Se dice que Alejandro Magno -llamado también Alejandro el Grande, por haber forjado uno de los mayores imperios de la antigüedad- estando en su lecho de muerte pidió tres cosas a sus generales: 1) Que su ataúd sea cargado por los mejores médicos; 2) Que sus tesoros fueran esparcidos, camino a su tumba; y, 3) Que sus manos quedaran fuera del ataúd. Consultado sobre el porqué de semejante pedido, el emperador macedonio que conquistara territorios en Europa, África y Asia, respondió:
“Quiero que los mejores médicos carguen mi ataúd para mostrar que no tienen ningún poder sobre la muerte. Quiero que el suelo sea cubierto por mis tesoros para que todos puedan ver que los bienes materiales que aquí se conquistan, aquí se quedan. Quiero que mis manos queden fuera del ataúd para que las personas puedan ver que vinimos con las manos vacías y nos vamos con las manos vacías” (es.aleteia.org)
Este Alejandro Magno -educado por Aristóteles- conoció de matemáticas, filosofía, política, historia, ética, literatura, geografía y medicina, y entre sus materias favoritas estaba el arte de la guerra; era de “carácter muy fuerte, serio, ambicioso, testarudo, descarado, hábil y audaz” (phistoria.net) y llegó a ser considerado un héroe militar, un semi-dios, pero también un temido tirano y un megalómano que fundó 70 ciudades, 50 con su nombre (Wikipedia.org). A la hora de morir, a sus 32 años, se dio cuenta que la fama, el poder, la riqueza y la gloria que acumuló fueron apenas, simple vanidad.
Amigo, amiga: ¿hay algo más preciado que la salud? No, pero pese a ello cuántos la pierden buscando hacerse ricos cuando ni el oro, la plata o las piedras preciosas pueden comprar un segundo más de vida. La muerte llega, no se sabe cuándo pero llegará, lo que nos debería llevar a vivir reposadamente para disfrutar lo mejor que tenemos después de Dios: nuestra familia.
Desnudos venimos al mundo y desnudos partiremos, eso es algo que deberíamos tener muy en cuenta: que así nos entierren rodeados de dinero y los títulos nobiliarios, universitarios u otros que hubiéramos ganado, nada llevaremos salvo nuestras obras de las que un día daremos cuenta a Dios, sean éstas buenas o malas.
El día que entiendan esto los gobernantes, las cosas cambiarán para bien: entonces habrá más justicia y menos corrupción, menos odio y más oportunidades para todos.
¡Cuánta razón tuvo George Washington cuando sentenció que “es imposible gobernar rectamente al mundo, sin Dios y sin la Biblia”! La historia le dio la razón…
(*) Pastor de Jesucristo por la voluntad de Dios
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Santa Cruz, 24 de enero de 2018