No es una revelación confesarles que siempre admiré y seguí muy cerca el trabajo de María Galindo, (salvo aquella oportunidad que por destrozar a la Añez se llevó por delante a todas las mujeres del oriente boliviano, principalmente a la mujer beniana, un exabrupto innecesario).
Como decía, mi admiración por María Galindo la justifico por tres razones:
1) Me gusta su irreverencia en su activismo y lucha desde el anarquismo. Quizás se deba a los resabios que tiene mi ser con esa corriente, heredados de otras vidas, y factores genéticos.
2) Me gusta, admiro y valoro su integridad, solidaridad, perseverancia y superación, esa extraordinaria sensibilidad debajo de ese duro e intimidador maquillaje me hace sentirla familiar. Y sobre todo la constancia en su lucha a todo nivel.
3) En estos últimos tres años, en los cuales la vida me obligó a plantearme duros cuestionamientos y replantearme hasta mi existencia dada mi bochornosa y controversial experiencia siendo víctima de vulneración a mis derechos y habiendo vivido en piel propia una situación de violencia intrafamiliar, psicológica y sexual por parte de mi exmarido (un patético exdefensor del pueblo), mi vida tomó otro rumbo. Me hice dueña de las riendas de mi vida y, desafiando a las circunstancias, al mundo y con mis bolsillos vacíos, decidí enrumbar mi camino convirtiéndome en la mujer que quería ser, en la que soy, y en la que pretendo ser: una mujer cada día más comprometida con sus principios e ideales, una mujer profesional, autónoma e independiente, dedicada al servicio de los más vulnerables, desde el lugar donde me ponga la vida, con amigos y conocidos en todos los estratos sociales, y de toda tendencia y color. Pero eso jamás ha significado, ni significaría, que he alquilado o vendido mi forma natural de ser y pensar. Podrían algunos tener hasta el derecho de especular que mi cuerpo pudo ser susceptible de apropiación indebida alguna vez, pero no se atrevan siquiera a imaginar y menos afirmar que mi conciencia alguna vez estuvo en subasta. ¡ESO JAMÁS!
Siento que de algún modo María ha contribuido con ese mi crecimiento y proceso de maduración, por lo que siempre le estaré agradecida. Por ello y más, no me atreví en esta oportunidad aventurarme a la postulación por la Defensoria del Pueblo, sus 30 años de trayectoria y preparación la ponen en un sitial que ninguna aprendiz alcanzaría.
He declinado mi postulación por una cuestión de respeto y responsabilidad, quiero seguir preparándome y haciendo méritos en los próximos años, sin que ello me aleje de mis ideales y este acariciado pero no imposible sueño.
La suerte está echada.