Hace algunos días concluyó uno de los eventos literarios más importantes en la ciudad sede de gobierno: la Feria Internacional del Libro, donde se realizó la presentación de una obra que ya lleva varias ediciones, y que cobra notoriedad por la cantidad de información que contiene.
Se trata del libro denominado 'Bolivia Leaks', elaborado con documentos desclasificados y cables de la página Wikileaks. Describe la injerencia política de Estados Unidos en Bolivia; básicamente se trata de un documento escrito con el apoyo de cuatro expertos, quienes realizaron una investigación minuciosa y respaldaron los datos documentos desclasificados de 2.000 cables escritos por la embajada de los Estados Unidos en Bolivia, según aclara el coordinador de la obra.
En la introducción del libro, que habla sobre la cultura de dependencia imperial, se afirma que América Latina continúa siendo una de las víctimas regionales preferidas del imperialismo norteamericano cuya penetración, desde fines del siglo XIX y principios del XX, se produjo no sólo por la vía de la incursión y control financiero, la expansión del mercado para sus productos manufacturados, industriales y tecnológicos, la explotación y saqueo de sus materias primas, sino también mediante invasiones y ocupaciones territoriales, la imposición de gobiernos sumisos y la transformación de las instituciones de seguridad locales, en instrumentos de control político.
De ahí que nuestra región –según el autor– constituye un eslabón gravitante para el funcionamiento del capitalismo mundial, situación que exige ejercer dominio territorial y control político respectivamente. Desde esta perspectiva, el anclaje imperial latinoamericano es clave para preservar rutas comerciales, controlar mares y disponer de reservas estratégicas en materia de recursos naturales. “Así, el dominio sobre América Latina es una expresión unívoca del poder imperial que no admite disputa ni competencia, a despecho de quienes creen que la región es geopolíticamente irrelevante”.
Asimismo, afirma que en el caso de Bolivia, resulta no sólo curiosa sino extraña la ausencia de esfuerzos institucionales y académicos para explicar y comprender la naturaleza de este dominio aplastante, asimétrico y permanente, a pesar de la traumática y humillante historia de dependencia ejercida por estados Unidos. “La naturalidad con la que una buena parte de los ciudadanos asume esta relación explica el notable éxito cultural y hegemónico logrado en su vínculo con Bolivia”.
La internalización de la injerencia externa y la discreción con la que se le permitía actuar en el país era el peor signo de la dependencia, que no se correspondía con el desarrollo democrático logrado hasta hoy, mucho más cuando el pueblo boliviano ha sufrido las consecuencias más nefastas del intervencionismo extranjero facilitado por gobiernos títeres, sometidos a sus imperativos geopolíticos externos. Ello justifica -según el autor-, contar con estudios rigurosos que permitan comprender la construcción histórica del dominio imperial ejercido contra el país en múltiples dimensiones; “pero también develar el indecoroso e indignante papel que jugaron los gobiernos democráticos y autoritarios que facilitaron y en algunos casos promovieron períodos largos de ocupación política y económica extranjera”.
No obstante, en la introducción también se señala que: “No era extraño que la embajada mantuviera contactos fluidos con dirigentes políticos de la oposición como Roger Pinto, Oscar Ortiz, Doria Medina, Tuto Quiroga o Rubén Costas” (sic), lo cual, por su fuerte carga subjetiva y acusatoria, ponen en duda si el trabajo investigativo esté alejado de apasionamientos políticos.
Así por ejemplo, se sostiene que la Embajada de Estados Unidos, llegó a tener su propio espacio de trabajo en el corazón mismo de la Cancillería nacional; así, el coordinador de la obra, llega a señalar sin ambages, que “la oficina denominada de ‘asuntos especiales’, creada al amparo de los convenios de lucha contra las drogas en el gobierno de Paz Zamora (1993-1997) constituía una dependencia de la embajada enclavada en plena Plaza Murillo desde la cual se suponía que se gobernaba el país. Decidir llamar a esta dependencia oficina de ‘asuntos especiales’ expresa en rigor la decisión de encapsular su tratamiento, envolver en un manto de superioridad y misterio la relación y cuando menos considerar este trabajo como algo exclusivo y privilegiado, que estaría bajo el dominio y la tutela de una entidad mayor. Sin duda ésta era una graciosa concesión otorgada por la embajada en Bolivia para maquillar el tratamiento de su cooperación”.
Asimismo, indica que para no desentonar con la ocupación colonial, una estación de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) poseía oficinas, equipos y sistemas de comunicación en el propio Palacio de Gobierno, autorizada nada más ni nada menos que por el mismo Ministro de la Presidencia de Carlos Mesa (2003-2005), José Antonio Galindo, con el simpático nombre de Unidad de Análisis de Seguridad Presidencial (UNASEP). “En armonía con este entramado de ocupación imperial y para evitar cualquier desvío ideológico, la oficina de enlace del MilGroup (Comando Sur de los Estados Unidos) se encontraba instalada frente al Comando en Jefe de las Fuerzas armadas, en el mismísimo Cuartel General de Miraflores”.
De ahí concluye que, cada ministerio -a escala distinta- fue convertido en un feudo colonial encubierto en proyectos digitados desde las oficinas de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo internacional (USAID); y habría llegado a tal extremo la caricatura estatal, que importantes funcionarios de la cooperación europea o de organismos internacionales preferían obtener datos y economizar tiempo asistiendo a las oficinas de la Embajada o de USAID, para conocer con más rigor la situación del país, lo cual permite advertir al autor, que Bolivia ofrecía señales inequívocas semejantes a una colonia que simulaba ser una democracia.
Extrañamente, el autor concluye que durante el ciclo democrático (y antes de que Evo Morales asumiera la presidencia), el país estaba sumido en una inconfesable dependencia crónica. ¡Qué coincidencia! Con ello seguramente quiere decirnos que todo lo anterior al régimen de gobierno actual, era malo, obscuro y estaba dañado, y que desde su llegada al poder, recién comienza la historia “independiente” de Bolivia.
En todo caso, es probable que el libro pretenda mostrar la injerencia política de los Estados Unidos entre el 2006 y 2010 (un periodo muy corto de análisis, como lo reconoce también el autor); sin embargo, contiene ciertas aseveraciones y acusaciones que únicamente señalan de manera tendenciosa a las autoridades de gobiernos anteriores, como culpables involucrados en esta trama, y que coincidentemente son opositores al régimen de gobierno actual.
Entonces, es difícil saber si se trata realmente de una investigación seria, objetiva e imparcial, o talvez solamente sea sólo una defensa más para divinizar al líder, mostrándolo como incorruptible.