El último trimestre del 2016 millones de venezolanos se volcaron a las calles en marchas pidiendo la pronta salida de la dictadura chavista. La pradera seca solo aguardaba la chispa que la encendería. Nicolás Maduro, so pretexto de una gira por países petroleros, recaló en el Vaticano y se reunió con el papa Francisco. Se mojó la pólvora.
La Iglesia apareció encabezando una mediación entre la oposición y la dictadura para hallar puntos de coincidencia para que se evitara el estallido de una guerra civil en Venezuela. La dictadura tenía la soga en el cuello y se la quitó de hábil manera con las maniobras del G2, el servicio de inteligencia cubano.
De manera sospechosa, varios dirigentes opositores aparecieron convencidos de que el diálogo era la solución, aunque días antes ellos mismos fueron los que motivaron a las multitudes a tomar las calles, no solo en protesta porque se suspendieron arbitrariamente todos los procesos electorales, sino por la aguda escasez de alimentos que mantiene a millones de personas escarbando en la basura.
Manuel Rosales, líder del Partido Un Nuevo Tiempo, que hace un año regresó sorpresivamente del exilio, recuperó su libertad y se puso de inmediato en campaña electoral en su pretensión de volver a ser gobernador del rico estado petrolero del Zulia, aunque para la dictadura no hay a la vista convocatoria a ninguna elección, “hasta que tengamos la seguridad de que vamos a ganarlas”, según dijo el jefe de la bancada chavista en la Asamblea Nacional, Héctor Rodríguez.
Los líderes de pequeños partidos como Vente Venezuela (Maria Corina Machado), Voluntad Popular (el encarcelado Leopoldo López) y Bravo Pueblo (Antonio Ledezma, con arresto domiciliario desde hace 2 años) proponen la salida del régimen ya, mientras los otros cuantitativamente con mayor peso electoral, creen que debe insistirse en el camino electoral, pacífico, y constitucional. La división de opiniones dejó en la inacción a toda la Mesa de Unidad Democrática (MUD) que los aglutina.
La div
sión empeoró al fracasar el diálogo porque el régimen incumplió su promesa de fijar un calendario electoral y no liberó a los presos políticos, que eran los planteamientos más importantes. La inacción ha dejado que cualquier riesgo para la dictadura parta de su interior, especialmente de su sector militar. En las últimas semanas han sido detenidos varios de ellos y el ex ministro de defensa de Hugo Chávez, general Raúl Baduel, debía quedar libre el 3 de marzo al cumplir 7 años de cárcel, pero sigue preso. Ahora le inventaron el delito de traición a la patria.Baduel, por algunos pronunciamientos bastante tibios contra el régimen, es considerado el eventual líder de un alzamiento militar y quienes lo conocen creen que mantiene un fuerte ascendiente en filas castrenses. Sea lo que sea, varios de sus amigos han sido arrestados, inclusive civiles, como el catedrático Santiago Guevara, el diputado Gilbert Caro y el ex líder estudiantil Yon Goicoechea.
Ha sido norma de la dictadura, desde los tiempos de Chávez de mandar a sus casas con goce de sueldo completo a militares sospechosos. La periodista Sebastiana Barraez, muy allegada al sector castrense, informó que muchos de esos están volviendo al servicio activo, mientras a otros se los pone en cuarentena, si acaso no se los arresta. Una media docena de jefes y oficiales de la aviación fueron enjuiciados de haber tramado el 2016 el “golpe azul” (por el color de sus uniformes) y hace pocos días se les dictó sentencias, a la manera de recordatorio de que el G2 nunca duerme.
Mientras ocurre todo esto, la otrora vigorosa oposición luce inerme, dividida y sin ideas. Voluntad Popular llamó a la calle el 18 de enero para recordar los 3 años de encarcelamiento de su líder. La asistencia fue decepcionante. Pareciera que el venezolano ha pedido las esperanzas tanto en el gobierno como en la oposición y está a la espera de un milagro, una espera que ya tiene años, que se hace inacabable.
(*) Hernán Maldonado es periodista. Ex UPI, EFE, dpa, CNN, El Nuevo Herald. Por 43 años fue corresponsal de ANF.