Abril 19, 2024 [G]:

Estado fallido

Sí. La Bolivia de 1825 fue la expresión del poderío de una clase criolla que manejó el país desde entonces y, con excepciones que confirmaban la regla, lo manejaron mal. La prueba de su improvisación es que, como apuntó Enrique Finot, el nuevo país nació con mar pero sin puertos.


Jueves 15 de Septiembre de 2016, 9:15am






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Al referirse a la dimensión de la pobreza que soportó Bolivia desde su fundación, muchos coinciden en que ésta se debió a la mala planificación del Estado surgido en 1825.

Y es que, por una parte, este país sí tenía vocación de Estado porque así lo demostró desde que comenzó a perfilarse como unidad política pese a la diversidad y desconexión de las naciones existentes en su territorio.

Los pueblos indígenas de tierras altas estaban conectados por una red caminera que se utilizaba fundamentalmente para el transporte de sal y los alimentos que se adquirían mediante el trueque. Los de tierras bajas estaban aislados pero existen reportes de incursiones desde occidente con clara intención de incorporarlos a las sociedades prehispánicas.

La identificación de este territorio como uno solo permitió el establecimiento de una unidad jurisdiccional conocida como Audiencia y Cancillería Real de la Plata de los Charcas, o Audiencia de Charcas, cuyos límites fueron problemáticos, por la región oriental, pero lo suficientemente claros como para individualizarlo. Esa fue la base territorial para la creación de Bolivia.

Pero la fundación de este país no fue solo el resultado de un proceso histórico y sociológico sino, fundamentalmente, el de la maquinación de un grupo de personas que pasaron a la historia como “los doctores de Charcas”. Encabezados por Casimiro Olañeta, estos letrados consiguieron hacerse del control político de Charcas antes de que el ejército colombiano, encabezado por Sucre, ingresara a nuestro territorio. La historia, incluso la oficial, dice que Olañeta convenció a Sucre, primero, y a Bolívar, después, de que los habitantes de Charcas no querían formar parte de los Estados que habían quedado libres para entonces sino constituirse en una república independiente.

Sucre cayó en el juego y permitió que los representantes de las provincias de Charcas se reúnan en una asamblea deliberante que fue la que decidió la creación de Bolivia. La composición de esa asamblea es una clara muestra de la hegemonía política de entonces ya que la mayoría era gente adinerada que poco o nada había hecho en la lucha por la libertad. De los guerrilleros, el único presente fue José Miguel Lanza y los combatientes solo estuvieron representados por Melchor Daza. Los indios estuvieron excluidos de las deliberaciones, como después de la vida política nacional.

El principal orador y expositor de la propuesta de independencia fue Olañeta mientras que uno de sus allegados, José Mariano Serrano, fue el presidente y redactor de una escueta declaración en la que no se expone motivos políticos ni ideológicos, menos aún sociológicos. Eso sí, se hace hincapié en que era interés de los diputados “no asociarse a ninguna de las repúblicas vecinas” y erigirse en “un Estado soberano e independiente de todas las naciones”. Así se fundó Bolivia, al margen de las grandes mayorías nacionales.

Esta semana, el viceministro de descolonización, Félix Cárdenas, me hizo recordar esos detalles fundacionales cuando criticó al Estado surgido en 1825. “Ellos querían ser europeos”, me dijo y la prueba de ello es que la capital de la nueva República, Sucre, copió muchos de los modelos parisinos que hoy son parte de los atractivos del parque Bolívar.

Sí. La Bolivia de 1825 fue la expresión del poderío de una clase criolla que manejó el país desde entonces y, con excepciones que confirmaban la regla, lo manejaron mal.

La prueba de su improvisación es que, como apuntó Enrique Finot, el nuevo país nació con mar pero sin puertos.

 

 

     

 

 

 

 

 

(*) Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.

 

 

 

 

  

 

 

 

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