Hablamos del pacto silencioso que reina en el corazón del naufragio nacional. En Bolivia, este pacto de silencio no lleva nombres italianos ni historias de grandes mafiosos, pero está presente en un diminuto órgano judicial, la institución plurinacional de mayor semejanza con la mafia internacional. Es el acuerdo tácito que cubre los ojos de quienes ven, tapa los oídos de quienes escuchan y ata las manos de quienes tienen la obligación constitucional de actuar.
La omertá es esa impunidad que flota en el aire, un acuerdo invisible que protege a los corruptos, delincuentes y poderosos, mientras castiga a gente pobre. No es solamente el pacto silencioso de una rosca con lealtades ambivalentes dentro del poder, sino una sombra que se cierne sobre un pueblo traicionado, que ante el miedo calla.
Aquí, en este país sin rumbo, la omertá no se rompe con palabras; es la complicidad que nadie se atreve a desafiar. Porque en esta tierra, la verdad incomoda, la verdad duele, mientras el pueblo calla y la injusticia se convierte en una distopía, la omertá se convierte en el timón de un país perdido, donde el silencio es tan mortal como las palabras silenciadas.
Hoy tenemos un poder judicial fracturado, incapaz de cumplir con su mandato constitucional. La imagen de dos juezas pegándose, emulando al “vale todo” de la UFC por su incapacidad de ponerse de acuerdo y de bloquearse mutuamente el despacho de sus causas, es el resumen de nuestra desmoralización nacional, del vacío ético que carcome nuestras instituciones, de las ganas de huir de un país sin futuro. Cuando las presiones, el cálculo político y el miedo al poder pesan más que “el deber”, como parece ser el caso en nuestra fiscalía, la justicia deja de ser un ideal y se convierte en un juego de suma cero, de protección criminal e impunidad. En este contexto, la justicia no es más que un oxímoron, una metáfora, o peor aún, una distopía que deshumaniza.
Hemos sido testigos de la alternancia entre Evo y Lucho, y posiblemente siga Manfred, pero la solución nunca viene de la mano de un iluminado, único portador de respuestas a nuestros problemas, porque eso ya lo hemos vivido y miren cómo estamos. No existe una fórmula mágica que nos saque de este atolladero solo cambiando de actores. La crisis económica es un problema que no está solo en las personas, sino en estructuras diseñadas para actuar en impunidad.
Ha llegado el momento de despertar. Necesitamos conciencia, organización y determinación para transformar la realidad. Esto no será posible mientras sigamos permitiendo que las decisiones las tomen personas que no son aptas para gobernar este país, carentes de ética, capacidad y visión.
Hoy Bolivia es un barco a la deriva, sin capitán, sin brújula, en medio de una tormenta, navegando en un mar de peleas mezquinas, a las que no les importa hundir el barco con tal de aniquilar al adversario. Los bloqueos son las anclas que en lugar de sostener nos hunden en el lodo de la parálisis, mientras los jueces juegan a lanzar el timón de mano en mano, evitando la responsabilidad, el capitan de la nave, decide sin decir para no asumir ninguna responsabilidad y así, de manera cobarde, renuncia a la responsabilidad que todos le hemos conferido como capitán de esta embarcación.
Quizá hemos olvidado que esta embarcación nos pertenece a todos, que no necesitamos un capitán que ha convivido con la omertá por más de 14 años y que no tiene la solvencia moral para sacarnos de esta tormenta. Quizá hemos olvidado que el destino se construye, no se hereda, y que no hay nada más poderoso que un pueblo consciente y decidido a controlar su propio destino.
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