Diciembre 22, 2024 -H-

Gisbert

Por el tamaño de su aporte, por todo lo que encontró y puso al alcance de los investigadores que siguen sus pasos, Gisbert es de esos personajes insustituibles cuya ausencia es imposible de llenar. Hará falta, indudablemente, y, por ello, será permanentemente recordada.


Jueves 22 de Febrero de 2018, 12:15pm






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Estoy enfrascado en una investigación sobre la literatura potosina y apenas la semana anterior encontré esta joyita:

“De esta primera etapa (años 1540 a 1600) nada conservamos, fuera de referencias sueltas; por eso importa tanto la obra del jerónimo Diego de Ocaña, que ha llegado hasta nosotros en su integridad. La fecha de 1601 en que fue escrita es temprana no solo para la historia del teatro en el Alto Perú sino en el conjunto del teatro americano. Esta pieza coloca a Ocaña como contemporáneo de las figuras más preclaras de la literatura hispana como Cervantes, Góngora y Lope…”.

Esas líneas hacen referencia al sacerdote español fray Diego de Ocaña que, encontrándose en Potosí en 1600, escribió la “Comedia de Nuestra Señora de Guadalupe y sus milagros”, una pieza teatral que, como se ve, está considerada entre las precursoras de su género en nuestro continente.

Quien proporcionó esas referencias en un estudio introductorio a la obra de Ocaña fue Teresa Gisbert Carbonell, la arquitecta e historiadora que acaba de partir dejando tras de sí un legado difícil de igualar.

Su deceso ha conmovido particularmente a los estudiosos de las Ciencias Sociales. Muchos de ellos recuerdan, con orgullo y nostalgia, que fueron alumnos de la historiadora que también sembró sus conocimientos en las aulas universitarias.

Yo no tuvo la suerte de recibir sus enseñanzas y solo estuve frente a ella una vez, cuando se encontraba en la Casa de Moneda, investigando, como siempre, y la entrevisté sobre los posibles orígenes del culto indígena que dio lugar a la festividad de Ch’utillos. Fue cuando me ilustró sobre Thunupa, la deidad andina que, según me dijo aquella vez, necesita estudios exclusivos solo para entender el valor que tuvo para el mundo andino.

Como ya escribieron mejores plumas, Gisbert fue probablemente la primera mujer que se dedicó al estudio de la historia utilizando métodos científicos y, en virtud a ello, hizo hallazgos y publicó libros que se han convertido en referentes inexcusables a la hora de realizar investigaciones historiográficas.

Son muy raros los trabajos que no la incluyen como fuente. Tanto él como su esposo, José de Mesa, se dedicaron no solo al estudio de la historia del arte americano sino al pasado de nuestro país. Su obra en conjunto se completó, y es actualizada permanentemente, por su hijo, el expresidente Carlos.

Pero doña Teresa brilló con luces propias y, por ello, grabó su nombre, individualmente, en el firmamento de los grandes historiadores bolivianos. El estudio introductorio al que hice referencia, y que está entre sus obras menos conocidas, es una insignificante muestra de lo mucho que hizo y del valor que tiene su legado.

Los potosinos le debemos mucho debido a que arrojó luces sobre las letras del periodo colonial con su “Esquema de la literatura virreinal en Bolivia”, publicada en 1968, cuando todavía duraba el encandilamiento por la entonces reciente publicación de la versión completa de la “Historia de la Villa Imperial de Potosí” de Bartolomé Arzans de Orsua y Vela. Otro libro fundamental es “Holguín y la pintura virreinal en Bolivia”, editada en 1977 con datos valiosos del mayor artista plástico que tuvo el país.

Por el tamaño de su aporte, por todo lo que encontró y puso al alcance de los investigadores que siguen sus pasos, Gisbert es de esos personajes insustituibles cuya ausencia es imposible de llenar. Hará falta, indudablemente, y, por ello, será permanentemente recordada.

 

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(*) Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.

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