“…Siento una obligación. Una presión. Un destino a seguir siendo presidente…”, declaró la anterior semana Evo Morales a la BBC Mundo. Aseguró que busca su cuarta reelección porque “el pueblo necesita el factor de unidad para continuar con el proceso, con esta revolución…”
¿Factor de unidad? Lo dice precisamente quien dividió el país entre t'aras (indígenas) y k'aras (blancoides-criollos); el que impone en una geografía que mayoritariamente no es aimara, la whipala como su bandera; el que se regocijó aplastando a la “media luna”, opositora a su gobierno. El que opone su socialismo trasnochado a la democracia.
“No quiero (postularme), pero no puedo decepcionar a mi pueblo”, dice Morales, ya listo a lanzar su candidatura a su cuarta reelección, autorizado inconstitucionalmente por 6 sujetos del TCP, quienes violaron flagrantemente la Constitución Nacional. “Decepcionar” ¿al pueblo que mayoritariamente le dijo el 21F del 2016 NO a la reelección? O el pueblo que el 3 de diciembre en casi un 65% votó nulo-blanco en los comicios judiciales, convertidos en un plebiscito. ¿Y entonces? ¿Cuál pueblo?
Un profesor solía decir que la Historia es como un vehículo con el chofer conduciendo hacia adelante, pero sin perder de vista lo que ocurre atrás, gracias al espejo retrovisor. En los últimos tiempos Morales se ha convertido en un fanático de la Historia y lo primero que hace él (o quien se lo escribe) es enviar tuits por las redes sociales a primera hora de la mañana.
Hasta ahora él (o “su” tuitero) no ha escrito nada sobre el gobierno de Agustín Morales (1870-72), el caudillo que libró a Bolivia de la dictadura de Mariano Melgarejo, y que es descrito por el historiador Alcides Arguedas como “un hombre sensual, angurriento y dominado por incontenibles apetitos”. Prometió que no se quedaría en el poder porque no albergaba ninguna ambición, pero en su fuero interno se creía un iluminado, el providencial y que su destino era construir Bolivia. Célebre, en este sentido, es su discurso ante el Congreso de 1872 (Las malas lenguas decían que se lo escribió su secretario Dr. Casimiro Corral, porque Morales era casi analfabeto. El diario La Epoca transcribe la carta que Morales le envió desde Lima al Mariscal Andrés de Santa Cruz el 13 de febrero de 1848 como prueba irrefutable).
Morales también creía en su épica “revolución” y cuando convocó a elecciones para salir de su régimen de facto, se regocijó con la división entre sus adversarios políticos, porque “el año de su mandato presidencial (interino) había despertado en él, de un modo incontenible, su deseo de continuar en la presidencia…”, recordaba Arguedas.
A Adolfo Ballivián, el candidato con mayores posibilidades de triunfo, Morales le invitó a palacio y le dio a escoger entre un cargo diplomático o el cementerio. No tenía mucho que escoger, el futuro presidente de Bolivia. El historiador Jenaro Sanjinés transcribe la carta que, con este motivo, Ballivián le envió al Dr. Tomás Frías, quien sería el sucesor de Morales. Vale la pena recordarla en breve síntesis:
Morales, le escribía Ballivián a Frías, “tiene la fuerza, los medios de abuso usuales… (el) propósito firme y la ambición vulgar de mandar a todo trance, a (las) buenas o (las) malas…No habrá Constitución, ni cosa que valga. Solo habrá arbitrariedad, abusos y violencia de todo género y todo cederá al grito de `la patria está en peligro`, lanzado por los pretendidos salvadores del país…”
¿Le culpamos al espejo retrovisor?
(*) Hernán Maldonado es periodista. Ex UPI, EFE, dpa, CNN, El Nuevo Herald. Por 43 años fue corresponsal de ANF de Bolivia.