Diciembre 30, 2024 -H-

El hilo de Minerva


Lunes 20 de Mayo de 2024, 2:30pm






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El frío se filtraba debajo de la puerta. Bastián se estremeció y se arrebujó en su abrigo mientras aguzaba el oído. Ella lo había citado a los ocho en punto y pasaban quince minutos. A medida que transcurría el tiempo se preguntaba si la espera merecía la pena. El anuncio no dejaba lugar a las dudas. “Joven de 19 años ofrece servicios sexuales. Llama al 7892341. Gracias”. Y Bastián lo hizo. Recordó que al otro lado de la línea telefónica le respondió una voz suave que deslizaba cada palabra de un modo sinuoso hasta hacerlo sensual. Supuso que así debía ser aquel negocio y no le pareció en absoluto extraño. Además, Xavier, un buen amigo y compañero de facultad, le había facilitado aquel contacto que suponía bastante fiable. Y llamó y consultó, sobre todo el precio y, por supuesto, acordó. El problema, naturalmente, era el atraso y la posibilidad de que aquello no fuera más que una broma de muy mal gusto. Eso comenzaba a fastidiarle, reducía su capacidad de razonar y cuestionaba su inteligencia.

  “¿Y si no viene?” Se preguntó Bastián mientras trasladaba su mirada al cielo raso de aquella habitación de paredes empapeladas con la fotografía de una playa de ensueño, palmeras cocoteras y aguas de color turquesa, quizás un intento de atenuar la densa y plúmbea atmósfera del invierno que mantenía a temperatura bajo cero la voluntad de los habitantes de Saint Michel sur Norme resignados a aquellos rigores inhumanos. Bastián era uno de ellos. Pertenecía a una familia de clase media. Su padre era abogado, un idealista defensor de causas perdidas que, sin embargo, había heredado dos inmuebles muy bien ubicados en el casco histórico de la pequeña ciudad que le permitían vivir sin aprietos. Bastián Hoffner se había propuesto continuar el legado inscribiéndose en la carrera de Derecho y, de paso, trabajaba de diligenciero en un pequeño bufete. No ganaba mucho, apenas para sus gastos, y había juntado dos sueldos para pagar los servicios de la prostituta recomendada por Xavier. “Estoy seguro de que no te arrepentirás. Me atrevería a decir que incluso me lo acabarás agradeciendo” le dijo Xavier entregándole una tarjeta rotulada con la silueta de una mujer desnuda para anunciar el Club Excélsior. Bastián había oído hablar de aquel local del alterne; también había leído un artículo sobre trata de personas. Nada importante, concluyó y tomó la decisión de comunicarse con la mujer que se presentaba a sí misma como “una incógnita de placer” y estaba a punto de satisfacer su curiosidad. Lo supo en cuanto sonó el teléfono. Bastián volvió a estremecerse, cogió el auricular y contestó. Era el recepcionista del hostal.

 -Una joven pregunta por usted, señor. Le dijo.

Bastián dudó un segundo y dijo:

-Que pase.

El estudiante de Leyes había pagado una habitación en el primer piso. Oyó el chirrido de los goznes de la puerta que comunicaba la recepción con las habitaciones y sintió la presencia de la mujer subiendo las escaleras peldaño a peldaño. La voz de Xavier se repetía en su memoria recomendándole aquella “experiencia inolvidable” y Bastián se acercó a la puerta y apoyó la oreja derecha en la madera. La mujer había llegado al descansillo, allí se detuvo y echó un vistazo alrededor, reconociendo el territorio. Bastián miró por el ojo de la cerradura. Vio a una mujer que vestía un abrigo largo de color negro que llegaba a sus talones. Calzaba zapatillas deportivas y tenía el cabello recogido en un moño que le otorgaba un aspecto distinguido, de dama antigua. Bastián consideró que nada tenía que perder y que, probablemente, Xavier tenía razón. Y abrió la puerta.

-Ven, pasa. La invitó sin ceremonias.

Ella viró hacia el hombre y le sonrió. Bastián se inquietó por un segundo. Había algo en aquella sonrisa que le incomodaba pero que no alcanzaba a determinar. Pensó que quizás la había visto antes, en alguno de aquellos libros que compartía con su abuelo pero desechó esa idea en cuanto ella cruzó el umbral de la habitación. Su piel tenía un aroma a crema de vainilla que distaba de ser intrusivo como otros perfumes que había conocido.

-Supongo que fuiste tú, ¿verdad? Dijo ella arrastrando las palabras.

-N-no te entiendo… Balbució Bastián.

-Anda, cierra la puerta. Ordenó ella con firmeza.

-Claro. Obedeció Bastián y cerró despacio.

-Ahora estamos solos. Dijo Bastián dibujando una sonrisa boba.

-¿Estás seguro? Repuso ella enigmática. Su mirada brillaba con malicia.

-Sí. Creo..,

-Me llamo Minerva.

-Mucho gusto. Yo soy…

-No me interesa tu nombre. Sólo eres un cliente más. Interrumpió la mujer.

-Está bien, Minerva.

Ella se acercó a la ventana y recorrió un visillo.

-Pocas cosas han cambiado desde la última vez. Dijo ella con un tono reflexivo.

-¿Eres de aquí? Preguntó Bastián descalzándose.

-Lo fui.

-¿Qué quieres decir?

-Lo que oyes-repuso ella haciendo una pausa que pretendía ser dramática-Hubo un tiempo en que de algún modo pertenecí a esta ciudad. Ahora es diferente. La ciudad me pertenece.

-Creo que…

-Mejor no digas nada.

Minerva se soltó el cabello que cayó sobre sus hombros. Poco después se quitó el abrigo. Sólo usaba ropa interior. Bastián tuvo una leve erección que ella notó enseguida.

-Todos sois iguales. Predecibles. Como mi padre.

Bastián se vio a sí mismo en el iris de Minerva pero fue incapaz de reconocerse y se sobrecogió. De pronto, sin explicación alguna, su corazón se contrajo hasta convertirse en un pedazo de carbón. Intuyó que, de no mediar un milagro, aquella mujer absorbería su energía reduciéndolo a un despojo humano preso entre la lujuria y la fascinación que le provocaba aquel cuerpo; la misma que había pervertido la esencia de Adán y sembrado la estirpe de Caín. Aquel fue, sin duda, el último acto de lucidez de Bastián Hoffner y con éste, el epílogo de una vida anodina que paradójicamente adquiría un sentido a partir de la redención de sus pecados.

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