Diciembre 26, 2024 -H-

El Tío no encuentra dónde alojarse

Ello motivó que la asociación de amaut’as junto a activistas que ven en esta circunstancia una oportunidad de luchar por la identidad cultural andina, se movilicen para precautelar un digno alojamiento al Tío.


Jueves 1 de Septiembre de 2016, 11:00am






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Una noticia corrió en los medios de comunicación estos días: el traslado del Tío de la Curva del Diablo.

Quienes sobrellevan la modorra del desplazamiento por la autopista de La Paz a El Alto, habrán observado algunas veces que en la tercera curva de esa autopista solía observarse hileras de velas encendidas y personas vertiendo licor y oficiando rituales. Era el sitio de una wak’a, bautizada Katari por la asociación de amaut’as que trabajan en ese lugar.

La necesidad de ampliar los carriles de esa autopista hizo que se tuviera que desalojar esa wak’a. El 24 de agosto el Tío fue instalado en otro lugar, acompañado de un alegre grupo de mariachis. Total, para los amaut’as que lucran en ello, que la wak’a esté aquí o allá no le disminuye la asistencia de fieles, dispuestos a erogar algo para que les vaya bien en amores, negocios, estudios o ambiciones políticas.

La cosa hubiese terminado ahí —sin que muchos se percataran que las circunstancias mismas del festivo traslado desmienten la ancestralidad de ese rito— si no hubiesen mediado otras circunstancias. Dos días después la Alcaldía de La Paz cargó al Tío en la parte trasera de una camioneta y lo regresó a su lugar de origen. La razón: lo habían instalado en un área protegida —el bosquecillo de Pura Pura— donde las ofrendas, que generalmente se queman, podía afectar la integridad de ese parque y de la wak’a misma.

Ello motivó que la asociación de amaut’as junto a activistas que ven en esta circunstancia una oportunidad de luchar por la identidad cultural andina, se movilicen para precautelar un digno alojamiento al Tío.

El asunto no parecería extraordinario en una época donde el posmodernismo impera y quien no exhibe diversidad se siente raro. Lo extraño es que algunos piensen que luchando por los derechos del Tío se está combatiendo al mismo tiempo por los derechos de los pueblos indígenas, descolonizando así nuestra sociedad.

En realidad, una moda no es prueba de justeza. Y, si bien toda persona tiene el derecho de practicar la creencia que sea, no es correcto identificarla como si fuese exclusiva de un pueblo o de una comunidad. El hecho mismo de reivindicar una determinada visión del mundo, significa que hay otras que merecen el mismo respeto. De ahí que creer que quienes son clientes de los amaut’as de la Curva del Diablo son los auténticos andinos pecan de ingenuidad y de ignorancia.

De ingenuidad, porque asumen que combaten por una ancestralidad avasallada por la colonización. En realidad, esos ritos no son para nada puros, sino fruto de una historia convulsiva donde se mezclan elementos antiguos, con imposiciones coloniales y adopciones modernas al granel, amalgamadas en un contexto en el cual los clientes de esos ritos acuden para acrecentar su riqueza y poder —características de los tiempos que vivimos— y no para especular sobre una espiritualidad que lo diferencie del occidental.

De ignorancia, porque evidentemente desconocen que la mayoría de los habitantes andinos son católicos, evangélicos o un sincretismo de esas religiones con elementos tradicionales.

¿Sin embargo, reivindicar esos ritos puede ayudar en un proceso de toma de conciencia y de descolonización? En realidad, cuando observamos la experiencia histórica de la descolonización actitudes de ese tipo sólo han servido de inicio de un proceso que termina por negarlos, como condición no solo para el triunfo del combate sino para la edificación de nuevas sociedades. Cuando esa “toma de conciencia” se prolonga o estanca, perjudica el proceso liberador que solo puede hacerse mediante el dominio de elementos conceptuales y materiales que marginen cualquier riesgo de alienación posible.

Ello es imprescindible ahora, aunque más complejo lograrlo por el imperio de la mentalidad posmoderna que parece encaminada justamente a postergar la descolonización. Aseguraba el liberal Hume que si somos supersticiosos es porque somos miedosos, ignorantes, débiles y melancólicos. Y el socialista Marx afirmaba que la infelicidad o la miseria inspiran terror en los hombres y los hacen buscar esperanza en la superstición. Y, en cualquier medio, lugar y tiempo, la decolonización no es asunto de débiles y de miedosos.

 

* Pedro Portugal Mollinedo es director de Pukara y analista de temas indígenas en Bolivia.

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