Un gran amigo y compañero en tiempos de la antigua República me contaba que muy a menudo solía pensar como llegaría él al Bicentenario. Poco antes de su temprana muerte apartó lo individual de sus cavilaciones y puso énfasis en lo colectivo: Me confesó una nueva obcecación: imaginar cómo llegaría el país a sus dos siglos de cumpleaños.
Por mi parte, hace tiempo que he dejado de escribir sobre lo cotidiano. La lectura me colma de placer. Mis propios escritos las más de las veces me causan malestar. Ese que sienten los bolivianos en este mismo minuto cuando piensan en el país. Además siempre comprendí que mis palabras, con las que tejía mis columnas periodísticas, son de material liviano y se las lleva el viento. Sin embargo, por dos codas que explicaré me han dado ganas de volver al ruedo.
Tengo la certeza de que a gente maravillosa de mi entorno político -la socialdemocracia, devenida en Bolivia como MIR- me quiere más que antes. Algunos de ellos en edad biológica para actuar activamente en política, se han empeñado en halagarme al preguntarme como llegaremos al Bicentenario. El cariño proviene quizá por la sorpresa que se llevan mis conmilitones al verme todavía parado en este mundo como una especie de sobreviviente. O también por atávicos pesos de inercia tribal. Ellos, curiosamente , consideran que mis años me hacen un sujeto capaz de conocer el futuro.
Pero pronto tuve una visión más objetiva: la reacciones cariñosas eran ocasionadas por algo más pedestre: porque ahora no soy candidato a nada. La sabiduría popular enseña la necesidad de sospechar cuando la limosna es grande. Como hasta el santo confesaba esas desconfianzas un cochabambino non sancto lo debe hacer con mayor empeño.
Sobre las preguntas de qué pasara en el país a corto y mediano plazo, a partir del 2025, estuve tentado a contestar con una verdad básica y esencial, “no tengo una bola de cristal para responderte”. Pero noté que podía decepcionar a mis compañeros más jóvenes, o concitar su animadversión. Las respuestas abruptas y gruñonas suelen provocar esas reacciones. Así que tomé el camino del medio, donde parece que anidan siempre las mayores virtudes. Me ocupé de pensar y transmitir unas pocas y modestas ideas, para mis amigos curiosos.
En mi mente, ya bastante desordenada por la catarata de recuerdos, lo que primero he pensado es en los ampliados del MIR, o de los viejos partidos casi desaparecidos hoy. Las reuniones duraban al menos tres días, como los casamientos citadinos o rurales. Los dos primeros días los dirigentes regionales y cuadros dirigentes informaban y discutían sobre la situación. El tercer día los participantes del ampliado, físicamente cansados, esperaban que se fijen las conclusiones. Pero llegado el momento aprobaban, a solicitud del jefe y de su principal operador, y por aclamación, la propuesta de crear una comisión de redacción de las conclusiones. A pesar de este escamoteo, los debates eran de una riqueza espectacular para orientar en el qué hacer. Y después de la reunión, cantando la “marchita” y todos tan felices, la vuelta a casa. Eran reuniones donde cada uno decía lo que tenía que decir; sin censuras, cortapisas, o reproches. Una forma peculiar pero democracia al fin. Estos instrumentos han desaparecido, lamentablemente.
Como ya se avizoran las elecciones y muchos políticos, ex operadores, analistas, me he atrevido- a falta del sistema político reventado entre otros por la alianza de Carlos Mesa y Evo Morales- a contribuir con unas ideas y construir un pequeño guion, para suplir a la bola de cristal y a mi total analfabetismo en eso de leer en la sagrada hoja de coca.
Todos saben, y también los que preguntan, que el futuro inmediato de nuestro país es grave. Los analistas más lúcidos lo pregonan. Sin embargo, esta conclusión, a la que me adhiero, es como descubrir el agua tibia; se cae de obvia. Ya es suficiente que la gente en la calle sienta lo complicado de la situación.
En torno a las próximas elecciones, creo que las opciones son claras: el hecho de que hayamos tocado fondo –a pesar de que podríamos seguir cavando– tiene un directo responsable: el experimento masista, que se postulará ahora porque aún hay algo que exprimir de las arcas públicas.
Y por el otro lado está la oposición al régimen. Entre los opositores, los pesimistas - entre los que me incluyo- piensan que no habrán comicios, y que si haylos, sería “a lo Maduro”. O antes vendrá una gran implosión social.
Ojalá me equivoque y lleguemos a las urnas, en un clima más o menos democrático. Así, entre los opositores ha surgido un variopinto número de candidatos. La mayoría de ellos no dice nada. Solo se explayan en denostar al contrario, munición general contra el enemigo común y también fuego amigo. Tenemos, pues, que escudriñar en su pasado y algunas de sus propuesta para lograr la luz.
En el lado oficialista, aunque empequeñecida, la cementación es grande, aupada por lo identitario y la exacerbación de la enorme masa de funcionarios públicos. No importa cual resulte siendo el candidato. Para sus jefes lo importante es conservar el poder y extraerle el poco jugo que queda en el exhausto erario nacional. Todo empaquetado por una lucha contra el Imperio y la construcción del socialismo. Menos mal que ni ellos se toman esto último en serio.
Sin embargo, la falta de una diagnosis clara sobre lo que significa este gobierno nos evita expresar lo que todos dicen: se trata de una dictadura, con el perogrullo añadido “pero de distinta forma”. ¡Cómo si todos los autoritarismos no tuvieran formas diferentes de construirse! Si el diagnóstico no es errado, la oposición debería saber, por los datos inequívocos de la historia universal, que a los totalitarismos no se lo gana en elecciones, se los tumba.
Deseo estar equivocado. Entonces las elecciones serán un hecho y yo solo habré perdido alguna apuesta. Si esto es así, el problema estará en la oposición. Y en este ámbito la situación es brumosa, todos piden la unidad, pero lo que hay es inflación de candidatos. Veamos:
Los primeros son los que participaron en el poder en la etapa más avanzada y útil para los bolivianos, la que se llamó peyorativamente la de la “democracia pactada”. ¡Cómo si la esencia de la democracia no fuera el diálogo, la negociación y el pacto! Hablo, pues, de los candidatos con experiencia, sentido de Estado y otros valores.
El más antiguo participante de los hoy candidatos es Carlos Mesa, un hombre de idas y venidas para amigos, y sobre todo para enemigos de la democracia y quien siempre se termina decantando por la ratio de la renuncia. La Presidencia le llegó por casualidad. Entre sus grandes pecados políticos sabemos que fue cómplice de la chapuza marítima, junto a Evo Morales y Rodríguez Veltze; pecadillo dicen ahora sus “blanqueadores”, pero que ha significado para el país incontables pasos atrás en nuestro histórico reclamo. Lo mismo con su reinvento de hacer una “comunidad ciudadana” –que ya existía en el siglo de Pericles en el mar Egeo, cuando los ciudadanos griegos con derecho a voto se reunían en un coliseo, o más modernamente con las estructuras políticas fascistas del Estado corporativo– dejó a sus engañados votantes sin oposición en el Legislativo; sus representantes elegidos por su largo dedo lo fueron abandonando.
La denostada democracia de partidos lo tiene a Samuel Doria Medina como uno de los suyos. Fue ministro mirista en la época de la democracia pactada. Pero parece que Samuel no ha nacido ni tiene talento para la política. Lo mejor que podría hacer es gastar su fortuna en otro entretenimiento. Su mensaje, desde su primera candidatura, es el mismo, el apoyo a los emprendedores. ¡Cuándo Bolivia es un país nato de emprendedores; he ahí el 80 por ciento de su población en la informalidad! No se bajará de la candidatura, además, porque si no participa pierde la sigla el juguete.
De Reyes Villa solo sabemos que se levanta temprano de conformidad con sus sanas costumbres militares; que es un buen gestor municipal; qué construye jardines y parques… y que pavimenta calles con denodada obsesión. Pero sus ideas políticas para un proyecto nacional son como un campo yermo. Casi no existen. El fenómeno del candidato medio outsider, como ha ocurrido en tantas ocasiones, se irá desinflando. Les diré a mis amigos que me piden consejo que, sin dudarlo, votaré por él para elegirlo alcalde en la próxima elección municipal.
Tuto Quiroga es un hombre decidido, pero que no supo antes calcular sus tiempos. Se presentó en épocas de expansión económica, cuando el MAS, su discurso identitario y su hegemonía cultural, estaban en auge; tiempos en que el pueblo perdonaba todo, hasta “métale nomás, que los abogados lo arreglaran”, que instituyó la descomunal corrupción y otras cosas peores. Ahora, cuando el “país se nos muere” de nuevo, la gente percibe que las cualidades de Tuto pueden arreglar los entuertos; por eso va para arriba en las encuestas. No le falta coraje ni relaciones externas. Ojala sepa calcular las reacciones ante las medidas de ajuste imprescindibles. Debe medir el enorme oleaje que provocarán éstas. Pero desde el fondo del pozo la gente razona mejor.
Los candidatos que no tienen experiencia en el manejo estatal están ahí. Deberían esperar la próxima chance.
Tenemos a un seguidor del modelo Fujimori, de ascendencia coreana que sigue ofreciendo medidas absurdas, como la departamentalización del centro de la producción de la hoja de coca que va al narcotráfico, es decir, el Chapare. O el candidato que confunde el país con la universidad pública cruceña, y que no ha podido concertar la unidad en su propia región; sus buenas intenciones, sin embargo, provocan un sentimiento hondo de ternura. O el candidato portador de apellido, que, teniendo la posibilidad de elegir el enorme legado de sus padres y de toda una generación -la lucha por la democracia , el terminar con los golpes de Estado civil militares, la institucionalización del país y el desarrollo de los grandes campos gasíferos- ha preferido como mensaje dedicarse a bailar con conjuntos folclóricos, , como si los comicios fueran para elegir al presidente de la asociación nacional de ellos, y no la cabeza del Estado. O, por otro lado, el presidente del Senado, que, como buen ex alumno de la Escuela de Cuadros del Partido Comunista de Cuba, nos ofrece como ejemplo el espejo de la isla: no terminar con las colas, sino ordenarlas con el uso sin límites de la represión; rebajar el nivel de calorías de la población; vestirla con andrajos , y hacer perder a su pueblo sus sueños y esperanzas.
Al descartar la bola de cristal y otras antiguas tecnologías que utilizaban las brujas, los nigromantes y adivinadores, me propongo transmitir el contenido de estas cuantas líneas a mis amigos preguntones.
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