Cuando concluya el mandato del presidente Luis Arce, en noviembre de 2025, omitiendo el año de la transición, habrán transcurrido casi dos décadas de gobiernos del MAS, un tiempo razonable para realizar las transformaciones estructurales de un país. Paradójicamente lo que llegó el 2005 como un proceso de cambio está culminando como un proceso decadente, con sus símbolos por el suelo y con una realidad inobjetable: la promesa del cambio se ha esfumado. Y, ahora no hay a quién culpar, ni a los agentes externos ni a los enemigos internos, la guerra fratricida que sostienen sus líderes los ha retratado de cuerpo entero y no hay máscaras posibles que oculten el desparpajo.
El país sufre por las crisis acumuladas que han deteriorado nuestra economía, el tejido social, las instituciones y, fundamentalmente, la confianza ciudadana.
El compromiso de salud universal ha sido la mayor estafa, la precariedad laboral erosiona la vida del 85% de los trabajadores y sus familias que subsisten en la informalidad –palabra que puede llevar a equívocos y oculta muchos males a la vez–, el rezago educativo se ha vuelto crónico, la atrofia institucional se expande por todos los Órganos del Estado, el acceso a la vivienda se diluye mientras se extingue el crédito de vivienda social y el despilfarro de la bonanza que trajo el gas y los minerales es la evidencia de la corrupción sin límites y de la incompetencia de gestión. La lista de pendientes es larga, pero, llegado a este punto, ya todos sabemos más o menos el diagnóstico y las causas, la pregunta que debe encontrar respuesta durante este año es: ¿cómo sacamos adelante un país tan vapuleado?
De todas las frustraciones, la más lacerante es que los jóvenes sientan que no tienen futuro. No es solo la carencia de dólares y sus efectos, ni las más frecuentes colas para cargar combustible, ni los precios inestables en los mercados, ni los impunes bloqueos de carreteras, lo más decepcionante es la inercia presidencial y la parálisis institucional. Incapaces de comprender la angustia en las calles y ofuscados por sus ruines intereses, Morales y Arce creen que el poder es un pasanaku del MAS, por eso, llevan dos años en una disputa endemoniada, destrozando las instituciones y subestimando el juicio de los ciudadanos.
El parlamento plurinacional perdió su esencia de debate de los asuntos públicos, carente de agenda legislativa y desganado en la fiscalización; un ejecutivo ocupado en sostener jueces prorrogados para torpedear a los otros órganos, anclado en el poder excesivo que otorga la Constitución al presidente, dada su pérdida de legitimidad; y el electoral haciendo piruetas para no quedar quemado en el arbitraje de la interna masista, reflejan una crisis institucional profunda, aunque la justicia nos ha demostrado que no hay fondo, ellos están en caída libre hace tiempo y ni se inmutan.
Sin posibilidades materiales para enderezar el rumbo, ni carácter para encarar las reformas prioritarias, lo mejor que puede hacer Arce, es evitar un mayor desangramiento y preparar al país para una transición. El presidente se equivocó en dejar la economía en piloto automático y no oír las advertencias, en continuar con el método de confrontación de su mentor y en haber volcado su administración a la interna partidaria. Ahora está en campo minado, el oxígeno que le dará la instrumentalización narrativa de la insubordinación militar será efímero, no alcanza para cambiar el humor social, por el contrario, los excesos en la manipulación pueden acrecentar el malestar.
La regeneración democrática comienza por establecer reglas claras para unas elecciones cruciales, garantizar un padrón confiable y un árbitro imparcial. Ésta es la tarea principal ahora, que incumbe a autoridades y dirigentes políticos, esencialmente. Mantener unas primarias estrictamente partidarias con un sistema de partidos raquítico no tiene ningún sentido, es más, sería un gasto dispendioso e incomprensible en tiempos de crisis. Como tampoco tiene sentido un proceso alargado e insufrible, los franceses y británicos acaban de celebrar sus elecciones en menos de un mes y el mundo continúa. Los ajustes a las normas electorales deben estar enfocados en estimular la participación ciudadana en la elección de los candidatos, mejorar la competitividad electoral y reforzar la limpidez del escrutinio.
Bolivia necesita reencontrarse ante tanto resentimiento inoculado, sanear sus instituciones y recuperar su crecimiento económico. El país requiere abordar viejos y nuevos problemas, pero, para esto es imperioso dejar atrás un modelo político especulativo entretenido en la burbuja de la polarización. Percibo que la sed de cambio es más grande de lo que imaginamos, la gente está expectante de un relato nuevo que sea asimilable en todo el país, un mensaje con perspectiva amplia, un lenguaje que conecte con las ansiedades cotidianas y un liderazgo transparente que articule la fuerza del cambio y brinde certidumbre ante los retos que enfrentamos. Bolivia necesita salir del estancamiento y renovar la ilusión que el cambio es posible.
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