Si todos los bolivianos nos amáramos de verdad, Bolivia no estaría en la situación de conflicto en la que otra vez está. En mi anterior columna hablé sobre el temor de Dios, pero hoy quiero hablar del amor -del auténtico- de ese que ansiamos recibir y que por nuestro egoísmo no podemos dar: “el amor de Dios”.
Los griegos distinguieron cuatro tipos de amor: el “philos”, entre padres, hijos y hermanos; el “storgé”, que va más allá del lazo afectivo familiar y denota un compromiso voluntario; el “eros”, que se da en el ámbito sexual entre un hombre y una mujer; y el mejor, el “ágape”, que entraña lo espiritual y divino.
En uno de mis pasajes preferidos de las Sagradas Escrituras (1 Corintios 13), el apóstol Pablo habla que el amor debe primar absolutamente sobre todo, y muestra lo que es el amor de Dios, el amor ágape. Se trata de un amor sublime que supera la limitada imaginación del ser humano que, por su naturaleza caída, nunca aceptará que es posible, al confrontar ello su egocentrismo y egolatría.
El hombre natural -sea un artista famoso, un escritor exitoso, un connotado científico o filósofo, un dirigente poderoso, un prominente hombre de negocios, un gobernante orgulloso o el ciudadano de a pie- de una u otra forma busca amor y también suele dar amor, aunque normalmente esperando recibir algo a cambio (incluso inconscientemente, por la satisfacción que produce el dar), pero la Palabra de Dios dice que lo que se hace sin amor, no vale a sus ojos.
La Biblia fustiga a quienes dicen amar a Dios pero no muestran un genuino amor, por lo que los dones espirituales, el profetizar, ser eruditos o tener fe y hacer gala de ello, son nada; igualmente, el dar al pobre o inmolarse -si no es por amor- no sirve. Lo mismo cabe para el político, el gobernante, el sabio y el ignorante.
El gran amor que proviene de Dios, dice la Palabra: es sufrido, es benigno; no tiene envidia, no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no es egoísta, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia; todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta ¡éste es el amor que Dios manda tener unos por otros!
¡Qué gran país sería Bolivia si todos -blancos o mestizos; citadinos e indígenas, originarios o no; campesinos, pequeños y grandes; ricos y pobres; gobernantes y gobernados- nos amáramos de veras, superando nuestras miserias humanas! Esto es lo que está faltando y -créanme- ninguna ideología o modelo económico inventado por el hombre -sin Dios- lo resolverá…
(*) Pastor de Jesucristo por la voluntad de Dios
Santa Cruz, 17 de enero de 2018