No comentaré Vidas paralelas del gran Plutarco de Queronea pues nada más alejado de mi propósito y del tiempo de estas Vías: serán las del retorno —decisión ciudadana por medio— del socialismo populista: Alberto Fernández Pérez y Luis Arce Catacora.
El kirchnerismo fracasó en 2015 con la economía en bancarrota tras el fin del boom de precios extraordinarios de la soya y la falta de previsión tras el síndrome holandés de los “años dorados” —bonificaciones en lugar de puestos de trabajo, empobrecimiento acelerado de la clase media, exclusión del crédito externo y sin posibilidad del socorro de Chávez—; por el autoritarismo del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner —fracasado en las legislativas de 2013 que le cerró un referéndum prorroguista— y por los escándalos de corrupción, pero las indefiniciones del período Macri y sus desaciertos económicos regresó el kirchnerismo —aparentemente light— en 2019.
De este lado del Pilcomayo y el Bermejo, el evismo —versión boliviana del socialismo 21— llegó a 2019 fracasado en el referéndum de 2016 —luego violentado— y en las judiciales de 2017 —repitiendo el 2011— y su dolido recule en 2018 al abrogar el recién estrenado Código Morales. Lo demás lo paraleliza con la Argentina al 2015: economía en avanzada y progresiva crisis al final del boom para el gas y la soya bolivianos con déficit crónico y creciente del presupuesto, amplia deuda pública, contracción del PIB; falta de previsión; autoritarismo centralista del gobierno de Evo Morales Ayma con escándalos de corrupción que pulularon rayando en la anomia; el quiebre en 2019 con el demostrado fraude electoral y la caída-huída del evismo —maquillado como “golpe de Estado”. Pero, como el macrismo, el gobierno que le siguió —de transición constitucional— unió a su inexperiencia e improvisada ineficiencia —con pocas y destacadas excepciones de mérito— la inopia con la que el mundo se enfrentó a la pandemia del COVID-19, potenciado aquende por el desfile de ministros: consecuente descontrol de gestión y descoordinación inicial entre los niveles de gobierno que facilitó la corrupción de enquistados y propios, agravado por el estado crítico heredado de la sanidad pública; tormenta que sumó para concluir “perfecta” el parón de la economía por la pandemia y trajo la añoranza por el pretendido mito de un “milagro económico” apropiado de indulgencias ajenas, una clase política asaz mediocre y envanecida —autoengañada y engañando a muchos— y una candidatura, la de Arce Catacora, que prometió recuperar la bonanza —dando a suponer que el Presidente Arce corregirá los errores del Ministro Arce— y ser un “Masismo sin evismo”.
Fernández ha sufrido, a veces con agonía, entre un pragmatismo moderado y el kirchnerismo duro que le dio la victoria y, pandemia por medio, el hundimiento de la economía heredada, con una oposición de los políticos no siempre efectiva pero sí con un creciente rechazo ciudadano. Arce inicia su gestión con gran expectativa de sus votantes —muchos por el mito del milagro y no por el evismo—, con potentes promesas que deberá cumplir entre un evismo recuperando espacios y un Masismo sin Evo: su propio discurso de investidura estuvo entre la conciliación, la indulgencia con el pasado previo, la ausencia de autocrítica real —los males: endilgados a la transición— y la reiteración de promesas de 2005, muchas aún en espera.
La Administración Fernández se ha desgastado mucho y el descontento ciudadano puede volver a cambiar el péndulo político en 2021 con las legislativas de medio término. Arce tiene aún todos los beneficios de la duda ciudadana.
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En Bolivia segundas partes fueron convulsas: Banzer, Goni; Paz Estenssoro también en el 64, para la tercera cambió la piel en 1985. Espero que ahora no sea así, por todos nosotros
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