El calentamiento global es el aumento sostenido de la temperatura promedio del planeta debido a la acumulación de gases de efecto invernadero en la atmósfera, principalmente causados por la actividad humana, como la quema de combustibles fósiles, la deforestación y la actividad industrial.
El fenómeno fue identificado por primera vez en el siglo XIX por el científico sueco Svante Arrhenius, quien en 1896 propuso que el aumento del dióxido de carbono (CO₂) en la atmósfera podría generar un efecto invernadero, provocando un incremento de la temperatura global. Desde entonces, múltiples estudios han confirmado y ampliado su teoría, alertando sobre los impactos del calentamiento global en el clima y los ecosistemas del planeta.
El negacionismo del cambio climático no solo es peligroso e irresponsable, sino que retrasa la implementación de políticas urgentes para mitigar el daño ambiental. Líderes como Donald Trump en Estados Unidos, Javier Milei en Argentina y, en algunos momentos, Vladimir Putin en Rusia, han mostrado escepticismo sobre la gravedad del problema. En muchos casos, este negacionismo se sustenta en intereses económicos ligados a las industrias de combustibles fósiles, que temen perder poder y ganancias ante una transición hacia energías renovables.
Además de los políticos, existen corporaciones y medios de comunicación que han contribuido a la desinformación, sembrando dudas sobre la validez de la crisis climática. Presentar el calentamiento global como un “debate” cuando el 97% de los científicos climáticos coinciden en su existencia y en su origen antropogénico solo crea confusión y frena la acción inmediata que el planeta necesita.
Si bien todos los países tienen algún grado de responsabilidad en la crisis climática, la realidad es que las emisiones no están distribuidas equitativamente. Datos recientes indican que China lidera las emisiones globales de CO₂ con un 30.34%, seguido por Estados Unidos (13.43%) e India (7.6%). Sin embargo, cuando se analizan las emisiones per cápita, países como Estados Unidos y Rusia superan con creces a naciones como China e India.
Aun así, no podemos limitar la responsabilidad a los actuales mayores emisores. Históricamente, países como Estados Unidos, Alemania y Reino Unido han sido los principales contaminantes desde la Revolución Industrial, lo que los hace responsables de gran parte del daño acumulado en la atmósfera. Esta desigualdad en la emisión de gases de efecto invernadero pone sobre la mesa un debate sobre la justicia climática: ¿Quién debe asumir la mayor carga en la lucha contra el cambio climático?
El calentamiento global ya está dejando huellas visibles: el derretimiento de los polos, el aumento en la frecuencia de eventos climáticos extremos como huracanes e incendios forestales, la desertificación de tierras fértiles y la pérdida de biodiversidad. Estos efectos no son solo ambientales; tienen repercusiones económicas y sociales que afectan de manera desproporcionada a los países más pobres y vulnerables.
Frente a esto, la solución no puede esperar. La transición a energías limpias, la protección de los bosques, la reducción del consumo excesivo y el compromiso de los gobiernos con acuerdos como el Acuerdo de París son esenciales. Sin embargo, la acción individual también juega un papel clave: desde la reducción del desperdicio hasta la presión ciudadana para exigir políticas climáticas responsables.
Negar el cambio climático no es solo un error, es un crimen contra el futuro. Es momento de actuar con determinación y responsabilidad, porque el planeta no puede esperar más.
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