políticas instituía las primarias como una coartada para canonizar el caudillismo y para reimpulsar la legitimidad de Evo Morales por medio del embrutecimiento de la militancia partidaria. Nada de democratización al interior de las organizaciones políticas, nada de eso ha ocurrido, más por el contrario nos hemos estrellado contra la dura realidad del autoritarismo, del desgobierno de los jueces y de la corrupción judicial, de la escasez, de las filas y de la violencia irracional; hoy se vive las amarguras de lo peor con promesas de lo mejor. El cesarismo es una enfermedad de extrema gravedad para las democracias, porque termina entregando las libertades ciudadanas a un líder autocrático.
En todo caso si se quiere dar cuenta de la nueva realidad en movimiento, incierto e incontenible hacia monocracias más que a las democracias, conviene decodificar las interacciones complejas entre el pensamiento de las masas (el curso de los movimientos sociales), la filosofía de los intelectuales (sus teorías del cambio sistémico y su especialidad en crear frames y reframes) y las estrategias de poder de los jefes carismáticos (los modos disruptivos y furtivos con los que llegan al poder). Por lo menos así lo entendía Gramsci en su fórmula creadora de hegemonía que buscaba explicar articulaciones complejas entre el pensamiento de la gente común, las interpretaciones de la coyuntura de los intelectuales orgánicos y, la mirada intuitiva en el horizonte del hombre extraordinario. En el afuera social están sucediendo cosas que no se pueden comprender con consignas, de nuevo, hace falta revisar al sardo y su enfoque de las intersecciones complejas y democráticas entre el pensamiento de la masa, de los intelectuales y de los filósofos, para comprender que son los que tienen algo que perder (más que los que no tienen nada que perder) los que no dudan en apuntalar el voluntarismo del jefazo, aunque represente un gran mal para la democracia.
“No era así con Evo, con él estábamos mejor” repiten los eunucos del evismo, o sea, esta en curso la instalación de una narrativa del líder fuerte con poderes salvíficos. Esto es el cesarismo andinocéntrico, una autocracia con poderes pleromáticos que amenaza ir contra el pluralismo democrático. Cesarismo o evismo equivale a la ambición desmedida por el poder; el cesarismo es un atentado contra la democracia y el evismo es una amenaza contra la unidad nacional y la convivencia intercultural. Todo vale en política, cuando se trata de frenar la incertidumbre, el caos, la policrisis, el empobrecimiento y los miedos; no hay escapatoria, se perfila una nueva izquierda ultra-autoritaria y decisionista que le da batalla a una ultra-derecha por demás reaccionaria.
El cesarismo llega en situaciones desesperadas y excepcionales; el balance de los tambores cesaristas va en contra de la democracia liberal o participativa, la tentación del cesarismo es la tiranía del voluntarismo del hombre fuerte, es fascismo que aclaman las masas. La débil institucionalidad en América Latina ha hecho conocer más caudillos que certezas en las reglas del juego y, el evismo es popularidad autocrática, desinstitucionalización reimpulsada por la masa leal pero políticamente retrógrada, es el llamado a la fuerza bruta y al arbitrio personal para gobernar por encima de la Constitución y de las leyes. La construcción de la democracia no requiere de hombres fuertes ni del ejercicio ilimitado del poder sin controles de ninguna naturaleza, necesita de instituciones fortalecidas democráticamente, despersonalizar el ejercicio del poder político, controles y limites formales a los gobernantes de turno, escrutinio ciudadano, demanda lealtad constitucional y cumplimiento irrestricto de las leyes.
El cesarismo en Bolivia evidencia al menos tres hechos: a) la obsesión de Evo Morales por el mando, b) las maniobras, por medio de primarias, para reimpulsar el cesarismo de los jefes partidarios, c) el cesarismo como amenaza a la alternancia y a la democracia intercultural. La característica del cesarismo a la boliviana (en un momento de desasosiego colectivo, miedo a la temible crisis y ausencia de futuro) radica hoy en su ambigüedad, en el llamado “a todos” para salvar a la patria, por encima de la centralidad de los movimientos sociales. Los eunucos del evismo y del arcismo vociferan día a día para imponer su propio cesar o su peculiar bonapartismo (toda vez que al Presidente del Estado se le ha dado por gobernar sus últimos días mediante el juego de los referendos) que podría terminar en un presidencialismo autoritario, pero, el escenario se presenta para que ninguna de estas fuerzas en contienda llegue a la aclamación de su César ¿Es la tentación cesarista demasiado trivial para no merecer ser señalada? No lo creo.
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Politólogo y abogado, Docente UMSA.
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