Es difícil hablar, a estas alturas, del origen de Tupiza, el municipio que fue noticia nacional por unos días debido a que sus calles se anegaron como consecuencia de las intensas lluvias que caen sobre el sur del país.
Como siempre, la prensa nacional fue coyuntural. Se ocupó del tema por unos días, los suficientes; algunos medios de comunicación ayudaron a hacer campañas de recolección de ayuda y después… se dedicaron a otros temas.
Por efecto de esa actitud, Bolivia puso su atención en Tupiza por unas horas, tal vez unos días, y después siguió su vida normal, una en la que se ignora a poblaciones como esta, que no son capitales de Departamento ni están en el eje central.
Pocos se refirieron a la importancia que tiene Tupiza no solo para Potosí, el Departamento del que a regañadientes forma parte, sino para el país entero.
Determinar su origen es complicado porque este se pierde en los recovecos del tiempo. Se sabe que fue el centro de una de las grandes culturas preincaicas, la de los Chichas, pero pocos son los que van más allá en el estudio de su historia.
Son los propios tupiceños quienes van desenredando, de a poco, los secretos de su pasado. Recientemente se difundió, por ejemplo, que su idioma original fue el kunza y no el quechua ni el aimara.
Los chichas fueron un pueblo aparte, igual que los charkas, qaraqaras, chuis, killakas, karankas, lipez y otros que habitaron lo que hoy es el Departamento de Potosí antes de la expansión incaica que se tradujo en la constitución del Tawantinsuyu.
Según Juan de Betanzos, la tierra de los Chichas, hasta ese momento indomable, fue terminada de conquistar durante el gobierno de Inca Yupanqui, quien adoptó el nombre de Pachacutec. Este cronista narra que quienes la ganaron para el Tawantinsuyo fueron dos de los hijos de Pachacutec, Amaru Tupac Inka y Paucar Usnu, que, para ello, incendiaron e hicieron desaparecer una población rebelde llamada Nasavacollo.
Su ubicación la convirtió en determinante no solo para la Audiencia de Charcas sino para los dos virreinatos de los que formó parte en tiempos coloniales.
En 1810, la victoria que las tropas rioplatenses obtuvieron contra los españoles en los campos de Suipacha significó un viraje en la rebelión que había comenzado un año y medio antes en Chuquisaca. Para ello fue determinante la participación de los chicheños de Pedro Arraya.
Ya en la República, sus yacimientos de minerales la convirtieron en uno de los pilares de la economía nacional y en la base para la fortuna de la dinastía Aramayo. Butch Cassidy y Sundance Kid terminaron sus carreras de asaltantes cuando robaron la remesa de Carlos Víctor Aramayo que desató contra ellos, y a su costo, a una fracción del ejército boliviano que consiguió emboscarlos, y matarlos, en San Vicente.
Tupiza no descansó en ningún periodo de la historia boliviana. Si el fútbol llegó a su nivel más alto con Víctor Agustín Ugarte, la literatura se enriqueció con Gastón Suárez y Óscar Vargas del Carpio. El teatro boliviano no se entiende sin el grupo “Nuevos Horizontes” de Liber Forti y la música no sería la misma sin las cuerdas y letras de Alfredo Domínguez.
Sí. Bolivia le debe mucho a Tupiza, el “pueblito encantao” enclavado en medio de los cerros colorados que fueron el límite del imperio de los incas, y, como casi siempre ocurre con las ciudades que quedaron al margen del centralismo —nacional y departamental—, no le ha pagado lo suficiente. Se le debe, por lo menos, atención permanente y no solo cuando las aguas inundan sus calles y destruyen viviendas.
(*) Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.