Branko Marinkovic no es un terrateniente cualquiera. A diferencia de otros patrones que envejecen en sus hamacas contando historias del antaño, él ha comprendido que las armas modernas no son el rifle o el látigo, sino el dinero y el poder. Y sabe que para tener ambos, hay que jugar en la arena política.
Su ambición es clara: quiere ser presidente de Bolivia. La primera vez que se escuchó de él como candidato potencial fue en enero de 2020, cuando regresó de su autoexilio y, al pisar suelo boliviano, fue recibido nada menos que por Samuel Doria Medina, Tuto Quiroga, Fernando Camacho y un séquito de seguidores coreando su nombre. Poco después, pasó a ocupar un lugar clave en el gabinete de ministros de Jeanine Añez, primero como ministro de Planificación y luego como ministro de Economía.
Desde entonces, su deseo de protagonismo aumentó y está más que decidido que nunca a figurar en la papeleta electoral. Su estrategia de campaña es emular a Milei, en un intento de posicionarse como el candidato disruptivo e irreverente que alguna gente espera para las próximas elecciones. Para ello, él y sus publicistas creyeron que sería una buena idea un mano a mano con María Galindo. Su objetivo era obvio: mostrarse como el único candidato capaz de salir sin un rasguño de la “Barricada”, el programa radial de entrevistas al que nadie con cola de paja se autoinvita.
En la Barricada, que duró dos horas, Branko admitió que, en efecto, sus asesores provienen del entorno de Milei, y ello fue más que evidente. Aunque la anfitriona le interrumpió una y otra vez, con el justificativo de que no es un espacio para repetir frases hechas, Branko logró deslizar algunos epítetos patentados por el argentino: “zurdos”, “comunistas” o “progres”. Al no poder hablar a sus anchas, el entrevistado se quejó de que no podía desarrollar sus planteamientos, pero, paradójicamente, ello jugó a su favor. En los momentos que tuvo control del micrófono, no supo hilar ideas más allá de lo simple, superficial y breve, dejando en claro que para emular a Milei no basta con vociferar e insultar sin autocontrol. En dos horas, no pudo demostrar una mínima capacidad de articular dos o más ideas en un solo enunciado.
El momento más incómodo de la entrevista llegó cuando María Galindo mostró a su invitado una Resolución Suprema firmada por Jeanine Áñez. Era la prueba irrefutable de que Branko utilizó su condición de ministro de Estado para beneficiarse con más de 33 mil hectáreas de tierras. El documento tiene tal relevancia que desecha el trabajo técnico y jurídico de más de 20 años del Instituto Nacional de Reforma Agraria (INRA) para darle la razón a la familia Marinkovic que, durante ese tiempo, no pudo demostrar el origen lícito de esas tierras. Excepto Hedim Céspedes, en protagonista del escándalo Bolibras de 1992, ningún otro ministro de Estado había llegado al extremo de adjudicarse miles de hectáreas para sí y su entorno familiar. En ese sentido, Branko es un radical y “corajudo”, sin duda alguna.
El candidato terrateniente se defendió con el argumento de que esas tierras son fruto de su trabajo de empresario honesto, sacrificado y eficiente. “Nos endeudamos y trabajamos como negros”, remató. No fue una respuesta improvisada, sino que sabe que mostrarse como un empresario exitoso le permite encubrir el origen oscuro de su riqueza y, en el contexto electoral, es fundamental para proyectar la imagen de Milei boliviano. “Lo que les molesta a los zurdos es que alguien trabaje y le vaya bien”, otra frase hecha a la que echó mano para escudarse de los ataques y poner en práctica el libreto libertario.
Branko tiene razón en algo. Para parecerse a Milei, es necesario adoptar la imagen de un empresario que cree en el libre mercado y es hechura del capitalismo agroindustrial. Sin embargo, lo que ni él ni sus asesores entienden es que Branko no es el tipo de empresario que Milei tiene en mente. No es un agente económico competitivo y eficiente, sino la encarnación de lo que el argentino y varios economistas denominan como “empresaurio”, en alusión a cierto tipo de empresarios que no prosperan bajo las reglas de juego del mercado libre, sino que dependen del Estado para obtener beneficios, favores y privilegios. No los considera verdaderos capitalistas, sino una “casta parasitaria” que se aprovecha del capitalismo clientelar.
En suma, y más allá del candidato en cuestión, el problema con quienes intentan extrapolar el fenómeno Milei a la realidad boliviana es que, precisamente, Bolivia no es un país de empresarios, sino, fundamentalmente, un país de empresaurios.
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