A un alemán, nacionalizado boliviano y que por muchos años vivió en el oriente, se le atribuye haber definido así al suelo de su adopción: Bolivia es un país donde lo posible se hace imposible y lo imposible se hace posible.
No soy el primero que lo cito. La frase la he visto muchas veces repetida hasta en libros de Historia. Si mal no recuerdo alguien la utilizó para que nos asombráramos de cómo es que los mandos militares no pudieron evitar que las tropas paraguayas tomaran fácilmente cuatro fortines bolivianos en su intento de que la Guerra del Chaco solo durara semanas.
Miles de soldados bolivianos que huían en desbandada, harapientos, hambrientos y desmoralizados, desde los fortines Ramírez, Castillo, Yujra y Arce, fueron contenidos por el valeroso coronel Bernardino Bilbao Rioja para enfrentar con el último aliento la embestida paraguaya en Kilómetro 7. Lo imposible se hizo posible. La guerra duraría 3 años.
¿Y a qué viene esto? A una experiencia que viví. Soy reacio a que cosas personales figuren en mis artículos, pero creo que esto vale la pena. Mi hijo Miguel Angel salió de Bolivia con un año de edad con un pasaporte “conjunto” (así se llamaba) porque en la foto aparecía con su madre y su hermano, un año mayor que él.
Casi 50 años después, el 2015 volví junto con él a Bolivia y quedó tan encantado que se empeñó en sacar sus documentos que certificaran su nacionalidad boliviana (que constitucionalmente no se la pierde, inclusive por haber adoptado otra nacionalidad). Quedé sorprendido. Miles de extranjeros sueñan con tener la ciudadanía americana… Miguel quería sus documentos de boliviano.
Perdimos una mañana haciendo cola en un edificio de El Prado para que nos dijeran los requisitos para su carnet de identidad. Al día siguiente (otra larga cola) presentamos su certificado de nacimiento, autenticado inclusive por el ministerio del Interior, Registro Civil, Cancillería y la Embajada Americana (en 1970).
El funcionario dijo que “no servía” porque hay que presentar el certificado de nacimiento del “Estado Plurinacional de Bolivia”, que es como ahora se llama la República de Bolivia. Tras una gestión con el supervisor (al cuarto día) obtuvimos del documento. Nos indicaron que pasáramos por un banco para un depósito y que fuéramos a las oficinas de Identificación Nacional.
El trámite es personal, por lo que no pude acompañar a Miguel, ni en la larga cola. Cuando salió estaba contrariado. La burócrata (me imagino que por el acento) sospechó que Miguel no era boliviano y le pidió copia o certificación del pasaporte con el que salió del país hace 48 años. Tramitamos un requerimiento fiscal para que el Ministerio del Interior le proporcionara algún documento que constara que salió de Bolivia con su madre. Ya era una semana de trámites y yo estaba cansado. ¿Ir de vacaciones para tediosos trámites burocráticos?
La guinda de la torta fue que en esas oficinas de la Avenida Camacho, pese al letrero que dice horario continuo, el encargado se fue a almorzar y lo esperamos por dos horas. Cuando llegó llenó planillas, aplicó sellos y nos dijo que la respuesta estaría en unos cinco días hábiles, pero que no nos aseguraba nada porque “no hay archivos desde esas fechas”.
¡Olvídate! Le dije a Miguel. Su avión de regreso partía en un par de días. Grande fue la sorpresa cuando en Inmigración de El Alto, no lo dejaron embarcar porque le exigieron un documento que acredite que es boliviano, por más que así consta expresamente en el pasaporte americano.
Miguel tozudamente insistía en tener sus papeles bolivianos. Hace una semana le llamaron del Consulado para decirle que el equipo móvil de cedulación estaría por mediodía en Miami. Fue allí, fue cordialmente recibido, presentó su certificado “plurinacional”, la funcionaria cotejó sus datos vía Internet, le tomó la foto, plastificó el documento. Y chau. Lo imposible se hizo posible. “Bolivia typical país”, diría mi amigo Paulovich.
(*) Hernán Maldonado es periodista. Ex UPI, EFE, dpa, CNN, El Nuevo Herald. Por 43 años fue corresponsal de ANF de Bolivia.