Febrero 11, 2025 -H-

Entre la fragmentación y la falta de ambición


Lunes 10 de Febrero de 2025, 10:00am






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Han pasado ya veinte años desde que la oposición boliviana, atrapada en la danza macabra de los ciclos electorales, ha demostrado una incapacidad crónica para crear o articular una propuesta de país. En este tiempo hemos sido testigos de cómo las figuras políticas opositoras, los exiliados de su propio pasado y los reciclados de una y otra crisis, se agrupan una vez más para presentar —como si fuera una novedad— la misma receta de siempre: un remedio que, en lugar de sanar, ha dejado cicatrices de ineficiencia y desconfianza. Se conjuran, se dicen nuevos, pero sus movimientos se reducen a alianzas circunstanciales, a pactos que no son más que el reflejo de la falta de una verdadera estructura política.

Estas uniones, que surgen seis meses antes de cada elección, son siempre inestables, efímeras, y siempre, por supuesto, insostenibles. ¿Cómo podría ser de otro modo? Cuando los elementos que los conforman no pertenecen a ningún partido consolidado, ni responden a ninguna estructura sólida o ideología común, el puente que las une es tan débil como la voluntad de quienes lo construyen. Las piezas, en lugar de ser una  sinfonía, son sólo fragmentos que se ensamblan para intentar ganar el momento. Y lo  peor es que no parece haber conciencia ciudadana de esta precariedad.

En lugar de crear sus propias bases y apuntalar su existencia con la organización de un verdadero proyecto nacional, los mal llamados “líderes”, atrapados en el corto plazo, se aferran a un reciclaje político que los ha acompañado en los últimos cinco procesos electorales. La política se ha convertido en una mercancía, sin entender que, en un país como Bolivia, las alianzas sin contenido real no sirven para nada más que para generar más desconfianza. La política se ha convertido en una rutina, en un “remake” mal hecho, de lo que una vez fue, pero sin alma ni visión. Es un juego de apariencias, donde la intención de gobernar se diluye en la dinámica de la “democracia de encuestas”.

Lo curioso —y doloroso— es que, en este contexto de decadencia, las nuevas generaciones de políticos no han logrado encender la llama de un proyecto serio, ni mucho menos contribuir con una nueva visión del país. Más allá de un cambio o quiebre generacional, lo que se ha producido es una simple sustitución de caras sin méritos, pero con pequeñas ambiciones personales. Estos jóvenes, que se presentan como la esperanza de una política renovada, se sienten cómodos en la mediocridad.

No tienen la convicción ni la formación necesaria para sostener lo que debería ser una verdadera democracia, mucho menos para cuestionar las estructuras del poder. No es que carezcan de ideas, sino que carecen de formación política, de un proyecto serio y de un compromiso de construir a futuro. Llenan las bancadas del Congreso, sin objetivos mas que los de figurar, de hacer berrinches y satisfacer su vanidad.

Es alarmante cómo, frente a la responsabilidad histórica que pesa sobre sus hombros, los llamados "líderes jóvenes" se limitan a mirar desde la barrera, esperando que otros asuman el reto del cambio. Su falta de ambición por el poder real, por transformar el  país, es una de las mayores tragedias del escenario político boliviano. En lugar de luchar por una visión estructural de la nación, estas nuevas generaciones, se conforman con ocupar espacios, sin cuestionarse lo que podrían hacer si realmente se  arriesgaran a confrontar el sistema de manera organizada y prescindiendo de los mal llamados “lideres”.

Esta falta de ambición, de un sentido profundo de lo que significa transformar el país, es precisamente lo que los ha condenado a una vida política vacía, una existencia marcada por el temor a la confrontación de ideas, por la incapacidad de ir más allá del juego electoral. El régimen, por su parte, sigue alimentándose de esta falta de construcción, que, en su decadencia, se encuentra en las pugnas internas de la oposición un caldo de cultivo, una serie de ingredientes mezclados en una licuadora cuyo resultado será un líquido intomable.

No se trata de una crítica vacía, ni de un lamento estéril. Este análisis es una llamada de atención de todos aquellos que aún creen que las soluciones pasarán por una mera redistribución de caras. Las nuevas generaciones de políticos debemos tomar en serio la necesidad de una visión de país que se construya desde la base, que no dependa de alianzas circunstanciales ni de la lógica de los pactos urgentes y tropezados. La política, entendida como un verdadero proyecto de nación, exige más que sólo nombres en una  lista: necesita una estructura, una ideología coherente, una convicción que sobrepase  los intereses de las élites eternas, desgastadas, dinosauricas, porque son un freno y es necesario jubilarlas.

Bolivia, en su vasto potencial, no puede permitirse más parches, ni esperar a que la solución venga de la mano de un "salvador" circunstancial. Necesitamos convicción, no oportunismo, un verdadero compromiso con el liderazgo y futuro del país.  Que sea la última elección en la que tiran de un saco apolillado.

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